¡Con el alma sin escudo!

Vienen a la retina muchos gratos recuerdos al revivir la presentación del libro «Salmo de mujer, 45» de Elisabeth Porrero Vozmediano. Mi relación con las mujeres siempre ha sido especial, unida por un hilo invisible que, irremediablemente, conectaba sus sentimientos con los míos. Ese vínculo germinó desde mis primeros pasos, en los que el aroma a ternura que emanaba de mi madre, abuelas, tías, primas, amigas y todo aquello que llevase el sello femenino, calmaba y hacía de bálsamo regenerador; sanaba y a la vez potenciaba todo lo mejor que bullía dentro de mi cabeza. De ellas aprendí valores, y esa enrevesada manera de tejer soluciones para problemas que en ocasiones no existían; anticipando al corazón remedios caseros que protegían el alma de posibles heridas.

Fui afortunado, soy afortunado y creo que lo seguiré siendo si soy capaz de aferrarme a ese pasadizo secreto que conduce directo a la sensibilidad y fuerza que desbordan por los cuatro costados las mujeres. Nada es parecido a la tormenta que se desata en su interior; aporta intranquilidad y a la vez es el motor que mueve el mundo. Una dicotomía que a nosotros, los hombres, nos parece una locura, y asumo que es así, pero que al mismo tiempo se proyecta directa a las neuronas para producir felicidad y paz.

¡Ellas! Allí subidas, ante una sala abarrotada, siendo ellas, solo ellas, estaban representadas las mujeres de mi vida, con sus problemas cotidianos. Sin embargo, tuve la sensación de que, guardado en sus corazones, llevaban la pócima mágica que permitiría que esos mismos enigmas rebajasen la incisión sobre la piel, dejándola en una sencilla anécdota. La misma sensación que he tenido desde siempre, acunado por la ternura que mana de manera natural de la naturaleza femenina.

Los versos se hilvanaron a coro, a escalas sonoras diferentes, solapando tono y afinación, para hacer más evidente que lo que estaba sucediendo era un momento especial e inolvidable. Se batieron en duelo de flores las tres musas, mientras que desvelaban «el manual de supervivencia» más sutil que jamás he leído. Unas páginas que son el reflejo en el espejo de una mujer que ama ser eso, mujer, con todas las virtudes que atesora y que es capaz de jugar con el paso del tiempo con maestría y con la convicción que da superar los altibajos de la vida de la mano de la gente ama. No teme llorar, reír y mucho menos reconocer los senderos escondidos por los que transitó, aferrada a mostrar un credo que a ella le sirvió y que quizás nos sirva a todos para avanzar.

Diana Rodrigo, Charo Bernal y Elisabeth Porrero, a las que podría dejar solo con el nombre, sin apellidos, dado que la amistad las une hasta límites alejados de formalismos y corsés, nos demostraron que un libro así no emerge de la nada. Que está cimentado desde alianzas sentimentales que no se pueden explicar solo con gestos, que necesitan palabras de amor y afecto para moldear tales pasiones. Fluyeron los versos libres, sin ataduras, para enseñarnos pinceladas de quién es la autora, con el riesgo y beneficio que eso conlleva. Pero no estaban solas para asombrarnos. Por escuderas tenían a su lado a Santi Alhambra y Beatriz Bellón, Versionarte, acariciando las notas musicales y logrando que la música y la poesía cuchichearan entre ellas las confidencias más inconfesables. Demostrando que ellas, también ellas, eran cómplices. Cinco mujeres que sin ser las cuatro mosqueteras, sí consiguieron su objetivo: una tarde maravillosa. Guiños y muecas que dejaron el sello de la amistad por encima de todo.

Solo os recomiendo una cosa: si tenéis la oportunidad de leer «Salmo de mujer, 45» de Elisabeth Porrero, no lo dudéis. Os sorprenderá, y aunque parezca un alegato femenino y muy íntimo de una mujer, que lo es, es una ventana de liberación y esperanza para todo aquel que se atreva a zambullirse en su libro.

Podría hablar de que este acto se celebró en la Residencia Universitaria Santo Tomás de Villanueva (Plaza de San Francisco 1 de Ciudad Real), de que asistieron varias personalidades importantes al acto, como Rocío Zarco (Diputada provincial), pero todo eso sería otra historia que podrán contar otros. Me quedo con lo que yo sentí y los maravillosos momentos que nos hicieron pasar.

Muchas gracias, Elisabeth, por asomarte al espejo y contarnos lo que ves.

Julián García Gallego —Sin palabras mudas—

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