Castilla-La Mancha fea: lo que se ve y lo que no se ve

Valga la expresión anterior para señalar todo lo oculto de cualquier trabajo creativo, que a la vista del lector/espectador pasa desapercibido y no se cuenta con ello. En la medida en que, en cualquier trabajo que se difiere en el tiempo y se demora en ello, lo visible resulta sólo una fracción final  de lo oculto. A la manera de la imagen del iceberg: lo oculto multiplica con creces el promontorio visible sobre el agua. También, como un raro proceso de floración botánica, que, tras trabajar y preparar la tierra, abonarla y cuidarla, hay que aguardar el movimiento último de la savia desentumecida, de la raíz al tronco y luego a las ramas, para finalmente impulsar el secreto de una floración que anticipa frutos y colectas. Como si una escritura exigiera –de hecho, lo exige, y es así su necesario proceso– un desperdicio de materiales, intentos y apuntes que se prescinden de ello, en mérito del tramo final de la obra, que se ve quintaesenciado y precipitado en el vaso reducido de la lectura última. Lo visible final, lo que el lector atento lee y medita, no  sólo, por tanto, como  fracción  de lo oculto, sino como decantación de más datos, registros y señales, que en un proceso de digestión y escritura se han ido desprendiendo del cuerpo principal resultante.

Viene todo ello –esa larga paráfrasis– a cuento, para exponer el proceso de elaboración del trabajo que comentamos Castilla-La Mancha fea: Once autores, once cabezas, veintidós manos, otros tantos pareceres y puntos de vista –no hay voluntad exclusiva ni excluyente por ello– y aproximadamente veinticuatro meses de movimientos en las mesas de trabajo, en los ordenadores, en los archivos, en el fondo de imágenes, en las cabezas y en los correos intercambiados. Todo ello, para configurar una obra final de once capítulos –obsesión futbolera por el número once– y 261 páginas sobre un contenido deslizante y escurridizo –es difícil hablar de Lo feo y hacerlo sin producir una imagen de superioridad crítica y doctoral o de anormalidad civil y ciudadana de los que nadan contra corriente–. Aunque contamos con precedentes sobre esas aproximaciones a las fealdades varias, que van desde Umberto Eco a Pedro Azara, realizados con rigor y con valor.

Un contenido diverso –arquitectónico, urbanístico, geográfico, literario, viajero, fotográfico, museístico– que describe los procesos sensibles y formales habidos en Castilla-La Mancha en los últimos cincuenta años, marco temporal de debate creciente y discutible. De aquí la coda del subtítulo: Un recorrido por su arquitectura en democracia. Pero no solo su arquitectura, también ciudades, rotondas, esculturas, museos, parques recreativos, programas festivos y festivales variados surgen entre líneas. Todo ello, desde la perspectiva abierta por Andrés Rubio en 2022, con su trabajo seminal, España fea. El caos urbano el mayor fracaso de la democracia. A la manera de Rubio, pero ahondando más en vertientes colaterales de lo urbano y arquitectónico, para llegar a campos laterales y permeados por la belleza trágica: geográficas, recreativas, celebrativas, museísticas y festivas. Para llegar al hueso de las conformaciones desviadas que componen esa suerte de sentimentalidad posmoderna y herida. Retomando el viejo impulso inaugurado por  Manuel Vázquez Montalbán  y su Crónica sentimental de España (1971) y de Francisco Umbral y su  Museo nacional del mal gusto (1974).

Lo que se ve, no solo como la imagen del iceberg que oculta otras densidades de hielo flotante, también la voz Fatberg por lo que no se ve y no se nota. Ya saben que Fatberg es una palabra nueva de diccionario Oxford de 2015, que alude a la montaña de grasa y desperdicio material, que circulaba por las alcantarillas de Londres, particularmente por los bajos inmundos de Whitechapel. Circulaba hasta que sus propias características impidieron el movimiento y surgió el gran atasco y la recuperación del excremento circulante como nueva categoría expositiva y nueva premisa estética. Haciendo visible lo invisible.

Frente a la invisibilidad patente del Fatberg, la visibilidad aparente del iceberg. Pero también la capacidad continuada de las sociedades modernas, de seguir produciendo excedentes de sentido y de fealdad. Como si de residuos materiales se tratara.

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