A lo largo de la historia, el control de la comunicación ha sido una de las fuentes fundamentales para la organización del poder, del contrapoder, de los cambios sociales y de la difusión de unos estándares de comportamiento. A través de su control, aquellos que gobiernan las estructuras pueden determinar cuáles son las normas y los valores dominantes, cuáles son las ideas relevantes o cómo puede marginarse una persona, una institución o un pensamiento. Los nuevos medios, las redes sociales y, sobre todo, la proliferación de teléfonos móviles de nueva generación ha roto esta dinámica y han abierto la espita para una comunicación personal y de carácter global. La información instantánea y sin intermediarios representa el mayor desafío para la relación de poder basada en el control de la comunicación.
El cambio se manifiesta en tres vertientes. La primera pone de manifiesto la crisis de legitimidad que aflora en los sistemas políticos contemporáneos. Afecta por igual a las democracias, donde los movimientos sociales se han reproducido en España (15M), Israel o Estados Unidos (#OcuppyWallst), y a las dictaduras, con los casos conocidos de Egipto, Túnez o Libia. La denominada “autocomunicación de masas” permite que cada uno de nosotros establezca sus redes de comunicación y consolide redes horizontales de información. El seguimiento del debate electoral entre Rubalcaba y Rajoy en Twitter al margen de los medios tradicionales es un ejemplo del nuevo modelo que viene. La tercera refuerza el consumo individualizado de contenidos digitales gracias a la personalización de los periódicos, las descargas y los visionados cuándo y dónde se quiere o la creación de redes alternativas de información. La atomización de la producción ha creado un nuevo tipo de cultura audiovisual y ha modificado los patrones de ocio y consumo.
La manera en que se desarrollen tales cambios está todavía por ver. Nuestras democracias representativas tienen que adaptarse al reto tecnológico y asumir la devolución del poder al ciudadano que simboliza dicho cambio. La transparencia y la rendición de cuentas representan la oportunidad para devolver credibilidad al sistema e incrementar la participación ciudadana. No la desaprovechemos.