En la portada del diario LANZA del pasado día 20 de octubre he leído el siguiente titular: “El médico les dijo que su madre no tenía cáncer pero creyeron al ATS” y que se corresponde con el texto interior de la página 4 donde se sigue usando esta denominación para referirse al enfermero protagonista de la noticia, al que la periodista autora de la información denomina con una acepción que actualmente no está ya en vigor. Creo necesario que los medios de comunicación deben extremar la corrección en el uso del lenguaje para no perpetuar en la opinión pública una forma errónea de denominar a los profesionales de enfermería que hace años fue muy popular, pero que ya no es válida como ahora explicaré.
Por lo tanto, les rogaría que tras la lectura del artículo que acompaño destierren para siempre de su vocabulario la acepción de ATS cuando tengan que referirse en sus textos a profesionales que realizan el trabajo de enfermería y los llamen “enfermeros” o “enfermeras” a secas, una acepción más sencilla y natural y que todo el mundo entiende.
Desde siempre la denominación oficial correspondiente al ejercicio de la enfermería se ha prestado a gran controversia. Ello se debe en parte a la heterogénea procedencia de disciplinas que dentro del ámbito de la prestación de cuidados y atención a los enfermos dio origen a lo que hoy conocemos con el nombre de profesión enfermera. Por Decreto Ley el 27 de Junio de 1952 se unifican en España los planes de estudio de practicantes, matronas y cuidadoras (enfermeras) para formar la carrera de Ayudante Técnico Sanitario.
Este título significó el avance más importante para la futura carrera de enfermería, cuando 25 años más tarde las escuelas que impartían las enseñanzas, pasan a integrarse en la estructura universitaria. Hasta 1977, la denominación oficialmente admitida y de hondo calado en la opinión pública fue la de ATS, siglas que identificaban sin lugar a dudas el cometido de los profesionales que las portaban sobre sus batas, pero que fueron legalmente suprimidas en noviembre del pasado año.
El problema de su denominación vino cuando a partir de ese año con el cambio a la Universidad, los estudios conducentes a la obtención del título de enfermero/a pasaron a ser una diplomatura, y en tanto que tal obviamente universitaria, en enfermería.
A partir de ahí vino a añadirse más confusión sobre la denominación oficial porque, si bien los propios profesionales defendían como es lógico su nueva acepción, la realidad es que dentro de la propia profesión muchos compañeros no se llegaban a poner totalmente de acuerdo sobre cómo llamarse y unos, los más, defendían su título de DUEs (Diplomados Universitarios en Enfermería) haciendo uso de una consciente reiteración en el acrónimo, puesto que la propia consideración de diplomatura lleva implícita en sí misma la acepción de universitaria por lo que no hacía falta redundar más en este aspecto, sin embargo a aquellos que defendían esta tesis y apostaban por su consideración de Diplomados en Enfermería, no les sonaba nada bien sustituir las populares siglas de ATEESES por las de DE (Diplomados en Enfermería) y tuvieron que admitir la de DUEs para dar más sonoridad al acrónimo aunque fuera a fuerza de hacerlo más artificial y redundante. Ante este marasmo de siglas, los pacientes y la opinión pública en general tomaron el camino de en medio y siguieron refiriéndose a los enfermeros y enfermeras como ATS, al igual que siempre, a pesar de que los mencionados cambios legales dejaron obsoleta tal denominación, aunque era la única que concitaba consenso y expresaba bien a las claras qué era a lo que nos estábamos refiriendo.
¿Y por qué no llamarse enfermeros a secas?
Una cosa es la profesión y otra distinta son los planes de estudios vigentes en cada momento que habiliten para ejercitarla. Por ejemplo, el ejercicio del periodismo nos remite a sus profesionales, los periodistas, con un nombre común en cuanto al género que designa igual a LOS que a LAS periodistas.
En cambio si acudimos al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), vemos que la profesión de enfermero admite su denominación de género femenino empleándose la palabra “enfermera”. Muchos profesionales sanitarios bromean refiriéndose a ellos mismos como “enfermeras”, esbozando una ligera sonrisa que nos remite a la realidad de una profesión mayoritariamente formada por mujeres. Es un hecho que más del 80 por ciento de los profesionales de enfermería lo son, por tanto habría que concluir que la profesión es la de enfermeras, pero a ello se podría oponer la existencia de la forma masculina, sin que por ello nos puedan tachar de machistas, dado que cuando consideramos a los enfermeros como profesionales de la enfermería, estamos haciendo uso de la acepción en género neutro comprensiva tanto de LOS como LAS profesionales de enfermería.
La realidad es que actualmente, cada vez con más fuerza, al profesional que practica y ejerce el arte y la ciencia enfermera se le denomina enfermera y enfermero. Desde la publicación en el B.O.E. de 23 de enero de 1980, del Real Decreto 111/80 de homologación, todos son enfermeros, solo existe un nombre. Cuando apareció la diplomatura en Enfermería, la profesión recuperó el nombre de enfermera y enfermero. Y empezaron a ser dueños de su futuro profesional, todo un reto, un camino no exento de dificultades, pero fue el camino que la Enfermería eligió y que muchos años más tarde le ha hecho merecedora de todas las vías de desarrollo que se les adeudaban durante tantos años de lucha. Y el camino, como no podía ser de otra manera, bien pudo empezar por recuperar su denominación profesional con claridad.