Carmiña

“Lo sé. Me complico la vida, me hago preguntas y me meto en líos. Digo lo que pienso y lo que siento; no tengo miedo de lo que piensen de mí. Y estoy contenta, a pesar de todo, siendo como soy”.
CARMEN MARTIN GAITE

Este año se celebra el centenario del nacimiento de una de las escritoras más reconocidas de la literatura española del siglo pasado, perteneciente a la llamada generación de los 50. Carmen Martín Gaite. Ella fue una referencia literaria desde que consiguió el Premio Nadal con “Entre visillos” en 1957 que fue incluida entre las cien mejores obras, escritas en español en el siglo XX, en la que trata sobre la sociedad de provincias en la posguerra.

Delgadita y de aspecto frágil, siendo niña en su familia la llamaban cariñosamente “Carmiña”, lo que también delataba sus ascendentes gallegos, en este caso por parte materna. Pero, con el tiempo adquirió una gran fortaleza en aquel mundo interior que ella ideó a través de sus diversificadas creaciones literarias y se convirtió en una escritora elocuente, irresistible y modernísima, como dice de ella la reconocida escritora aragonesa, Irene Vallejo.

Nacida en Salamanca en el seno de una familia acomodada, —su padre era notario y su madre, procedía de Orense, en cuya familia había catedráticos y miembros de la prensa—, tuvo una formación liberal por deseo de su padre. En su ciudad natal inició sus estudios universitarios de Filosofía y Letras, donde conoció a algunos miembros de lo que sería la generación literaria a la que ella perteneció, como Ignacio Aldecoa o Agustín García Calvo. 

Estuvo becada en la Universidad de Coimbra (Portugal) y en Cannes (Francia), donde tomó contacto con la literatura francesa y pudo conocer una sociedad mucho más abierta que la española de entonces. Después se trasladó a Madrid, donde retomó el contacto con algunos de los autores de su generación, como Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre y, entre otros, con Rafael Sánchez Ferlosio, con quien contraería matrimonio en 1953.

Vivió en Italia donde le influyó la literatura italiana de posguerra, sobre todo las obras de Cesare Pavese, de Italo Svevo o Natalia Ginzburg. En su larga carrera literaria obtuvo numerosos reconocimientos, además del premio Nadal en 1957, el de la Biblioteca Breve en 1962, el Premio Nacional de Narrativa en 1978, el Premio Nacional de las Letras Españolas en 1994 o el prestigioso Premio Príncipe de Asturias en 1988, en cuyo discurso, decía:

«La escritura es fundamentalmente algo relacionado con la fe, no con el medro ni con el negocio. Quien tiene pasión por la palabra y está abierto a ella recibe, tanto de los libros que lee como de las conversaciones que escucha, un continuo acicate que le tienta a participar en esa fiesta del lenguaje

[…] El de la escritura es un aprendizaje que nunca se cierra, que se está poniendo en cuestión cada vez que nos vemos ante un papel en blanco. Un carpintero que ha construido una mesa sólida puede estar razonablemente seguro de que ya ha aprendido a hacer mesas, pero a un escritor nadie le garantiza que, porque haya escrito un libro, el próximo tiene que ser mejor, ni siquiera tan bueno como aquel.

La tarea del escritor es una aventura solitaria y conlleva todos los titubeos, riesgos y sorpresas propios de cualquier aventura. Y de todas partes surgen voces que le piden explicaciones y brazos que le quieren anexionar a un determinado grupo y hacerle tributario de sus normas, cuando el escritor solo puede sobrevivir como tal inventando las suyas propias cada día: partiendo de cero».

Licenciada en Filología Románica, fue también una apasionada de la Historia, disciplina a la que dedicó gran parte de su tiempo, sobre todo en la década de los años sesenta. También publicó numerosos ensayos, entre los que destaca, El cuento de nunca acabar, en el que nos cuenta parte de su vida como escritora.

Además del drama de la separación, su vida personal no estuvo exenta de la tragedia. Tuvo dos hijos y ninguno de ellos la sobrevivió. Pero aquello no le impidió —o quizás de alguna manera la estimuló— para mostrar una sensibilidad exquisita cuando, por ejemplo, fue guionista televisiva. Así la percibimos con su trabajo en la entrañable serie “Celia”, emitida por TVE a finales de los años ochenta, en la que se hizo una adaptación de los distintos capítulos de esta obra infantil, escrita por Elena Fortún.  

Para celebrar el centenario de Carmen Martín Gaite, el estudioso de su obra José Teruel —reciente ganador del Premio Comillas por una biografía de la escritora—, publica “Páginas escogidas”, una antología de fragmentos de sus novelas, relatos, ensayos, poemas, discursos y cuadernos personales. Una ventana donde curiosear —entre visillos— el mundo interior de esta escritora que nos dejó demasiado pronto. Hace ya veinticinco años.

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