La contrapropuesta formulada por Luis Mario Sobrino Simal (parte del estudio de su hermano Julián, profesor titular en la Escuela de Arquitectura de Sevilla), publicada en estas páginas de Miciudadreal, sobre La reurbanización de la Plaza Mayor: más allá de unos simples toldos para la sostenibilidad del corazón de la ciudad (27 de diciembre) bien merece un comentario, más allá de los que la noticia y texto, ya suscitó entre parabienes y paramales de los lectores. Parece ser que la oferta-propuesta que realizan los hermanos Sobrino, nace como reacción al entoldado de la Plaza Mayor, que tras muchos años de paralización administrativa se vuelve a activar y trae causa de varios factores.
Yo mismo en estas páginas he defendido la idoneidad de la sombra en varias ocasiones que pueden consultarse en la hemeroteca de Miciudadreal, que van desde 2015 (Toldos y sombras) a 2021 (La Plaza entoldada y Todo/toldo cambiará) y que dan cuenta de la necesidad de la sombra ante los prolongados veranos, si se quiere hacer medianamente habitable y transitable tal espacio central. Como, por cierto, vienen haciendo ciudades meridionales –que Julián Sobrino debe conocer, por el caso reiterado de Sevilla y la sombra repetida del centro urbano–, como casos próximos provinciales: desde Valdepeñas a Infantes. Y esos artículos se produjeron desde la perspectiva de El elogio de la sombra, tanto de Tanizaki como de Oscar Tusquets. Con lo cual, la bondad del sombreamiento perseguido quedaría fuera de toda duda.
Pero ante, todo hay que hacer constar que la propuesta que realiza Julián Sobrino no es, en sentido estricto, una Reurbanización como la denomina, sino más bien un tratamiento superficial de pavimentos y acabados con un algún añadido de ajardinamiento sostenible. Y así declara: “El nuevo proyecto de reurbanización ha de hacerse con una apuesta clara por la sostenibilidad y el bienestar ciudadano, para convertir este espacio emblemático en un modelo de convivencia entre tradición y modernidad”. Y esa convivencia y ese equilibrio entre la tradición y la modernidad –que no se explicita, en que consiste– parecen conseguirse con pocos elementos edilicios, si acaso, con los elementos ornamentales y vegetales y a citados. Por ello: “Uno de los ejes principales del proyecto ha de ser la mejora del pavimento. El diseño actual, duro e impermeable, debe ser reemplazado por materiales sostenibles que mitiguen el efecto isla de calor. Deben sustituirse los actuales pavimentos por otros de alta reflectancia solar y estéticamente atractivos, que contribuyan a mantener la temperatura superficial en niveles más agradables durante los calurosos veranos manchegos. La sombra natural, no la de los toldos, será protagonista de la nueva plaza gracias a la instalación de pérgolas bioclimáticas estratégicamente ubicadas. Estas estructuras estarán cubiertas por plantas trepadoras como la vid, la glicinia y la madreselva, seleccionadas no solo por su resistencia al clima continental mediterráneo, sino también por su bajo mantenimiento y aporte estético”. Incluso, la auto calificación de la actuación que se celebra del futuro redimido desde el pasado: “Con esta intervención, Ciudad Real puede demostrar que es posible mirar hacia el futuro sin olvidar el pasado, creando un espacio más amable, fresco y habitable para quienes lo disfrutan a diario. La Plaza Mayor no solo será el corazón de la ciudad, sino también un símbolo de su compromiso con un urbanismo sostenible y humano”.
Todos estos razonamientos desplegados proceden del movimiento holandés ¿Qué vamos a hacer? (en el original ¿Dus Wat Gaan Wij Doen?) que pretende poner en marcha una cierta revolución verde (así lo llama el artículo de Matías Helbig en El País del 28 de diciembre de 2024). Revolución verde consistente, básicamente, en levantar embaldosados y pavimentos públicos y sustituirlos por zonas verdes, como forma de detener y minimizar la marea de asfalto y hormigón. Que parece que comporta una desproporción entre el calificativo –revolución– y las medidas menores desplegadas. Todo ello, desde la óptica holandesa de “que aumentar la vegetación enfría las ciudades”. Hasta aquí, el razonamiento parece asumible, por más que se omitan algunas observaciones no menores. La primera y más evidente, es la pretensión de aplicar modelos nórdicos en el sur, con las dificultades de adaptación evidentes, dado el salto climático existente. Baste ver que el proyecto de peatonalización de la calle de Toledo se planteó, en principio, con zonas de pavimentos drenantes, provistos de césped en aras de ese intercambio de calor en el balance térmico final de la calle. Que, con el paso del tiempo, no solo se ha secado, sino que se han sustituido por nuevas piezas macizas.
Cuando a las claras el problema histórico de la Plaza Mayor (me remito a mi trabajo La Plaza Mayor: permanencia y transformación, 2021) ha sido más bien otro, que tiene que ver con la desigual estructura de la propiedad y con los avatares formales y figurativos producidos desde los años setenta. Años que se organización con la demolición del viejo consistorio en 1969, y con las vicisitudes desatadas con el levantamiento del edificio consistorial de Fernando Higueras en 1970, que se concluye en 1976. En paralelo se había producido el estudio de la remodelación unitaria de la Plaza en 1973, con el patrón higueriano –y cuyo recorrido ya conocemos de sobra–. Que, además, puede que todo se precipite con la construcción del aparcamiento subterráneo y con la reformas de 1988 (Peris y Velado, como arquitectos). Actuaciones que dificultaron la creación de zonas de sombra interiores –ahora reivindicadas en la propuesta e LMSS-JSS–, al tiempo que dificultaron la renovación edificatoria consecuente y necesaria que se ha arrastrado hasta hoy mismo. Como puede comprobarse con el mantenimiento de la UE-PZA, que a la altura de octubre de 2022 era saludada su modificación, “como un hecho histórico” por boca de la concejala de urbanismo del momento, Raquel Torralbo. “Quien el Pleno Municipal del 29 septiembre ha celebrado –con un optimismo histórico exagerado y desproporcionado– que llegue a término un procedimiento urbanístico anquilosado y entumecido. Pese a su elementalidad conceptual y su escasa complejidad. Que, reconoce enternecedora, “no ha sido fácil”, y que pondrá fin a un problema que lleva veinte años sin solucionarse”. (Histórico relativo, 2 de octubre de 2022).
Y eso, en esencia es la postura defendida por el texto de LMS: menos toldos artificiales y buscar zonas de sombra naturales, obviando otras cuestiones de mayor gravedad. Incluso la hipérbole de la propia conclusión. “Esta propuesta busca transformar la Plaza Mayor de Ciudad Real en un espacio público más sostenible, confortable y en sintonía con su rica herencia histórica, promoviendo al mismo tiempo prácticas ambientales responsables y mejorando la calidad de vida de sus usuarios”. Herencia histórica que, en la propuesta queda reducida a elementos “de la plaza, como la Casa del Arco y el reloj carillón”. Cuando bien a las claras, este es un falso histórico: ni es verdadero ni es histórico. Atribuible, sólo, a la buena voluntad del concejal Rafael Romero.