Manuel Valero.- Hay algo que no logro cuadrar en la lógica de las cosas. Y es la tentación inevitable de la corrupción política que siempre, absolutamente siempre, acaba mal. Como soy de natural preguntón -quizá esa cualidad junto a la literaria me llevó a estudiar periodismo- me lo he preguntado y lo he preguntado por ahí, a personas de mi confianza que merecen mi admiración e incluso a gente del barrio en el bar de la esquina. Las repuestas no me convencen. Desde que es la débil condición humana a aquella otra sentencia brutal que aconseja no estar donde haiga porque los dedos culebrean sin querer. O esa otra aun más pedestre que exonera al político corrupto con el veredicto popular de que le quiten la bailao. Pero no me quedo conforme. Desde que España se hizo democrática han sido centenares e ininterrumpidos los casos de corrupción. Desde los ayuntamientos al Gobierno de la Nación pasando por el partido de turno que lo sostiene. Filesa, GAL, Gurtel, Caso del Lino, Caso Bárcenas, Caso Pujol, Koldo, Ere,s… cito estos por se los más mediáticos. Incluso la Casa Real (Caso Noos) se ha visto empañada por la mano ligera, con princesas divorciadas, maridos en el trullo y con el emérito huésped de larga estancia en los Emiratos Árabes.
Si hacemos un breve repaso no son pocos los nombres que han acabado dando vueltas por el patio de la prisión. No se libró ni el entonces ministro del Interior, José Barrionuevo (por causa más comprensible humanamente: acabar con ETA) ni el cuñado del Rey, Iñaki Urgandarín. Así que si de manera inexorable, inevitable, con la certeza de un final desastroso, con la imagen pública destrozada y el honor mancillado… ¿como es posible que aún haya políticos de alto standing que se dejen corromper si la experiencia de otros casos anteriores es altamente ilustrativa? Quiero decir, el exministro José Luis Ábalos presuntamente implicado en el último caso que nos ocupa… ¿no se acordaba de Rafael Vera, los dos últimos presidentes socialistas de Andalucía, Manuel Chaves y José Antonio Griñán (indultados por el Gobierno después de un amargo cáliz), de Francisco Correa, de Rodrigo Rato, de Luis Bárcenas, cuando el hoy despreciado secretario general del PSOE, se beneficiaba presuntamente de los tejemanejes de Aldama y Koldo?
Yo ceo, después de darle unas cuantas vueltas al asunto y de ver en la televisión la ración diaria del serial del latrocinio mayor, que en determinadas cuotas de poder se debe perder la noción de la realidad, y vivir en una burbuja paralela en la que las mieles son tan dulces que se olvida el amargor de la hiel que es la que siempre, siempre, siempre gana.
Ya lo advirtió Nicolás Maquiavelo y lo acentuó siglos después, el historiador John Emerich Edward, católico de misa dominical: el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. De lo cual se deduce que es imposible ejercer el poder de manera virtuosa, sin dejar en la gatera jirones de honestidad y honradez… o pragmatismo. Así que debe ser eso, la profunda naturaleza corruptora del poder de la que no se libra el poderoso. Y sin embargo, asumiendo que se trata de una consecuencia intrínseca de ese Poder, no se queda uno tranquilo a sabiendas de que tarde o temprano -hoy en día muchísimo más temprano que tarde- el corruptor, los corruptibles y los corrompidos van a acabar igual de mal que otros de altísimo nivel que antes que ellos sucumbieron a la tentación de la buena vida, más patrimonio, mucho dinero y mujeres con champán en los zapatos. A medida que escribo esto me asalta el caso del director general de la Guardia Civil, Luis Roldán, protagonista absoluto de una vergonzosa historia con fotogramas en la revista Interviú.
Vaya por delante que uno no se considera un remedo de Torquemada porque aún creo que la inmensa mayoría de las personas que se dedican a la política son honradas. Puede que haya un porcentaje abultado de incompetentes pero una cosa es la incompetencia pública y otra el delito. Así que no me entra en la cabeza cómo los últimos personajes en colmatar la actualidad y sumar su nombre a esta particular crónica de la infamia no piensan mientras se afeitan, se japotean la entrepierna en la ducha o hacen su primera necesidad sólida en el trono íntimo donde todos somos monarcas, que lo que hoy es dinero facilito mañana es cárcel segura.
¿Que le quiten lo bailao, que no nos pongan donde haiga, la condición humana, la dimensión insondable del poder nefando del Poder? De alguna manera reconforta saber que político que se adueñe de los impuestos del personal acabará tarde o temprano en la picota y con la honorabilidad maltrecha de por vida.
En cierta ocasión un conocido político de la provincia me dijo que la lógica de la política no tiene nada que ver con la lógica de las cosas. Debe ser eso. Como también lo es que hay que ser gilipollas para llevárselo crudo si al final ha de pagar la factura con un IVA altísimo de desprestigio personal. ¿Qué le quiten lo bailao? Venga ya.