Sus señorías suyas

Dice un viejo aforismo oriental que el compromiso de servicio de una persona es mucho más creíble  cuanto mas perjuicio le reporta ese compromiso. Demasiado radical para aplicárselo a nuestros representantes patrios, los cuáles, salvo alguna rara excepción de poco más de mil eurejos en el banco, no escapan mal del continuado ejercicio parlamentario.

Personalmente no tengo nada en contra de los sueldos de diputados y senadores, son unos honorarios establecidos, públicos y ahora también de público patrimonio, pero es inevitable sustraerse a ese efecto de morbosa curiosidad que provoca cualquier cosa relacionada con el ámbito privado de sus señorías. Es como un programa-basura de la televisión-estercolero, aunque en este caso venga rebozada la cosa con la pátina de la legitimidad: al fin y a cabo a nuestros/sus señorías suyas, le pagamos los contribuyentes. 

No llama la atención lo que ganan ni lo que declaran, en ocasiones sorprende la comparativa resultante entre el patrimonio de una señoría con el de otra y  la diferencia de cuentas corrientes, algunas  vulgares de tan corrientes. El punto mórbido está en el cálculo: si lo que tienen se corresponde con el dinero ganado durante las legislaturas que lleven sumadas cada parlamentario, excluyendo en otro apartado, el patrimonio con el que iniciaron la singladura y lo añadido en concepto de herencias y otras bagatelas. Sea como sea, ellas sus señorías, suyas y muy suyas en esto del emolumento parlamentario, tienen su capitalito, de ahí que cuando llegan las elecciones sean muchos los no llamados, pocos los nominados y aún menos, dos o tres, los elegidos.  Cuando se pone al descubierto lo que tienen sus señorías es como si quedasen un poco al socaire del juicio popular. Pero se equivocan quienes piensan que el populacho los increpa por lo ganado, al fin y al cabo cada cual puede hacer con su dinero lo que le plazca, incluso engrasar los mercados para luego meterse con los mercados. (Los mercados somos todos, me dijo un día un nihilista bueno, y en otra ocasión en el ámbito ceremonial de un coche privado escuché medir la importancia de los compañeros con cargo por lo que se levantaban todos los meses, aunque ese detalle no hizo mella en mi por entonces férreo idealismo). Lo que pasa es que hay un matiz mucho más sutil,  Ese matiz es viejo como la luna: el dinero no conoce partidos ni ideologías. Y la coherencia a veces se resiente entre lo que se aparenta y lo que se es. Pero en este país y en esta región hemos aprendido a sintetizar cosas imposibles de casamiento cuales  hípicas, joyas, nobleza y patrimonio con socialigmo sin que se nos enrojezca la piel por ello. Que con su pan y mi dinero se lo coman.

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