Pensar antes que gritar

Llevo tiempo dándole vueltas a la idea de una síntesis entre izquierda y fe,  limpia de prejuicios y apriorismos. Para empezar, debo constatar que no es un hecho imposible, ya que conozco a personas que tienen compromisos políticos netamente de izquierdas, y sin embargo no ocultan su condición de creyentes en la fe de Cristo… aunque acto seguido se distancien de la jerarquía que gestiona esa fe o muestren su simpatía por la versión teológico-política de la Liberación para validar la  fusión marxismo-cristianismo.

Pero no: se puede ser comunista a fuerza de cristiano;  jamás cristiano a fuerza de marxista. Ocurre también que en este preciso instante de la Historia, la confesión católica sigue activa en su propio devenir, en tanto que otras praxis sociales sin cabida para la trascendencia, han dado con sus huesos en la trastienda de la Historia. Es verdad que la Iglesia tiene, como institución conformada por seres humanos, una historia en la que también se alternan los capítulos obscuros y aborrecibles  con los luminosos y admirables, como es cierto que ha sido la única institución capaz de pedir públicamente perdón por sus errores, tesitura improbable e imposible  en otras filosofías liberadoras del hombre.

La inercia de identificar la Iglesia con el antiguo régimen mostrando la cercanía a la misma de los actuales  líderes de la derecha, es uno de los argumentos recurrentes de los medios e intelectuales de izquierdas, apreciación inútil que se estrella contra la sopa multirracial, intercontinental y universal de la gigantesca grey que ha acaparado estos días la campa de Cuatro Vientos. No deja de resultar curioso que ambas opciones vitales, una para este mundo, el marxismo y todos sus flecos de altermundismo laico, y otra, el cristianismo, también para este mundo, pero,  para el creyente, igualmente para el otro, persiguieran lo mismo: la internacionalización, o que hoy llamamos  globalización. Al parecer, sólo la opción b lo va consiguiendo. Por eso, reitero, que identificar en 2011 compromiso cristiano con una determinada opción política, o peor aún, con una determinada secuencia de la Historia, es  una obsolescencia argumental que demuestra la inanición dialéctica de la izquierda sobre el particular religioso.

El cristianismo es hoy global, mientras el marxismo-comunismo se mantiene redivivo en una socialdemocracia que extrae la parte más humana de una revolucionaria y novedosa  teoría política y económica, sí, pero de una desacertada filosofía del hombre. El mundo ha experimentado dos proyectos sociales históricamente recientes, construidos sobre la ausencia plena de Dios: el nazismo y el comunismo.

En cuanto se suplantó la superestructura religiosa por un hombre nuevo radicalmente arreligioso o se adoró al superhombre nazi se derivó hacia la peor de la alienaciones: la deshumanización.  La eliminación del opio del pueblo dio paso al absurdo de la tiranía del pueblo sobre sí mismo y la sacralización de la raza al exterminio sistemático del prójimo. La socialdemocracia adecentó el tránsito hacia la justicia social  respertando la pulsión religiosa o de trascendencia, esencial en la naturaleza humana.

Además, la socialdemocracia, mantiene más de una concomitancia con la religión que profesan  los jóvenes de la JMJ. Viene esto a colación de la JMJ, precisamente,  y la visita del Papa. A estas alturas les supongo informados de todo cuanto ha acontecido, de cómo ha sido tratada la actualidad pastoral en los diferentes medios, las opiniones de todo el arco ideológico-mediático, e incluso,  la lectura política o partidista de un acontecimiento sin parangón que no conoce ninguna diferencia en razón de sexo, cultura, condición social o ideología. Muchos habrán sido un poco más felices por una semana, o un poco menos infelices;  otros habrán vomitado literalmente,  y no habrán faltado los indiferentes. Pero los hechos son los hechos y los argumentos, los argumentos. La reunión de centenares de miles de cristianos que hacen pública su confesión, que se comprometen a no quedarse en la catacumba del salón de casa o la iglesia parroquial y que, como cualquier otro colectivo, lo hace en el ágora para que todo el mundo los vea,  a uno le hace, por lo menos, pensar y meditar en el hecho de que esa confesión siga viva en el corazón de la Historia. ¡Con la  de  intentos que ha habido por hacerla desaparecer del mapa, la memoria y la conciencia!

Me resulta enormemente perezoso contemplar lo acaecido desde la alicorta mirada de la política. Lo que ha ocurrido estos días en Madrid y Cuatro Vientos no es ningún mitin que se desactiva pasadas unas fechas, es algo más. Respeto  a quienes han criticado honestamente la JMJ, considero descolgados históricamente a quienes en el fondo han vociferado contra los cristianos a quienes odian, presumiendo de una rebeldía y modernidad caducas, y me apena la carencia de argumentos sólidos de los pensadores de la izquierda que desde sus tribunas libres y rutilantes llegan a afirmar que el Papa ha venido… a exorcizar España. Suelen ser aquellos para quienes el ataque a la Iglesia y lo que representa, o sea el ataque a miles de millones de creyentes, sigue siendo un salvoconducto de pureza ideológica. Porque es la idea y el compromiso cristiano lo que algunos tratan de socavar por más que insistan en  la cínica distinción entre fieles y curia.

La tolerancia es lo que no tiene este país acostumbrado a bipolarizarlo todo.  Lo que ha incordiado no ha sido el fasto sino la mera presencia mediática mundial de centenares de miles  de jóvenes que optan por otro registro de vida.  Al fin y al cabo, la cosa se resume en un mandato muy sencillo de enunciar y muy complicado de cumplir porque apela a la tolerancia suma: Ama a Dios y al prójimo como a ti mismo. Hay miles de millones de almas que con mayor o menor compromiso quieren al menos intentarlo por encima de ideologías  o cohabitando con la ideología que simpatizan.

El intelectual comunista, político y escritor francés André Malraux dijo que “el siglo XXI será el siglo del espíritu o no será”. También está escrito que Cristo permanecerá con los suyos hasta el final de los tiempos y que las fuerzas del mal no prevalecerán contra la Iglesia. 2011 años después, de momento, todo se cumple, de la misma forma que 2011 años después aún hay gargantas que exigen más leones para los cristianos. ¿Y si al final, ellos, los cristianos tuvieran razón? A uno, todo esto le hace pensar. Al menos mientras se piensa no se grita.

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