César Muñoz Guerrero.– Mañana del sábado, 16 de noviembre. Vamos en tren a la presentación de Matías en Manzanares. Matías es nuestro querido escritor Matías Martínez Armero, natural de Argamasilla de Alba, residente durante dos décadas en Manzanares y luego transeúnte por el mundo por cuestiones de principios y trabajo. Quizá esto justifique mejor que nada el uso del término “transeúnte”, que a él igual le recuerda al “meteco” de la canción de Moustaki.
Matías presenta su libro más reciente, el tercero, en este caso de relatos, después de dos novelas. Se titula Un ataúd enorme y otros relatos y tras la acogida que está teniendo entre sus lectores, promete reincidir en el género.
Llegados a Manzanares todavía no es ese momento del otoño en que la niebla cubre tantos municipios de la Mancha en las horas más frías de la noche y la mañana.
Pero sí hay una niebla gris que hace más acogedor si cabe el interior de cafeterías como El Horno de Esther, donde los cruasanes llaman. O el bar Tapi Tapitas, en la Plaza Constitución, esquina Carmen con calle de la Cárcel.
Esperando no ser conducidos por la autoridad pertinente a esta última, acudimos al bar mencionado a tomar café tras localizar el sitio de la presentación, el Centro Cultural municipal La Ciega.
En la tertulia del café estamos con Juanma, Ignacio y el propio Matías. Se habla de cine, abundamos en Humphrey Bogart, pero en ese momento no recordamos el título de En un lugar solitario, que Ignacio comenta con entusiasmo.
Se acerca la hora del acto. Miguel Ramírez, del grupo organizador Acicate, explica antes del comienzo que estamos en una casa del XVI, donde se dice que durmió Teresa de Jesús en uno de sus viajes abriendo conventos, en aquel caso en Jaén. En su momento tuvo una bodega a capricho de la dueña. En 1994, una escuela taller del Ayuntamiento la apuntaló. “Aquí se hizo vino hasta 1900 y se ha vuelto a hacer en 2022”, de forma totalmente artesanal, cuenta Miguel. ¿Y cuando no había? “Bebíamos vino de La Solana”.
Ya llega el momento, Matías con gorra guevariana y aspecto de verdadero exiliado en Francia.
Recuerdo qué relatos preferí en el momento de la lectura, hace algunos meses, cuando nos dio la rigurosa primicia. ‘Un ataúd enorme’ con su misterio, sus personajes vagabundos y sus persecuciones. ‘El vuelo de los buitres’ con sus senderistas histriónicos y su extraña parábola humana. Este me pareció impactante y perturbado. ‘Calor’ apocalíptico y genial. ‘La sensación de volar’ casi un poema, y ‘La primera visita de la muerte’ igual. De los cuentos de cuando Franco, el del loro cantor y el complot comunista. ‘Un hombre baja por la carretera’. ‘El adivino y el rey de Francia’. Y la ‘Fábula del burro y el león’ es muy de su autor.
Matías faena correctamente y al final ofrece un turno de preguntas bien aprovechado por la asistencia, aunque estas cosas siempre saben a poco por muy bien que se den bien. Luego un pequeño aperitivo.
Ante la avalancha de fans que asaltan al protagonista, abordamos a su hermano Juan Vicente, a quien queríamos conocer desde hace tiempo. Es interesante la conversación. Se corta cuando se tiene que ir Juan Vicente para pillar el tren en hora, como nosotros haremos después.
Mientras Matías acompaña a Juan Vicente a la estación, se habla de ir a comer. Se opta por la Plaza Constitución. Y se tratará, involuntaria pero gratamente, del Tapi Tapitas de por la mañana.
Allí se forma una animada tertulia con Miguel, Jesús, María, Matías, Ignacio, Gabi y Juanma. Llegan ensaladas y fuentes de huevos rotos y croquetas, salen a relucir Cuerda, Almodóvar y Borges, la tarde promete…
Hoy Matías no es que piense en los viejos amigos como en la canción de Loquillo, es que está rodeado de ellos, compañeros de viaje.