El domingo pasado leía, en un diario de tirada nacional, que dentro de unos días nos habremos olvidado de lo que está ocurriendo en Somalia, Kenia, Etiopía y Djibuti. Paises que están viviendo las consecuencias de una sequía que ha agravado la situación de crisis que venían padeciendo y que en algunos países es la más grave de los ultimos 60 años. Una lista de países a la que hay que añadir Tanzania y el recientemente independizado Sudán del Sur.
Asimismo, la cifra dada por UNICEF que habla de que más de 720.000 niños corren el riesgo de morir de desnutricion si no reciben ayuda inmediata, es cuando menos espeluznante.
Y por otro lado, Cáritas nos dice en su primer informe sobre esta situación, del pasado 21 de julio, que la hambruna afecta a 4,5 millones de personas en Etiopía; 2,9 millones en Somalia, 120.000 en Yibuti; y se prevé que esta cifra alcance los 3,5 millones en Kenia, sin contar con los afectados en Tanzania, Uganda y en Sudan del Sur. En total, más de 14,5 millones de personas afectadas.
Finalmente, según datos de Naciones Unidas, se necesitan 1.870 millones de dolares para intervenir en esta tragedia. Hasta el momento esta cifra se ha cubierto sólo en un 45%.
Todas estas cifras, que ponen en evidencia la trágica crisis mundial a la que nos estamos refiriendo como la crisis del cuerno de africa, me hace reflexionar sobre nuestra crisis y las respuestas que estamos dando desde los países del norte.
Con solo 1.870 millones de dolares, dice Naciones Unidas, se podrían paliar los efectos de la situación actual, aunque no resolver. Sin embargo, andamos ocupados, en nuestro primer mundo, en nuestra España, buscando soluciones a “nuestra realidad”.
Esta misma tarde, cuando escribo esta reflexión, los consejeros de hacienda de las autonomías, se reúnen en el Ministerio de Hacienda, para buscar soluciones a la financiación. Es lógico que busquen salidas a una situación difícil. Más yo añadiría, que la busqueda de las soluciones nos incumbe a todos, porque todos hemos sido cómplices, al menos, del derroche en el que hemos vivido en los últimos años.
Sería lógico, también, que algún lector pensara que es más urgente, incluso importante, solucionar nuestros problemas y después arreglar, si podemos, los problemas de los demás.
Pero hay algún matiz que conviene recordar. Y es que la situación de crisis que viven muchos países de Africa, no es consecuencia de “sus problemas” sino de los problemas de todos. Los intereses económicos, políticos, sociales de los países del norte, entre los que estamos, han conducido, a lo largo de los años, a que los países del sur vivan en una crisis permanente.
Me entristece comprobar que no vamos a ser capaces de buscar soluciones a nuestra crisis de valores, más que de dineros, desde una perspectiva global. Buscaremos soluciones temporales y parciales, ayudando a las entidades financieras, al mercado, para que los estados tengan que doblegarse ante ellas, una vez más, para hacer frente a sus obligaciones. Será el mercado, siempre el mercado, mientras no aprendamos la lección, quien marque los destinos de los pueblos.
Pero me satisface enormemente que haya organizaciones, como Cáritas y Manos Unidas, que nos recuerdan que, a pesar de la situación que vivimos hoy, hay miles, millones, de hermanos nuestros que están en las peores condiciones. Conviene no olvidar esto, porque si lo olvidamos estaremos siendo cómplices, de nuevo, de la tragedia de estos países. Nuestra indiferencia o nuestro olvido nos hace responsables de la muerte de millones de personas.
Para todos es una obligación ética atender a los empobrecidos, pero para los creyentes, sería ir en contra de los planes de Dios si no somos capaces de alzar la voz con la única consigna de que otro mundo es posible. Y Dios quiere que así sea. La categórica frase de Jesús de Nazaret, “Dadles vosotros de comer…” nos invita a responder.