Epílogo. X Festival de Poesía Visual

Tres son los significados comunes otorgados a la voz Epílogo, que ha dado nombre a la última entrega del Festival de Poesía Visual (FPV) de Torre de Juan Abad en 2024. La primera alude al ejercicio de “Recapitulación de lo dicho en un discurso o en otra composición literaria”, por ello “Resumir lo contado y expuesto”. La segunda, anota su significado a la “Última parte de una obra, en la que se refieren hechos posteriores a los recogidos en ella o reflexiones relacionadas con su tema central”. Y, finalmente, la tercera marca la línea de la Retórica y cuenta el Epílogo como peroración; que se bifurca a su vez en dos sentidos: la “Última parte del discurso, en que se hace la enumeración de las  pruebas y que se trata de mover con más eficacia que antes el ánimo del auditorio”; y la “Parte exclusivamente patética de la peroración”. Que cuenta, entre nosotros la peroración, con un sentido más despectivo que  retórico, como fija María Moliner, en el “discurso largo y aburrido. El DRAE añade un cuarto aspecto del Epílogo como simple enumeración, que a mi juicio es más un balance que una síntesis. Dicho todo esto, para dejar constancia de la clausura y cierre de una actividad tan secreta como relevante, tan soñadora como reflexiva.

Y es que el pasado día 5, tenía lugar la despedida del  Festival de Poesía Visual (FPV), que durante diez años –desde 2014, ¿quién lo diría? – ha venido celebrándose en Torre de Juan Abad, de forma ininterrumpida, con la salvedad del año 2020, pandemia mediante. Todo ello de la mano del infatigable –hasta ahora lo ha sido, en adelante ya veremos lo que nos deparan los años venideros y postepilogales– José María Guijarro, torreño de nacimiento y artista universal como puede demostrar un rastreo por su trayectoria, desde sus apariciones en la galería  Fúcares, sus estudios tempranos en Kassel, y más tarde en Düsseldorf, donde entra en contacto con Heinrich Heil y su compañera, la coreógrafa coreana Soon Jin Yim-Heil. Quienes –según contaba Guijarro la noche del Epilogo, como otro epílogo– fueron, en buen medida, responsables de la experiencia inicial del FPV y de su arraigo en lugar tan alejado de tantas querellas modernas y contemporáneas. Incluso Wikipedia anota esos orígenes desde Alemania al Campo de Montiel: “Este Festival surgió en una conversación en Düsseldorf entre Soon Jin Yim-Heil (coreógrafa y bailarina, coreana), Heinrich Heil (escritor y teórico del arte, alemán) y José María Guijarro escultor y filósofo (vecino de Torre de Juan Abad). Con la idea de celebrar en un pequeño pueblo, donde pasó gran parte de su vida el poeta barroco Francisco de Quevedo, unas jornadas dedicadas a la poesía visual, entendida no como poesía escrita para los ojos, sino como expresión poética más allá del texto leído y conectada con el resto de las disciplinas artísticas: danza, escultura, música, video…

Lo sorprendente de todo ello, no solo ha sido el excelente nivel alcanzado en las distintas celebraciones, que han sabido combinar la danza, la representación teatral, el espectáculo musical, la recitación poética, los performance, la fotografía, las anotaciones plásticas y las proyecciones audiovisuales. Se puede consultar una colección de DVD de las cinco primeras convocatorias del repetido FPV como recordatorio y como justo Epílogo del primer quinquenio. Lo sorprendente ha sido, durante todos estos años, que tales celebraciones hayan tenido lugar en un enclave alejado de las decisiones centrales y centralizadas del ombligo cultural. Todo ello, como muestra de las dificultades culturales de la España vacía y en trance de despoblación. Baste anotar que la población de Torre de Juan Abad– como ejemplo puntual pero representativo de la comarca–, ha pasado desde el momento estelar en la década de los cincuenta – más de 4.000 habitantes– a la actualidad, con menos de 1.000, una pérdida del 75% de su población. Y ello comporta no solo un reto de organización, constancia –nombrar también a la Asociación de Amigos del Festival de Poesía Visual– e interés, sino también un gesto de airado desdén y de apuesta optimista fuera de los cauces oficiales subvencionados y altamente previsibles. Tan a contramano como muchas de las historias que han arraigado en el Campo de Montiel entre santiaguistas y quevedianos. Gesto de airado y apuesta optimista, que formula el programa –lo repitió in situ JMG– por boca de Robert Musil en El hombre sin atributos: “¿Qué queda del arte?. Quedamos nosotros transformados”.

Más allá de alguna gestualidad celebrativa en Villamanrique y las jornadas manriqueñas; en Montiel y sus recreaciones históricas en torno al castillo de la Estrella; de los tópicos de los calendarios festivos de romerías y ‘Borricás’ de Torrenueva; o de la centralidad cierta y menor de Villanueva de los Infantes, donde ya JMG expuso, en 2009, en  la Alhóndiga, la muestra Esculturas y dibujos (trabajos sobre el lenguaje), y donde hay que mencionar también el  esfuerzo parecido, de Pepe Buitrago y su apuesta por el Centro Cultural Dados Negros, todo se nos asemeja a un territorio fantasmal y afantasmado. Como muestran las fotos mismas del catálogo de la exposición de JMG en Burgos en el CAB (Centro de Arte Caja Burgos) 2010, que ya expone un camino, una geografía y un abandono. Justamente en ese contexto de la CAB tuvo lugar, cierto germen de lo que vendría después, ya en 2014, con el performance Próxima estación, protagonizado por Soon Jin Yim Heil y con el texto de Heinrich Heil, De los pies a la cabeza, como un anticipo de las sesiones venideras. De todo ello, se publicó un excelente catalogo que permanece como documento revelador, y que conservo dedicado por JMG y fechado el 1 de abril de 2011. Como ahora conservo el abrazo de despedida.

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