Zapatero es un presidente que, por su frivolidad y por su irresponsabilidad, ha perdido su crédito y genera desconfianza. Un presidente amortizado que los socialistas no saben cómo quitarse de encima. Con él, para las próximas elecciones, nadie quiere hacerse la foto (véase a título de ejemplo la ceremonia socialista del pasado domingo en Alcázar de San Juan). Pero, por mucho que sus correligionarios pretendan darle de lado, lo que está meridianamente claro, es que, las trastadas de su gestión, ni las ha hecho él sólo, ni las ha consumado solamente en los últimos meses. En ellas han colaborado otros muchos socialistas, entre los que, sin duda, ha destacado José Mª Barreda.
Que al presidente regional el plebiscito del próximo 22 de mayo lo tiene de los nervios es evidente, pero no es de sentido común que, desquiciado, viendo lo que se le viene encima, un hombre que durante tantos años ha estado trabajando codo con codo con Zapatero, que ha estado pegado a él como una lapa, que ha sido uno de sus más fieles e incondicionales colaboradores y que, hasta ayer, sacaba pecho de ser uno de sus hombres más cercanos, precisamente ahora, cuando el barco se hunde, haya perdido los papeles y, renegando públicamente del otrora líder interplanetario, se dedique, políticamente hablando, a tirarle los tejos tanto a Chacón como a Rubalcaba.
Tomándonos por tontos, trata, con insistencia cansina, de hacernos creer que su estilo de gobierno es diferente, pero, como la gente no olvida lo que no puede olvidar, se acuerda de que ha sido precisamente él, a Barreda me refiero, con el beneplácito de Zapatero, quién a los castellano manchegos nos ha llevado a un estado catatónico.
Hasta hace poco Barreda nunca se había quejado de nada, lo que denotaría que, o le ha faltado coraje o ha ido a contrapelo, características poco adecuadas para el presidente que necesitamos en Castilla-La Mancha y, ahora, viendo el daño electoral que le provoca seguir gobernando de la mano de Zapatero, ha puesto en práctica una apostasía política que demuestra una falta de principios como la de Groucho Marx cuando decía: «Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros».
Las razones de su felonía son tan elocuentes que delatan a un hombre desesperado al que sólo le guía su afán de permanencia en el poder. Pero, con su deslealtad, los resultados que está teniendo no pasan de escaramuzas, ya que, como no se puede dar marcha atrás a las manecillas del reloj del tiempo, nadie se olvida ni de las chapuzas que han dado al traste con la CCM, ni de la despiadada congelación de las pensiones, ni de la irresponsable derogación del Plan Hidrológico Nacional, ni de una política agraria que ha llevado a los agricultores a la ruina, ni de que, en Castilla-La Mancha, tanto el paro como el déficit que estamos soportando son los peores de toda España.
Con su histriónica apostasía, Barreda, en vez de soltar lastre, lo que realmente está consiguiendo es, además de triturar la poca imagen pública que le queda, dejar claro que cada vez se parece más a Zapatero. Y conste que el parecido no es precisamente en la forma de las cejas, si no en que ambos, donde ahora dicen digo, luego dicen Diego.