Manuel Cabezas Velasco.- En los tiempos en los que aquella ciudad se estaba viendo asaltada por los monjes soldado que la circundaban, se atisbó cómo una muchacha echaba a correr casi sin resuello hasta que alcanzó el objetivo deseado, la casa de su hermana. Inés era el nombre de la joven. Y de la señora de la casa, María.
Llamó repetidamente a su puerta, producto de la desesperación de no se sabía qué razón. Poco tiempo después fue respondida, abriéndose en ese momento la portezuela.
– ¿Qué te ocurre, chiquilla, para que vengas tan acalorada? ¡Para un poco, pues nada puede ser tan urgente como para venir tan desbocada y entorpecerme en las labores de lo que estoy tejiendo!
– Espera un momento, María, ¡pues no puedo aún hablarte! – refirió casi sin aire la que hasta hace poco había sido una niña y comenzaba a mostrar signos de que ya se estaba convirtiendo en una auténtica mujer –. ¿Como te explico yo para que me entiendas, hermana?…
» Acabo de enterarme de que en el mercado se ha hablado de que unos visitantes han llegado a nuestra ciudad, tratándose de ocultar lo más posible, y que están preguntando aquí y allá por miembros de nuestra comunidad. Según me han podido relatar, por las vestimentas que portaban, parecían ser religiosos cristianos, aunque no simples monjes sino como si ocuparan algún cargo de cierta importancia o que tuviesen algún tipo de encargo de alguien importante. Pero poco más he podido averiguar, pues cuando me enteré de que buscaban a Sancho de Ciudad y a todos aquellos que se reunían con él, pensé inmediatamente en ti. ¡También vendrían a buscarte!
– ¡Acabáramos! Ahora tienes que estar calmada, ya que antes de que tú lo supieras, mi buen amigo De Ciudad ya me comunicó con su criado la posibilidad de que aconteciera algo parecido. Todo obedece a la mente del malnacido del arzobispo Carrillo por lo que estamos en esta situación. Jugó malas cartas en la guerra entre Isabel y su sobrina La Beltraneja y ahora quiere estar a bien con la que se convirtió en sucesora del rey Enrique. En este momento has de estar tranquila, pues ya Alonso y yo estábamos lo sabíamos todo. Por ello, incluso teníamos preparado algún posible plan de fuga, por si fuera necesario.
– ¿Y por qué no me habías dicho nada hasta ahora, María? ¿Acaso Catalina sí lo sabe y soy yo la última en enterarme de las cosas?
– No te preocupes, pues Catalina sí lo sabe al igual que yo, pero no le he contado todos los planes al detalle. ¡Ya sabes tú la cabeza y la lengua que tiene nuestra hermana como para guardar secretos! Y, por cierto, ¿dónde se ha metido? ¿Acaso no había ido al mercado acompañándote para comprar aquellas cosas que os encargué para preparar el Shabat de mañana? Pues a ti te veo con pocos bultos en las manos ¿Dónde se encuentra el resto?
– Lo siento, hermana. Creo que me dejé la comida por algún lado que ahora no recuerdo. Las prisas…
– Parece que tu hermana te está contagiando sus malos hábitos. ¡Mala cabeza tienes chiquilla pues aún eres demasiado joven!
– No te preocupes, María. Iré a por ello enseguida.
– ¡Ni lo sueñes, Inés! Te vas a estar quietecita ahora, no sea que te pillen los religiosos de los que te hablaron y ya sí que tendríamos problemas. Y, ya que estás aquí, me viene muy bien tu ayuda para tejer porque como tus manos son más pequeñas y eres más ágil. ¡Vamos a seguir con ello!
MANUEL CABEZAS VELASCO