La participación de los ciudadanos en la elección de los responsables de gobernar y administrar las instituciones públicas es la base de nuestro sistema democrático, y nos une al mundo occidental en el que nos encuadramos plenamente desde hace más de treinta años. Sin embargo, un sistema democrático precisa algo más que unas votaciones limpias. Precisa de mecanismos de control que eviten, entre otras cosas, la formación de élites y grupos de poder que adquieran el control de los entes democráticos y los desvirtúen en pos de beneficios privados de terceros.
Cuando esto se produce de forma continuada y la política es monopolizada por determinadas fuerzas la democracia se devalúa, produciéndose una peligrosa deriva hacia la comúnmente denominada “partitocracia”: una forma de gobierno donde las oligarquías partidistas asumen la soberanía, excluyendo del sistema a los otros partidos, fijando sus objetivos prioritarios en sus propios intereses, y colocando en una posición secundaria los intereses comunes de todos los ciudadanos.
Ésta es la peligrosa situación que vivimos actualmente en Castilla-La Mancha y en toda España, y que, lejos de ocultarse o disimularse, es exhibida sin tapujos por los dos partidos que dominan y controlan el panorama político. Constituyen ambos ya una nueva clase, la “clase política”, término que aceptan con agrado. Monopolizan todo el espectro ideológico aceptado por la mayoría de los españoles, desde la “izquierda” hasta la “derecha”, cuidando siempre de dar una imagen de suavidad lo suficientemente ambigua como para, sin poner en riesgo el voto de sus grupos de presión, poder aludir constantemente “al centro”, tratando cínicamente de apropiarse de cuantos votos puedan. Ambos partidos se cuidan de ocupar en exclusiva estas posiciones, exceptuando al resto de formaciones políticas por falta de sitio y, en otros casos, proyectándolas a los extremos donde apenas les causan inquietud.
Ambos partidos, para un mayor control de la situación, mantienen una rígida endogamia, auto-regenerándose a partir de sus movimientos juveniles o “juventudes”, compuestas por individuos disciplinados, inmersos en la masa, sin ideas propias ni capacidad de crítica, hipnotizados por el líder de turno, al que muchos de ellos contemplan como el dispensador de una posición política que les permitirá gozar de comodidad el resto de sus vidas.
Este es el panorama “partitocrático” en el que estamos sumidos y que, a grandes líneas se definiría por las siguientes características:
• Control del arco político desde la “derecha” a la “izquierda” moderadas, procurando la exclusión de cualquier fuerza política emergente que pueda hacer la competencia, para lo cual se utiliza un sistema electoral absolutamente injusto.
• Control, para conseguir lo anterior, de los medios de comunicación privados mediante la dispensación a su arbitrio de publicidad institucional y el dinero que esto supone, además del control de medios de comunicación públicos y manipulación de los mismos.
• Disposición de grandes sumas de dinero gracias a que siempre hay instituciones privadas dispuestas a financiarles.
• Profesionalización de la política que, lejos de ser una ocupación coyuntural, se convierte en un oficio bien remunerado que otorga poder y prestigio de por vida.
• Acuerdo de ambos partidos para legislar en su propio beneficio, otorgándose altos sueldos, complementos, dietas y pensiones, aún cuando la situación del resto de los ciudadanos sea crítica.
• Creación de empresas públicas y otras instituciones similares, casi siempre innecesarias, para recolocar a aquellos miembros de la clase política que deben abandonar los cargos en la Administración.
• Formación de jóvenes disciplinados y carentes de capacidad de crítica para servir y perpetuar al sistema. A algunos se les concede prematuramente cargos de gran responsabilidad, con el fin de motivar y mantener “en tensión” a todos los demás.
Ante este panorama, que no se oculta sino que se exhibe sin vergüenza e incluso con arrogancia, se explica fehacientemente el por qué los españoles consideran a la “clase política” un problema de difícil solución, por lo que es evidente que se precisa una REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA.. A día de hoy tan solo hay un partido político, Unión Progreso y Democracia (UPyD) que incluye en su programa y en su estructura argumentos de regeneración democrática que sirvan para acabar con todo este cúmulo de problemas. Un término que utilizamos ya en nuestro Manifiesto Fundacional en el que se definía la actual situación, justificando su creación precisamente para abordar el problema del déficit democrático español.
Sin embargo, “Regeneración Democrática”, además de ser uno de los principios fundacionales de UPyD, parece ser un término atractivo y electoralmente rentable. Tanto es así que últimamente se lo hemos escuchado a Rajoy (PP) y a Cayo Lara (IU), los cuáles quizá debieran explicar la contradicción de hablar de Regeneración Democrática y, al mismo tiempo, dejar sola a Rosa Díez en el Congreso cuando propuso acabar con los privilegios de los diputados.
La REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA es necesaria, esencial para nuestra democracia. Por ello es preciso que este concepto, que no es un mero “chascarrillo electoralista”, cale hondo, y asistamos a una revolución desde abajo, desde los ciudadanos, que son los únicos que pueden romper el rígido bipartidismo que amenaza con destruir la auténtica democracia en España. Esto únicamente se conseguirá con la inclusión en el arco parlamentario municipal, autonómico y nacional de aquellas fuerzas políticas que realmente quieren regenerar la vida política española. Algo que, a pesar de la injusta y tramposa Ley Electoral vigente, vamos a conseguir en las próximas elecciones.