Con dos palmos de narices se han quedado los socios del CD Puertollano. Su presidente, Fernando Sánchez Mora, ha sido el inocentón de una comedia de Mihura: la víctima de Kamy Rashidi, que se bajó del AVE como un trilero del Far West prometiendo el oro que cagó el moro y toda la plata que parió la gata. Y las buenas gentes de Puertollano, arrebatadas en la desesperanza de un náufrago agarrado a la espuma del mar, le creyeron, y le aclamaron como a un césar, y le bendijeron con los laureles de los antiguos héroes.
Pero al cabo, la ciudad industrial se ha convertido en el escenario de una desternillante chirigotada, en una nueva Villar del Río al más puro estilo berlanguiano. El dramatismo de la situación económica del club, fruto de la gestión de su anterior presidente, José Antonio Navarro, palidece ante el jocoso chasco del Mister Marshal oriental. Todopoderoso Zeus mutado en pícaro Hermes. Rashisi, supuesto representante de un misterioso grupo procedente de Emiratos Árabes Unidos, iba a traer divisas pa quien toree mejor corría, y medias y camisas pa las mocitas más presumías, pero acabó esfumándose entre el mismo humo que intentó vender.
Rashidi iba a venir, olé salero, con mil regalos, y a las niñas bonitas iba a obsequiarlas con aeroplanos, pero la comedia le ha reservado otro papel no menos trágico que al del equipo azulillo: el del aventurero de frontera, el soldado de fortuna desesperado por hacer negocios que le salvaran de sí mismo. Y la crisis ha unido finalmente los destinos de club y empresario, fagocitados ambos por el ojo del insaciable tifón de las deudas.
Todo el mundo es bueno, pero Sánchez Mora es mejor. Es el alcalde encarnado por Pepe Isbert, un beato mártir de su propia confianza en la providencia redentora del petrodólar. Lástima que al presidente y a la junta directiva se les pasara por alto el rocambolesco pasado y la vaporosa naturaleza de los proyectos del empresario iraní, quien, tal y como advirtiera este digital a los pocos días de su aparición mediática, pocas garantías de liquidez podía ofrecer desde el principio.
Aunque la pavorosa situación económica del club es responsabilidad de la gestión de la anterior directiva, el supuesto valimiento del capital árabe fue la baza ganadora para Sánchez Mora en el camino a la presidencia frente a su adversario, el abogado puertollanero Dámaso Arcediano. Ahora, aparentemente consumada la huida del legendario inversor extranjero, cabe dilucidar dónde empieza el engaño del iraní y acaba la candidez del presidente; dónde la buena voluntad de Sánchez Mora y la actuación temeraria de una directiva que no supo, o no pudo, retirar el palio a los triunfalistas anuncios jaleados, también, por unos socios confiados.
Al final, todos culpables. Unos por cándidos y otros por ciegos. Todos, condenados por confiados.
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