Me parece que he entrado en la tercera edad. El mundo cambia, y no me identifico con muchas de las cosas que ocurren. Nostalgia, tal vez. Si el mundo de las generaciones precedentes a la mía estaba muy lejos de estimularme, el que ahora veo a mi alrededor es muy diferente. Recuerdo canciones infantiles en mi infancia que hablaban de gatos que se comían a los ratones. Hoy no quedan ratones, salvo en zonas muy marginales, y los gatos callejeros han cambiado su menú por el pienso que encuentran en los parques. Siempre hubo nuevos paradigmas. Hubo una generación que copiaba el modelo que emergía de las películas norteamericanas, o de la revolución cubana. En la siguiente (la mía), fue la televisión. Ahora, el modelo de los jóvenes está en internet y las redes sociales, diseñadas para adaptarse a la personalidad del usuario, y con un desarrollo de la inteligencia artificial que ajusta más aún la adecuación de las búsquedas y sus respuestas, con posibilidad de falsear la realidad e inducir a un comportamiento determinado. Después de lo visto en estas elecciones, me parece que la manera de entender la democracia en las generaciones más jóvenes que se incorporan al censo electoral dibuja un mundo muy alejado del que conocí, y que ya no volverá. Lo mismo que le sucede al planeta.
Diez años después del inicio del reinado de Felpe VI, y de la irrupción de los partidos de la Nueva política (consecuencia del estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008, y los recortes, en paralelo al rescate de las cajas de ahorro cuya mala gestión provocó una crisis en el sistema bancario), las elecciones europeas confirman la defunción de Ciudadanos y la irrelevancia de Podemos. No fue por un acoso exterior, bastó dejarles solitos para asistir a su autodestrucción. En un país polarizado a causa de la crispación, la llamada al voto útil ha resucitado. Pero sospecho que las nuevas generaciones, en general, siguen sin identificarse con los viejos partidos, PSOE y PP. Esta vez, el relevo del populismo de Vox lo ha recogido un tal Alvise, que ha obtenido 3 diputados con una candidatura llamada “Se acabó la fiesta”, con una campaña hecha a través de las redes sociales. No doy crédito a que el populismo tenga cada vez más aceptación. Veamos algunos capítulos de esta fiesta en la agenda local (no europea): medio rural, vivienda, estado del bienestar, demografía.
En zonas tradicionales de minifundios, la propiedad de la tierra se está concentrando cada vez más en pocos propietarios, también debido en parte al envejecimiento de la población rural. Con una enorme extensión del país dedicada a la agricultura, el agua es un problema, cada vez hay menos… pero cada vez hay más regadíos, porque son más rentables: España es el principal exportador mundial de frutas y hortalizas. Mientras tanto, los populistas niegan el calentamiento global y la escasez de agua en España, y prometen que, si obtienen un apoyo electoral conveniente, ésta volverá a brotar. Un milagro de dimensiones bíblicas.
Los desastres climatológicos (sequías, danas, etc.) afectan a la baja producción y a los precios en origen. Como además los agricultores siguen dependiendo de los intermediarios para llegar al mercado, y éstos imponen unos márgenes de beneficios indecentes e injustos, los productos se encarecen de forma insoportable y afectan a la inflación. Aunque el país esté seco, se puede decir eso de que a río revuelto, ganancia de pescadores, porque también las principales cadenas de supermercados y las empresas alimentarias se han aprovechado de la situación y para incrementar el PVP de los alimentos.
Ya no es solo cuestión de macroeconomía, o de los tipos de interés que imponga el Banco Central Europeo: el precio de la vivienda (ya sea compra o alquiler) es bastante inasequible en relación con los sueldos de la gente, en especial para los más jóvenes, lo que dificulta su independencia. Aunque parezca increíble, lo de compartir piso ya no es cosa exclusiva de estudiantes, sino de jóvenes mayores de 25 o 30 años. Desde hace algún tiempo, son especialmente inasequibles en zonas de mucha demanda turística. Los fondos “buitre” y fondos de inversión inmobiliarios han encontrado un suculento negocio en la vivienda, y contribuyen a esta nueva burbuja. A diferencia de lo sucedido en la crisis anterior, la nueva crisis no está vinculada al auge del sector de la construcción (que ya no empuja la economía del país), sino a la especulación inmobiliaria, pura y dura.
El estado del bienestar solo se sostiene si los ingresos que proceden de los impuestos son acordes a las necesidades de gasto, pero las grandes empresas siguen pagando mucho menos que los autónomos o asalariados. Tres pilares [educación, salud y servicios sociales -particularmente con los ancianos] que deberían ser universales, gratuitos y de calidad. Sin su mutualización, no podrían llegar a toda la población, por su elevado coste. Por el contrario, la falta de inversión pública (en este caso, de las CCAA, que tienen las competencias) afecta a la pauperización de estos servicios, y al deterioro de la cohesión social, convirtiendo lo fundamental en objeto de lujo para la población y de codicia para grupos financieros que invierten en ellos (como en las residencias de la tercera edad). En cuanto a la escolarización de la población inmigrante, especialmente en zonas con alta tasa, la falta de integración en centros concertados favorece la segregación, lo que es un riesgo para la futura cohesión social del país. Los datos revelan lo que nos dice la lógica, que el gasto en sanidad se dispara en la población de mayor edad, sobre todo a partir de los 55 años.
España es un país con un problema demográfico muy serio, muy envejecido, con una tasa de natalidad muy baja tanto en el medio urbano como en el rural, que fuerza al éxodo y cambia el urbanismo. Paradójicamente, la población española creció entre 2022 y 2023 un 1, %, hasta los 48,5 M de habitantes. Lógicamente, ese incremento se debe al aumento de la población inmigrante. En este tiempo, el PIB creció un 3,4% (mucho más que las principales economías de la UE). Luego cabe deducir que la población extranjera residente (que ya alcanza el 13,4% de la población) contribuyó a este crecimiento, gracias a su esfuerzo y su aportación a las arcas públicas mediante impuestos directos o indirectos. Aportación desigual según la procedencia de los inmigrantes, con unas necesidades diferentes: desde la población europea de países ricos que escoge la costa española para vivir la jubilación (cuyo gasto en sanidad es elevado), hasta población de otras etnias con dificultades para encontrar empleos dignos y condiciones de vida aceptables (éstos no son ancianos, sino gente que quiere trabajar). Por cierto, el mayor número de inmigrantes, con diferencia, no procede de África, sino de América, gente de cultura y antepasados hispanos, en un tiempo en que el mestizaje era seña de identidad de los colonos.
A pesar de las evidencias mostradas, no escucharemos a los partidos de ultraderecha ninguna denuncia hacia la responsabilidad de los grandes grupos financieros en la problemática de la sociedad española: para ellos, la izquierda del demonio (capitalizador de todos los males de la sociedad) y los inmigrantes son los culpables de que la sociedad esté empobrecida… en el momento en que la economía española es la que más crece en la zona Euro. En la Alemania nazi, al menos justificaban la persecución de los judíos porque, además de etnia y credo, algunos eran muy ricos. Pero pensar que los inmigrantes de otras etnias, por el mero hecho de serlo, son delincuentes y son la causa de la mengua del estado del bienestar (o sea, que vivan mejor que los nativos) es sencillamente de locos.
Es cierto que los mensajes de los medios oficiales son tendenciosos, no son diferentes de cualquier otro tipo de mensaje que aspire a que los consumidores acepten una u otra marca. Pero no es menos cierto que, quienes lo denostan, buscan el mismo objetivo, ni más ni menos que los consumidores no crean otra verdad que la que ellos enuncian. Y como niegan la credibilidad de otras fuentes (al principio, Vox vetaba en su sede a algunos medios de comunicación), llenan sus discursos de falacias, mentiras y bulos. Todos los cuadros que ilustran esta información proceden de medios públicos. Pero si se van a desestimar los datos oficiales, porque ellos afirman que los datos oficiales mienten, lo apropiado sería denunciarlo ante la Justicia. Lo malo, es que cuando acuden a la Justicia, una y otra vez pierden los pleitos, y eso que no se puede decir que la judicatura de este país sea de tendencia izquierdista. Podrían plantear alguna alternativa al sistema, pero carecen de alternativa: solo la mano dura, igual que se decía en los años 20 y 30 del pasado siglo XX para acabar la fiesta ¿Qué fiesta? Mensajes simplistas, populismo barato. Que las nuevas generaciones, en vez de indagar más, se traguen este argumentario, me parece… no tengo palabras.
Tampoco se debería obviar la responsabilidad del PP en esta situación. Su estrategia de acoso y derribo anunciada por Feijóo al principio de la actual legislatura (con una táctica de crispación e insulto permanente, y un discurso catastrofista) aunque no le ha dado los réditos deseados, sí ha calado en una parte de la sociedad que ha votado a formaciones que predican mayor agresividad. El cambio de Casado por Feijóo creo que no ha cumplido las expectativas creadas, pero esta es ya otra historia.
A partir de ahora se plantea el dilema de si el apoyo a las ultraderechas se diluirá en el tiempo debido a su incoherencia y a su propio desgaste (como hemos visto recientemente en otros casos), o si por el contrario se va a consolidar. Yo creo que principalmente va a depender de la evolución de la calidad de vida de la gente, si se calma o se sulfura más aún.