Los políticos queremos gobernar, es algo implícito a la política, igual que un panadero vende pan o un profesor enseña, por muy denostada que esté la clase política, esa es nuestra razón de ser. Otra cosa es que haya políticos que utilizan su cargo para mejorar la vida de los ciudadanos y políticos que utilizan su cargo para beneficio propio.
Bajo la premisa anterior, entiendo que Rosa Romero, que es de las segundas, haga lo posible para seguir gobernando tras las próximas elecciones y entiendo que para ello ha trazado una estrategia, planificada desde hace años, que ella cree que la mantendrá en la Alcaldía.
Su estrategia se basa, por encima de en cualquier otra cosa, en repetir hasta la saciedad que Ciudad Real es olvidada por el resto de Administraciones. De esta forma ella aparece como la patriótica salvadora que defiende a los pobres ciudadrealeños, perseguidos y económicamente apaleados por el resto de partidos y Administraciones: nadie nos quiere pero yo os defenderé ante los poderosos.
Rosa Romero utiliza el victimismo a cada paso que da y ella cree que eso le hará ganar las próximas elecciones. Sin embargo esa estrategia es indigna, ya que de ser cierta, cuanto peor le vaya a Ciudad Real, mejor le iría a Rosa Romero. Esto es contrario a los principios de democracia honesta, transparente y clara que cualquier cargo público debería defender.
Y es que el papel de salvadora de la Alcaldesa se ve acentuado cuanto peor estén las cosas: que el tráfico está mál, es que no nos dan dinero; que no se arreglan las calles, miren ustedes a los de arriba; que no hay instalación de algún tipo, es que no nos quiere nadie. Esta estrategia es inmoral desde su base y además las consecuencias y derivaciones que se pueden extraer de ella son abominables: cuanto menos trabaje Rosa Romero, cuanto menos eficaz sea su gestión, mejor le irá a ella.
La Alcaldesa plantea una política basada en la imagen, en la ornamentación, en negar la evidencia, pero esto no es lo más grave, lo más grave es que asocie su permanencia en el cargo a la falta de bienestar de los vecinos. Todo lo demás es opinable, pero que un político focalice lo más básico, su esencia, en que le vaya mal a los ciudadanos, simple y llanamente, es indigno.