Además del médico Francisco Colás hay que recordar al escritor. Muy joven empieza a colaborar en la prensa. La primera aportación que he encontrado aparece en la revista Vida Manchega el 28 de mayo de 1914. Se trata de un poema titulado “A la belleza manchega” en el que presenta, según escribe, una mala lira y un inepto pulsador. Pero indica que un canto en honor de la mujer de La Mancha “siempre tendrá valor”. Es poesía juvenil, pero sirve como referencia de la que se parte para conocer la evolución del escritor.
La imagen de la mujer es totalmente tradicional y dibujada como elemento bello, pero pasivo. La hermosura cantada es cualidad muy importante en la mujer, se convierte en rasgo que provoca la atracción del varón y que posibilita, en última instancia, la llegada del amor. Aparecen el ripio y la palabra fácil de la mano del poeta novato y concluye así:
“¡Desde el ardiente Sahara
al frió aterido polo,
no hallareis un hombre solo
que niegue vuestro primor!
¡Manchegas sois las más bellas!
¡las más llenas de primores!
¡las más lindas! ¡las mejores!
y las más dignas de amor”.
Comienza su travesía poética caracterizada por la transmisión de emociones, sentimientos o sensaciones referidas a mujer o amor, como objetos de inspiración. Y publica sonetos como uno “escrito expresamente para El Labriego” (El Labriego, Ciudad Real, 17-1-1915); otro que empieza así: “Cual la brisa ligera y olorosa / que ha prestado á tu aliento su ambrosía, / cual la luz que callada y silenciosa / con sus rayos anima tu alegría” (El Labriego, 31-1-1915); o, uno más, titulado “Ella es el ideal…” (La Ilustración Española y Americana, Madrid, 30-1-1919).
Diversifica las temáticas de sus poemas, que escribe hasta 1921, en coincidencia con su época de estudiante de medicina, aunque publica alguno más en 1929. Los alterna con colaboraciones en prosa, como cuentos y otros asuntos. Por ejemplo, “Nevadas del alma”, que finaliza de esta manera:
“Tengo el alma muerta
y tiemblan mis carnes heladas de frío.
Aquí, al amorío
del hogar templado, déjame que cuente,
mientras suena lejos el agua del río,
mientras la nevada que cae silenciosa
va dejando en cada paso de mi vida
morir una rosa,
y sólo me muestra la muerte escondida
en un cementerio y al pie de una fosa”.
Se dan cita en el largo poema vida, tristeza, paso del tiempo, muerte y gélida belleza de la nieve fría (La Ilustración Española y Americana, 8-3-1919).
Y una última muestra poética en “Los ojos de la intrusa” (La Ilustración Española y Americana, 15-11-1919). Sabido es que la terrible Intrusa puede hacer su fatal aparición en cualquier momento. Afila en la sombra su guadaña, apaga la luz, corta la vida y proclama que la Muerte es la única certeza. Escribe Colás, entre desesperanza, pesimismo y tristeza: “Y vi, con claridad de visionario, / fijas en ti las cuencas del osario / espectral y siniestro de la Intrusa”, en un poema que dedica a aquella que le abandona un día, cuando se marcha “siendo joven y bella”.
El 31 de julio de 1921 aparece el primer número de Juventud Manchega, suplemento del Boletín de la Academia General de Enseñanza, que se concibe como un punto de encuentro de los cientos de alumnos que pasan por la Academia. Figuran artículos de Antonio Heras Zamorano (Malagón, Ciudad Real, 1882 – Dana Point, California, 1964), entonces profesor de Literatura española en la Universidad de Minneapolis; José Castillejo Duarte (Ciudad Real, 1877 – Londres, 1945), catedrático en la Universidad Central y secretario de la Junta de Ampliación de Estudios; Francisco Pérez Fernández (Daimiel, Ciudad Real, 1907 – Madrid, 1981), en ese momento alumno de 5º curso; y una nota necrológica de un alumno de 6º, llamado Mario Vidal, que hace el profesor Carlos Calatayud Gil (Valencia, 1894 – Ciudad Real, 1980).
Además de fotografías y noticias de alumnos destacados, se incluyen también tres sonetos de nuestro autor. Este es uno de ellos
“En la llanura parda recogido
parece una excreción del pardo suelo:
solo se yergue en ideal anhelo
la mocha torre, de cigüeñas nido.
Tiene un viejo castillo derruido
que por sus grietas avizora el cielo,
y un cura, que a las almas da consuelo
en este bajo mundo corrompido,
una vieja que cura el aojamiento
y el mal de amores, con cualquier ungüento
que transciende a sabático misterio,
y cerca, muy cerquita del poblado,
el picudo y fantástico arbolado
del cipresal del viejo cementerio”.
De Francisco Colás se escribe en este número de Juventud Manchega que acaba la licenciatura en Medicina en mayo de 1921, obtiene el premio extraordinario del Dr. Llorente en la asignatura de Patología General y se recuerda que cursa en ese Centro los estudios de Segunda Enseñanza.
Y en el número de marzo de 1929 de la misma publicación periódica Colás, exalumno, médico y profesor de la Academia, publica otros sonetos, reproducidos en la primera plana de El Noticiero Gaditano (15-6-1929), en recuerdo a su infancia y a las historias de la abuela.