La sinrazón es la arbitrariedad de los tiempos, el resoplar de los vientos que nos empuja a la deriva: un capricho canalla, culpable, juez y testigo de nuestra desdicha. Hemos convertido la libertad en una papeleta, en media cuartilla taciturna con el laurel del sufragio de la pataleta, y enterrado nuestras aspiraciones democráticas en una urna. Por qué nos extraña entonces que la sinrazón gobierne cuando es la sinrazón la que vota. Al aficionado exigente, al purista ortodoxo, al inconformista repelente o al crítico más riguroso, sazónelos con una jornada de reflexión y habrá cocinado un nutritivo idiota.
Que nadie espere de los sindicatos tóxicos que muerdan la teta de su madre, pues no hay opiáceo social más adictivo que la subvención, ya sea directa en vena o encanutada en formación. Cuando la ayuda no pretende subvenir, sino subyugar, es un barbitúrico depresor del sistema nervioso, anulador de la voluntad, que transforma a los sujetos en siervos complacientes. No hace falta irse muy lejos para comprobarlo. Sólo es necesario que el presidente de la Junta de Comunidades expela una ventosidad para a continuación escuchar los parabienes y bendiciones de los líderes sindicales y del resto de agentes sociales (eufemismo de súbditos), padres de la paz social (eufemismo, a su vez, de compadreo mafioso).
La huelga general del 29S ha sido una pantomima, una representación, con el único objeto de desgastar todavía más la moral del ciudadano y aportar la prueba fehaciente de que no hay resolución popular capaz resistir contra el mayor retroceso social de nuestra historia democrática. Una perfecta treta del sistema saldada con una victoria moral aplastante: sindicatos tóxicos, Gobierno y entes del capitalismo más atroz, alineados por fin y conjurados en el apocalipsis del imperio de occidente. Los desajustes generados por el egoísmo, los abusos y la especulación, se corrigen a base de talar los derechos que tanto esfuerzo necesitaron para florecer. El negocio perfecto: yo me lo llevo y lo pagas tú.
No es un fenómeno visible sólo a escala planetaria, coja una lupa y observe el grano de arena que es nuestra región. Comprobará así cómo se abandona a los ciudadanos que se quedan sin trabajo, sin casa, sin apenas nada para salir adelante, mientras se consuman fechorías como el drenaje mortal que se efectuó sobre CCM o el apoyo insaciable que requiere y recibe el capricho aeronáutico de Ciudad Real por parte de los taimados y confabulados poderes. Hoy en forma de consorcio, mañana quizá de murciélago o de rata almizclera.
Es necesaria una movilización, un cambio, pero no como esta huelga: secundada sin convencimiento por muchos con la escusa del poder de convocatoria de los grandes sindicatos. Eso es como pretender saltar en arenas movedizas. Rescatemos a aquellos capaces todavía de reflejar en sus rostros el sonrojo de las banderas y arrojemos las mondas del sindicalismo podrido al estercolero del sistema. No sirve de nada luchar contra una medida concreta cuando el verdadero problema está en el modelo. La protesta no debe ser sólo laboral, ni contra el Gobierno, es necesaria una reforma transversal, diametral e intestina.
Ésta fue, por tanto, la huelga de la sinrazón, del desencanto, la de los brazos caídos y la desesperanza. Pero no todo está perdido, pues si una sinrazón envenena, corrompe y envilece a los hombres, otra hay que embriaga el alma y libera los corazones. Dejemos de virar a babor y estribor, que no hacemos más que dar vueltas. Cojamos el timón los ciudadanos, los gorriones, y pongamos rumbo a las estrellas.
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