Manuel Valero.– Jorge Luis Borges es un cardumen de citas. Inspirándome en una de mis favoritas firmo y confirmo que por muy rica y larga que haya sido la vida de una persona sólo hay un momento crucial: aquel en el que ves Eurovisión y comprendes que ya no perteneces a este mundo. Por muy abierta que tengas las entenderas, por más amplio que sea el espacio para la tolerancia, por muy activada que tengas la percepción para lo nuevo, y por tanto la comprensión de lo flamante… siempre aparece el momento televisivo que pone a cada uno en el momento en que sabe a ciencia cierta que su tiempo -musicalmente- ya pasó y que cualquiera tiempo pasado en asunto de fusas confusas o preclaras fue mejor, lo cual nos salva del desastre. Como nos salva el hecho implacable que convierte la buena música, repito, la bu-e-na mú-si-ca en un arte atemporal.
Pero lo de Eurovisión, ay, lo de Eurovisión. Yo lo veo como un relato superproducido de la decadencia. Y no, no se anden con zarandajas de prejuicios demagógicos que no se trata de asombrarse a estas alturas ante ningún tipo de reivindicación por perversa que sea, que no, que no van por ahí los tiros. Todos somos iguales en cuanto al trato que merecemos como personas. Punto y the end, que escribía un amigo mío que estaba aprendiendo inglés
Este año lo he visto entero. Desde la primera actuación de los mellizos noruegos que cantaron representando a sus vecinos suecos, escandivados o vikingos, al fin y a cabo, hasta la última diva austriaca de la nada contemporánea. Y lo único que he sacado en claro es que la música tal y como la entendíamos los de mi generación ha desaparecido, como ha desaparecido la Gran Literatura de los escaparates de las librerías para ofrecer al perplejo viandante todo un prontuario de menudillo de escaso gramaje.
Comencé a verlo con la firme decisión de analizarlo sin prejuicio alguno… Me daba igual que los concursantes gritaran, que las canciones marchosas en su estribillo clónico parecieran un corta y pega unas de otras. Me traía al pairo la extravagancia zombi o la fusión folclórico-moderna de algunas voces en liza. Me daba igual el culo al aire de los tíos, los chicos no binarios, la chicas trinitarias, el alarde tecnológico de la televisión, el decorado animado, las votaciones oficiales y las populares. Incluso aparqué la polémica de esta edición porque el asunto de Israel y Palestina suele ser recurrido con demasiada simpleza y no es cuestión de acomodarse en una superficialidad políticamente correcta. En fin, dejé a un lado todo, me centré en la música e incluso me esforcé por captar el mensaje de las letras cuando podía, sobre todo la balada francesa, la chica italiana y la portuguesa. Algunas letras como la letra zorruna que nos representó …
(Zorra, zorra, zorra)
A la que ya no le va mal
(Zorra, zorra, zorra)
A la que todo le da igual
Lapídame si ya total
Soy una zorra de postal…
…es un alarde de infantil apostura. ¡Si hasta pide que la lapiden porque todo le da igual y es una zorra de postal! Ahí, ahí, está la madre del cordero: ser una postal, una simple foto efímera, una oquedad sin la más mínima traza de arte.
Entonces capté con aterradora claridad que el mundo eurovisivo y este humilde servidor de ustedes no tenemos nada que ver. El Festival es el retrato vivo de la decadencia occidental. Tenía que decirlo. La imagen de un mundo que solo existe para las grandes corporaciones y la industria sin apenas calidad artística, excelencia musical ni nada de nada. Una pasarela de vanidad hueca y huera conectada a los móviles de las nuevas generaciones. Qué quieren que les diga: repasen la historia festivalera y verán el declive, lento, lentísimo pero brutal e irreversible. Irlanda sacó a una espantajo haciendo lo que parecía un exorcismo o qué sé yo…¡con la riqueza musical que tiene Irlanda! Y esa pretendida profundidad de la letra quedó diluida en una puesta en escena de dientes podridos.
Todo a rebufo de la sexualidad alternativa, empoderamientos y todo ese batiburrillo… no como una reivindicación justa, que lo es, sino como tendencia o moda que trata de imponerse. Eurovisión es la foto fija de lo que hoy es el llamado primer mundo que puede ver guerras en directo, que está conectado las 24 horas del día a lo espantosamente superficial, donde lo soez quita lo valiente y en el que prima más la aparente belleza de la envoltura que el sabor del caramelo y del que la música, como la Literatura, ay,… han pasado a mejor vida, en beneficio de un ritmo facilón y tribal a pesar de la excepción francesa casi siempre coherente en su obstinación baladística. Hay alguna otra por ahí perdida pero no me animo a hacer una rebusca, francamente. Buen domingo.
PD.- Estos días hemos asistido a la celebración del segundo centenario del estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven. Me pregunto quien diablos se acordará del jovenzuelo/a/e que ganó la Eurovisión 2024 así que pase el verano. Y el pueblo eurovisivo votando a mansalva a Israel. Es lo que hay.