La serena realidad de la calle

Manuel Valero.– Vuelvo a hacer lo mismo cada vez que una noticia convulsiona la realidad política y sacude la normalidad institucional: salir a la calle y observar. Esta mañana durante el desayuno en mi bar habitual he visto la feliz indiferencia de la gente en torno a un par de churros y un café humeante. La televisión, por supuesto, al fondo del establecimiento sin que absolutamente nadie le hiciera caso. Y es que los países no se ponen bravos hasta que no se pone la calle, y la calle siempre que se pone brava, o sea, airada e incluso violenta, lo hace  porque ha sido inducida a ello. Si ves la tele o lees los digitales parece que el país se cae a trozos; si sales a la calle ves a los ignorados intrahistóricos que somos todos nosotros ir cada cual a sus asuntos. O como diría el poeta: del corazón a los asuntos. Por eso constituye un buen chute de serena realidad respirar la tranquilidad colectiva para contrarrestar la sensación de que todo va a saltar por los aires.

Hace tiempo que los políticos se han lanzado al desguace del enemigo, que la política se ha convertido en un ejercicio de odio y que los medios, lejos del análisis apaciguador, han corrido raudos a situarse en la trinchera y a sus puestos en la artillería o a la azotea de francotiradores. La galaxia de medios digitales y su guardia pretoriana de opinantes echan mano de los calificativos más injuriantes, y lo que es más triste, reconocen el clima insoportable de la política y los políticos… pero responsabilizan al otro de la tremenda polarización guerracivilista.  No hay una llamada mutua a la reflexión, a la calma, y al ejercicio normal de una democracia adulta y civilizada. Empezando por los medios en los que la verborrea, el cinismo o la estupendez de los mismos, no dejan un resquicio para la autocrítica.

Y a todo esto quien realmente resiste con su hercúlea indiferencia es la calle, la misma que habló con su veredicto inapelable en mayo, primero, y en julio después. Y fue lo que habló, lo que constituyó el principio de todo. Lejos de gestionar por el bien del país lo que dieron de sí las urnas, los dos principales partidos -PP y PSOE- se lanzaron a una guerra incruenta para hacer insoportable la legislatura. La fotografía de la alegría incontenible del segundo en liza y la tristeza manifiesta del primero ya fue un aviso: la aritmética parlamentaria, desechada la gran coalición que no está hecha para los asilvestrados españoles y apuntaba a la endiablada sopa que hoy conforman los arbotantes que sostienen al gobierno obligado a su vez a empacharse de un copioso menú de contradicciones. Rojos contra fachas, la aburrida y superada letanía de toda la vida

El asunto de los nacionalismos independentistas, además, es para España lo que el asunto de los palestinos para Israel. Se ha ido pasito a pasito dando una inmerecida rutilancia a personajes estrambóticos como Puigdemont, que quiere una Cataluña independiente de derechas, o como Otegui que aunque no ha sido candidato en las pasadas elecciones vascas, sueña con una Euskalerría independiente pero de izquierdas. Y en medio, él, Pedro Sánchez.

Lo normal sería dejar correr los acontecimientos hasta una nueva parada electoral, ya sea adelantada o a su tiempo, pero el encono, el frentismo y las trincheras mediáticas siguen soplando la hoguera hasta el incendio. El Gobierno y sus aliados se ocupan en controlar resortes del Estado que no les competen, y la oposición, aprovecha la situación para sacar tajada de todo cuanto aparece en la prensa… Y así hasta que llegó un mueble de persona, llamado, Koldo … hasta alcanzar el cable de alta tensión de la presidenta consorte.

Todos son o somos corresponsables de lo que está pasando hoy en España, inmersa, además en un mundo inquietante como nunca antes.

No sé de qué demonios estaremos hechos los españoles que cada cierto tiempo tenemos que estar en la pelea como vecinos mal avenidos o como si fuera cierta aquella desoladora sentencia que afirma que no se nos puede dejar solos.

Veremos en qué queda la cosa. De momento esperaremos a la decisión del presidente Sánchez a quien se le olvidó escribir un último capítulo en su Manuel de Resistencia, en el caso de que las cosas se pusieran tan mal que apuntaran a su misma esposa. Mientras tanto, nos recrearemos en esa sima que afortunadamente existe entre las dos realidades: la política y la mediática y la del común de la calle, más apegada al día a día. Porque a estas alturas pedir un poco de responsabilidad a los asalariados de las Cortes generales (Senado versus Congreso, para más inri), o un poco de autocrítica a los bandos mediáticos parece una empresa inútil.

Esperar a que España se deshaga de una vez por todas de los cansinos fantasmas que hacen de ella casi un Estado fallido y abrace por fin una existencia normal, con sus tensiones democráticas pero normal, y que nuestros políticos ejerzan como tales a salvo de la envidia y del odio… también. Tal vez vayamos camino de la italianización cuya sociedad civil ha sobrevivido a crisis interminables de gobiernos y a la desaparición de partidos tradicionales y memorables. A lo mejor es un remedio.

PD.- Me voy a la calle, o sea, de mi corazón a mis asuntos. 

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