Eduardo Muñoz Martínez.- Cálida en su trato abierta en su carácter, dispuesta a ayudar y compartir esforzada en dar lo mejor de sí, complaciente, comunicadora…, así era Ángela Castiñeira Ionescu, -de padre gallego y madre rumana -, cariñosamente «Ángela de Buenafuente»…, que había nacido en Bucarest, en Rumanía, en 1937, y que a los 87 años, con prisa, ligera de equipaje…, como los hombres de la mar…, parafraseando al poeta sevillano Antonio Machado, fallecía en Buenafuente del Sistal, a mediados del pasado mes de marzo. A quienes la conocimos, – y a su familia -, nos sorprendió la muerte de Ángela, no lo duden.
Afincada en España, desde hace varias décadas, licenciada en Lenguas Románicas, con sangre española y rumana en sus venas…, Ángela Castiñeira Ionescu fue una mujer que ha dejado huella, – profunda y hermosa huella -,cuya vida se puede mirar «desde distintos prismas».
Profesionalmente, hay que decir que fue una especialista en el mundo de la comunicación así como en la literatura en general, y especialmente en la infantil, – también en la religiosa -, habiendo trabajado durante muchos años como adaptadora de programas de televisión, a la vez que como técnica de radiodifusión compaginando estas tareas con sus dotes como escritora de más de 40 libros, entre los que cabe destacar títulos tales que «Desde un país lejano», «El pais de las cosas perdidas», «Vecina de Nazaret», «Los amigos», «Vivía en el bosque», «Arriba en el monte», «La voz encerrada», «Detrás de las nubes»…, llegando, tanto por su producción literaria como por su compromiso en favor de la infancia, a ser justa merecedora de los numerosos galardones con que fue reconocida.
En este caso, más que el poeta, es el aficionado a escribir versos, – el autor de estos párrafos -, quién canta así a Buenafuente, un pequeño pueblo, centro de oración, en el Valle del Alto Tajo, en la provincia de Guadalajara, cuyo nombre completo es Buenafuente del Sistal.
Gracias, Señor, por invitarme a compartir, desde la sencillez, la sincera autenticidad de Tu presencia. Gracias por regalar a la livianidad de mi vida algo tan parecido a la majestuosidad del cielo. Gracias por este Tabor que emerge en el silencio, acunado por las hojas de los árboles, mecidas por la brisa del viento, que apenas lo despiertan con su susurro. Gracias, Señor, por quererme y querernos tanto. Gracias por la quietud acompasada por el chapoteo que origina en sí ella misma, allá en la fuente que, con su bondad, permite el refresco, la saciedad, el descanso…, de todos los, y las, que lo buscan. Acogidos por una atmósfera de trinos que irradian candor, de tañidos de campanas que invitan a la oración, al canto, a celebrar las horas; también de arrepentimiento, de reencuentro con uno mismo y, como dice Jesús, con el hermano…
Esto se puede decir, otros y otras lo harían, – lo hacen -, mejor, que es Buenafuente del Sistal. Un lugar en el que hay un hermoso monasterio mariano, unas monjas cistercienses que lo atienden y acompañan al peregrino, a los peregrinos, y peregrinas, junto a voluntarios que te ayudan y facilitan la estancia y un sacerdote, un amigo, un médico del alma…, el Padre Ángel Moreno Sancho.
Y aquí, – por eso lo de Ángela de Buenafuente» -, es donde Ángela Castiñeira Ionescu llegaba en el año de 1988, junto con su marido, Juan Sanmiguel Querejeta, – nacido en San Sebastián -, falleciendo este en el año 2012.
Han sido 36 años, día arriba o día abajo, en los que Ángela se identificó, desde el primer momento, con el «Ora et Labora» de San Benito de Nursia, fundador de los Benedictinos, cuya regla observan los monjes y las monjas Cistercienses.
En estas casi cuatro décadas y hasta el último día, nos decía Sor Inmaculada, colaboró en lo relacionado con la redacción y edición de publicaciones y en lo referente a peregrinaciones, con el ya citado Padre Ángel y un equipo formado al efecto, ocupándose, además, de las tareas de oficina, información; atención a peregrinos, tanto a nivel de grupos o individual, a quienes enseñaba y explicaba el templo, contaba la historia del monasterio…, etcétera. Recuerdo yo ahora, fruto de mis visitas al lugar, cómo era posible, en la oficina, encontrar interesantes libros, iconos, discos, postales…, para quien los quisiera adquirir. En este punto, que no se me olvide, me hago eco del profundo agradecimiento y reconocimiento, por parte de la comunidad, del Padre Ángel, de los voluntarios…, en definitiva, de cuántos y cuántas, han tratado con ella, atendiendo así el ruego de Sor Inmaculada.
Cabe decir, igualmente, que Ángela Castiñeira Ionescu, y su esposo, mantuvieron buena relación con nuestro Seminario Diocesano, como me recordaba el sacerdote almadenense, y rector en otros tiempos, Lorenzo Trujillo Díaz.
Dice el refrán, y así lo profesamos en esta tierra nuestra, yo creo que al igual que en cualquier punto de España, que «es de bien nacidos el ser agradecidos». Porque sin su ayuda hubiese sido del todo imposible confeccionar este trabajo, – en el que a buen seguro faltarán cosas y datos por reflejar -, quiero hacer patente mi agradecimiento, mi reconocimiento, al Padre Ángel Moreno Sancho, que me iluminó en un principio, en el camino a seguir para recabar información; a la Comunidad Cisterciense, que han tenido que aguantar mis «prisillas»; a Lorenzo Trujillo Díaz y, por supuesto, que todo hay que decirlo, al «sabelotodo» Google.