Adoro esta profesión. Con toda su complejidad. Los periodistas nos ganamos la vida contando cosas, reportajeando la vida, dando a los ciudadanos la diaria ración de actualidad, levantando actas de las ruedas de prensa, opinando, analizando el sinuoso mundo que nos rodea, ocupando una buena parte de la jornada en lo que se llama periodismo de mesa que es la parte más funcionarial de la profesión. Incluso ejercemos un trabajo en el que se sustancia una de las patas ineludibles de cualquier régimen democrático: la libertad de expresión y la pluradidad a la hora de diseccionar la acción política.
Sin medios de comunicación no hay democracia posible. Es una profesión compleja ésta llena de claroscuros como corresponde a este sector. Por encima de los periodistas están las empresas para las que trabajan. Nos limitamos a servir a los ciudadanos dejando escrito cada 24 horas en papel o actualizando cada poco en las ediciones digitales, con mayor o menor suerte, la ensalada del día con su aliño de política, economía, cultura, ocio, sucesos, tribunales, deportes, artículos de opinión, entrevistas y reportajes… Adoro esta profesión como me despego de un sector empresarial absolutamente ajeno a la esencia misma del periodismo, vivero de intrusos de otras actividades que fundan periódicos, televisiones y radios como brazos mediáticos de sus verdaderos intereses, en ocasiones espúrios. Lástima que esta profesión no tenga el amparo de editores de vocación, de señores que un día deciden crear un periódico con vena periodistica, que prenda en la sociedad, que se gane la credibilidad como medio independiente y con ello la atención del mercado publicitario. Más bien es un sector en cuya ensenada recalan tiburones de otros mares que un día deciden dotarse de un medio de comunicación como mero brazo mediático para estimular otros negocios. La construcción y la especulación han dado a esta región y provincia empresarios periodísticos con menos querencia a la profesión que un albino al sol. Comprenderán que el apego que le tengan estos señores a la verdadera labor del periodismo, que es la socialización de hechos, noticias, informaciones e investigaciones veraces y documentadas y opiniones libres sin más cortapisa que las leyes y la verdad, sin más objetivo que satisfacer la demanda de conocimiento de una sociedad democrática, sea más bien escaso. No son periodistas-editores; son constructores-editores-constructores que hacen periódicos para avivar sus negocios con un musculado brazo mediático con el que presionar o adular al poder de turno. Generalmente hacen esto último. Establecen un acuerdo tácito. El verdadero periodismo es lo de menos. Lo que importa es el dinero, mucho dinero. Porque luego en realidad influencia social tienen más bien poca. Adoro esta profesión tanto como me desapego de estos sobrevenidos. Nunca el periodismo sobre todo en provincias ha estado tan mal, debido a e estos feudales que se han convidado ellos solos a golpe de talón y subvención pública y a los que los poderes públicos casi veneran. El día que los Méndez Pozo y los Díaz de Mera sean sustituidos por empresarios-editores-periodistas-ciudadanos de vocación-vocación, el oficio de periodista será mucho más hermoso, y saludable, sano y respirable porque será exactamente eso, periodismo, y no una falsaria puesta en escena, con ínfulas de autenticidad que lo único que esconde es un comportamiento que si legalmente puede ser admisible, deontológicamente es repudiable. Y sin embargo, ay, señor, señor, cuánta mendacidad.