Mujeres discriminadas en esas casas de sus labores

Natividad Cepeda.– Si entramos en la casa una mañana de primavera nos sentiremos inundados del renacer de las semillas en la tierra y veremos la luna en su portal

Si avanzamos por sus pasillos y corredores sentiremos música en el alma cual imágenes transparentes en la serenidad de la noche.

Porque todo en esa casa es música misteriosa. Al andar por el silencio de sus gruesas paredes nos vienen otros seres que adivinamos sin ver.

Y percibimos que toda ella: la casa, es obra concebida por una mujer extraordinaria, y su rastro permanece en cada una de sus estancias.

Aquí, en esta casa, decrece la prisa, y suave el aroma del sándalo nos sumerge en labranzas de sabor campesino con ruedas de norias y molinos.

Hay acorde de violines  alojados en uvas de septiembre que nos congrega a saborear el vino que nos da la tierra para brindar por ella.

Pasa el visitante a ese mágico reducto y se va desnudando de viejos ropajes 

para renacer a un tiempo nuevo.

La casa se alía con el pensamiento de cada uno que la penetra, que la posee y la respeta como algo suyo y ella lo acoge en su seno.

Nada es esquivo al peregrino que busca en ella su reposo, desde el salón con su chimenea, donde arde la leña y se escucha  suave música invadiéndolo todo

No se pueden descifrar sus notas pues todo es raíz del aire que transita en cada rincón de esa mansión hecha para el amor y para la paz del alma que busca  sosiego. Su  acogida se anuda en la epidermis  poesías que se creían olvidadas, y que vuelven cuando descansado en el lecho se recuerdan como un dulce milagro que sólo es nuestro.

Entrar en esa casa es entrar en el cofre de lo que reconforta. Es sentirnos estremecidos por el júbilo a la orilla de lo que subyace en el cuerpo de las cosas más sublimes.

Todo aquí es eco de lo que criba el tiempo. De lo que tiembla en la piedra y la madera. De lo que permanece en el mantel extendido y dispuesto para el yantar del día. Huelen los muebles a membrillo, a la rama seca de laurel, al azúcar tostada para calmar la tos, al arrope  y al queso en aceite. Al romero que salva de cualquier maleficio.

Tenemos en esta casa la oración de las campanas que acuden al oído, ungiéndonos del sagrado tañer ángeles de bronce para custodiar nuestro quehacer y   nuestra prisa.

Mirando la torre de la iglesia  el viajero que ha llegado hasta la casa sin claves

escritas en su diario de viaje, se le desvela el mensaje secreto de su éxodo.

Por el aire intuimos que a todos nos aguardan sonidos. Llevamos en la memoria un bautismo de idas y venidas plagado de emigraciones de color azul.

Azul es la Señora de la casa. Azul el mar y el cielo y el sexto color del arco iris.

Azul es la paz  cuando un ángel pasa por la casa y su huella sobrevive en el patio y en agua del pozo. Pasa, hojea los viejos manuscritos, custodia galerías y pasillos,  deja quietud en las bóvedas de las habitaciones. Pasa la vida por la casa con cangilones de agua bendecida.

Señora de la casa,  Dios la guarde, y el santo del día le traiga  huéspedes de bien con santo y seña. Calla el ama de la casa, lleva en su sangre  cicatrices que no nublan sus ojos. Mirándola, se ve el incendio de la tarde cuando detrás de los olivos viene la noche.

Sobre los campos se duerme el pueblo  ¿quién sabría de ti si se muriera la magia que dejaste? ¡Abre mujer tu casa, ven ama de este lugar donde dicen que te ocupas de tus labores para denigrarte al hacerlo. Ven y en el comedor majo enciende los candelabros!

Hay voces en el zaguán, risas de niños. Anochece, van naciendo jazmines y por la yedra se enredan las estaciones. Yosi, mira desde su cesta las golondrinas. Todo se desmorona. La casa vierte su coraza de amor por las ventanas. Reciedumbre con sabor a miel para el invierno. Ladra Yosi. Luego, todo es silencio sobre las tapias

Y llevados por el encantamiento de sus estancias, pasan furtivas entre los muros madres que amaron cuidar de ella.  Cuidaron sin protestar de los abuelos y de los jóvenes que allí nacieron. Se fueron todos y se olvidaron de las mujeres que la habitaron. Sueña la Casa con aquellas mujeres que custodiaban cada rincón de cada estancia.. Duermen las horas.

Se asoma el alma en ésta casa sobre la aurora. Todo está escrito sobra la tierra. Todo es misterio, palabra y piedra, agua y sendero, niño, vejez, hombre y mujer. Después, la marcha. Se borra el pueblo. La casa  queda en la memoria. Hay que volver. Algo de ella se queda entre los huesos que permanece en nuestro ser.

Algún día contaré que conocí una casa que tenía  alma de mujer y en su carnet de identidad discriminada y despreciativamente  aparecían dos letras S/L  o lo que era igual a  “sus labores”; sin profesión reconocida…

La casa sabe de todo aquello. Entre el silencio de las paredes se escuchan gritos de libertad. Madres que abrieron puertas al aire  de otras mujeres.

Casas que saben de mil trabajos allí oficiados siempre en silencio.

Siempre invisibles. La casa se llamaba hogar y  la mujer era una torre convertida en faro invisible y humilde a la que le negaron reconocer aquél trabajo no asalariado.

Ocho de marzo un día más que recordar a las que hicieron aquél milagro.

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