César Muñoz Guerrero.- Tomás y Pepe llevan 25 años abriendo las puertas de Realcopy, una pequeña firma de reprografía que presta servicio en la zona de la Universidad. Originarios de Valdepeñas de Jaén, forman parte de una saga de cinco hermanos que fueron pioneros del negocio en Ciudad Real.
En este cuarto de siglo han alimentado la vida y la cultura de los ciudadrealeños, sobre todo de esa población flotante que forman los universitarios. En la zona son queridos por todos, y lo prueba su fidelidad mantenida durante estos años. Han pasado muchos competidores pero ellos ahí siguen. Han fotocopiado desde apuntes comunes redactados a mano hasta titulaciones y tesis doctorales.
Sus fotocopias e impresiones han abierto las puertas de la vida a multitud de personas, universitarios u opositores, alumnos o profesores, amigos y gentes que pasaban por allí. Estudiantes de educación o de la escuela de idiomas salen en dos minutos de la facultad para sacar copias. ¿Dónde está el misterio de esta empresa que sigue siendo competitiva después de 25 años?
El gremio en Ciudad Real lo inauguró uno de sus hermanos. En todo ese tiempo han sabido hacerse no ya con el funcionamiento de su trabajo o la valoración de su clientela, sino también con las tripas de las máquinas, que reparan ellos mismos. El récord es difícil de igualar en esta era de consumo rápido.
Tienen horarios rigurosos, controlan casi cualquier proceso relacionado con su especialidad y algunos más allá. El mecanismo, aparentemente, queda a la vista: un local sencillo con acceso directo y privilegiado desde la ronda, la maquinaria imprescindible, un trato serio y cordial, un trabajo que para describirlo la palabra eficiencia se quedaría corta.
Un aspecto que consideran fundamental es que han trabajado para ellos. Realcopy nunca tuvo empleados ni jefes. Todo lo hicieron con sus medios para salir adelante con sus respectivas familias.
Noches inacabables en las décadas de los noventa y 2000 para cerrar todas las entregas comprometidas a la mañana siguiente, para al amanecer volver a empezar de cero en los meses de mayor afluencia de exámenes. Permanecer encendidas sus luces y ellos en su puesto de guardia las tardes de invierno que diluvia y hay que bajar a imprimir unas hojas o comprar papel y lápiz.
Ser los primeros en abrir el escaparate y los últimos en echar las cortinas. El orgullo de vender una labor bien hecha o el perfeccionismo de tirar todo a la papelera si alguna vez han fallado las tintas o los aparatos y repetir el procedimiento para estar a la altura de su compromiso de excelencia.
Incluso quienes jamás haya visitado Realcopy ha tenido en las manos alguno de sus trabajos. Tarjetas de visita y pegatinas como las del Ave Turuta, que son emblemas de la ciudad. Los primeros apuntes que fotocopiaban estaban tomados a mano, incluidos los de algunos «que hacían la letra mal aposta para que no se los pidieran».
Han vivido todas las épocas: la de repartir octavillas para atraer público, la abundancia de principios del siglo, varias crisis y hasta el surgimiento de tecnologías que amenazaban la lectura en papel. Pero las avalanchas en la tienda de Tomás y Pepe evidencian que ese momento no termina de llegar.