Ese ruido que hace el coche (comunicando las pensiones)

Ramón Castro Pérez.- ¿Qué ocurre con las pensiones? ¿Cuáles son los motivos por los que nadie parece entenderse? ¿Cuánto sabemos de pensiones? ¿Por qué no se explica convenientemente cómo funciona el sistema?

Después de varios años intentando explicar el funcionamiento de nuestro sistema de pensiones a todo tipo de público en general (y a estudiantes en particular), he llegado a una conclusión: lo que nos interesa del sistema es que nuestra jubilación llegue cuanto antes y en forma de pensión igual a nuestro último sueldo. El resto son milongas.

Sin embargo, la pensión es un concepto económico, por definición, de largo plazo y puede que, para cuando llegue, nuestros deseos no se conviertan en realidad. Estoy completamente seguro de que la gran mayoría de habitantes de este país sospecha que, en relación a las pensiones, algo no termina de funcionar como debería, aunque confían en que, bien el destino, bien nuestros políticos, terminen arreglándolo. Y todo ello, a pesar de las advertencias de los expertos económicos a quien, por otra parte, nadie quiere hacer caso. Piensen, sin ir más lejos, en ese ruido que hace el coche que parece no ser nada grave, pues nuestro vehículo sigue llevándonos a todos lados. Sabemos que deberíamos ir al taller, pero mientras no se pare, queremos pensar que no se trata de algo urgente.

A estas alturas, creo que casi todo el mundo conoce que nuestro sistema de pensiones es de reparto. Tal vez no con este nombre, pero a todos aquellos a los que me he dirigido han señalado que son las personas que ahora trabajan las que, con sus cotizaciones, pagan las pensiones de las que ya no lo hacen. No es poco.

La primera piedra la encontramos cuando preguntamos si se sabe que nuestro sistema de pensiones es de prestación definida. En este sistema, la pensión se calcula en función de unos parámetros como los años cotizados o nuestro salario (a través de la base de cotización). En relación a estos números, el sistema nos promete una pensión determinada para siempre. Y eso es bueno, muy bueno. Sobre todo, si tenemos en cuenta que una persona que se jubila a los sesenta y cinco años, habrá consumido todo lo que aportó (cotizó) antes de los setenta y cinco. El sistema, lejos de abandonarlo a su suerte, seguirá satisfaciendo la pensión hasta su fallecimiento. No se puede decir que la Seguridad Social deje en la estacada a las personas, sino todo lo contrario.

Como ven, una persona que viva ochenta y cinco años o más no tiene que preocuparse por su pensión, pues la seguirá recibiendo, aunque, contablemente, sus aportaciones en vida laboral ya se hayan agotado. Además, suponemos que conocerán que la cotización que se realizó durante todos esos años se ha ido contabilizando en dos partes: una, la más pequeña, a su cargo, descontada de su salario bruto; la otra, enorme, a cargo de la empresa donde trabajaba. Esta parte, conocida como cuota patronal, es, casi en su totalidad, salario que no se entrega y que se aporta a la Seguridad Social. Eso sí, es una cuota que está definida por el Estado en forma de porcentaje, por lo que bien podríamos decir que el Estado está fijando una parte importante del salario de las personas que trabajan por cuenta ajena.

Hasta aquí, ya sabemos que los que trabajan pagan las pensiones con sus aportaciones, contabilizadas en dos partes y que la pensión que recibirán se calcula de antemano en función de los años y del salario que han recibido a lo largo de sus vidas laborales. Este sistema ha funcionado bien en el pasado, pero presenta problemas graves desde hace años pues, por sí solo, es incapaz de seguir pagando las pensiones prometidas. Lo que ha hecho que el sistema presente esta falla no es más que el aumento en la esperanza de vida. Las pensiones se satisfacen hasta la muerte y, si esta, en general, llega más tarde, las aportaciones del mercado de trabajo (cotizaciones) no son suficientes.

¿Qué se está haciendo? La respuesta es sencilla. Equiparar el concepto de cotización al de impuesto. Y no es lo mismo, pues la cotización es una cantidad que cada persona asalariada aporta a un gran seguro para generar su derecho a pensión. Esta cotización está calculada como un porcentaje de su salario y la pensión prometida será similar a ese salario. Por tanto, la pensión, aunque indirectamente, está relacionada con la cotización, entre otras variables. Así cotizas, así será la pensión, podríamos decir. El sistema es contributivo, pues la pensión depende de la contribución individual que cada uno ha realizado.

No ocurre así con los impuestos que son tributos sin contraprestación. El Estado no está obligado a realizar una prestación personalizada a cada individuo que paga impuestos. De hecho, los impuestos se utilizan para financiar gastos tan generales que puede ocurrir que uno no llegue jamás a obtener una recompensa individual y otros, en cambio, reciban más de lo que aportaron. Se llama solidaridad y es la base de la sociedad. La universidad se financia con impuestos de muchas personas que nunca acudirán a ella. Algo parecido ocurre con la sanidad, la defensa nacional, la educación obligatoria y un largo etcétera. Los impuestos construyen país y vertebran a la sociedad. Son generales.

¿Por qué afirmo que se está equiparando la cotización a los impuestos? Porque la forma de salvar el sistema de pensiones es tratar a los impuestos como ingresos de la Seguridad Social. Si las cotizaciones no son suficientes, echaremos mano de los impuestos para pagar las pensiones ¿Qué más da, si es todo lo mismo? Recursos públicos.

La respuesta no es tan benévola. Los impuestos que se dedican a tapar los agujeros de nuestro sistema de pensiones ya no se pueden aplicar a políticas de educación, sanidad, vivienda o seguridad nacional, por poner un ejemplo. Y esto resta oportunidades a todo el país, únicamente para conseguir que el coche de las pensiones continúe circulando, a pesar del ruido que escuchamos constantemente. Y todo por no ir al taller.

Si continuamos sin pedir cita en el mecánico, nuestro vehículo terminará por pararse y, lo que podría ser una factura importante, se convertirá en compra obligada de un nuevo utilitario, justo ahora que no andamos para bromas. Algo parecido terminará sucediendo con nuestro sistema de pensiones que deberá, obligatoriamente, transformarse en un sistema de cuentas nocionales, donde la pensión será un cálculo actuarial de lo que hemos aportado, por lo que esto último se repartirá entre los años que, de media, nos quedan de vida una vez nos jubilemos. No hagan cuentas, la pensión será menor y esto ocurrirá de golpe, cuando no exista más remedio. Ni siquiera nos habremos preparado, invirtiendo por nuestra cuenta los ahorros. Por si fuera poco, al mismo tiempo, nuestros jóvenes estarán tan mal que no podrán ayudarnos, pues habremos estado años metiendo nuestras manos en sus bolsillos con el fin de mantener un sistema que hacía aguas desde hace décadas.

¿Saben lo más triste de todo? Que esto se sabe, igual que sabemos que un día cualquiera, el coche dirá basta. Pero seguimos acelerando, a pesar del ruido que nos avisa.

Ramón Castro Pérez es profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos)

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