Los momentos de deriva que atraviesa España actualmente provocan dudas y miedos en la mayoría de los ciudadanos y ha quedado recientemente plasmado en una reciente encuesta en la que los españoles denuncian a su “clase política como problema a resolver.
La dinámica imparable e inexorable que hasta ahora nos han impuesto los dos partidos mayoritarios, PP y PSOE, ha permitido que en pocos años hayan logrado acaparar todas las instituciones políticas que suponen la representación ciudadana y el control de los poderes reales y fácticos, en una búsqueda indudable de perpetuarse en el poder.
Ambos partidos han creado un sólido bipartidismo que intentan ocultar bajo falaces desacuerdos que provocan en sus debates parlamentarios y otros foros, pero permanecen absolutamente de acuerdo en cuestiones de fondo de enorme transcendencia y que les permiten, desde dichos acuerdos, no ceder ni un ápice en el control al que nos someten. No hace mucho, la Diputada Rosa Díez lo dejó claro en una de sus intervenciones, denunciando que PP y PSOE no discuten ni discrepan en asuntos tan graves como el apoyo a los nacionalistas vascos, gallegos y catalanes en detrimento del resto de Comunidades (ya que les sustentan con sus votos a cambio de beneficios casi siempre económicos), la negación a reformar la ley electoral (que les perjudicaría para seguir formando sus mayorías), ceder el control de las Cajas de Ahorros (lo que les privaría de manejar ingentes cantidades de fondos), reformar y dar independencia real al poder judicial (les impediría controlar a la Justicia para su propio beneficio), acciones todas ellas que impiden cualquier cambio que pueda desbancarles.
La consecuencia no se ha hecho esperar y se ha plasmado en la formación de una élite política que incluso ha llegado a conocerse como “clase política”, término aberrante de por sí, ya que los políticos no pertenecen a una clase diferente al resto de los ciudadanos, pero que ellos aceptan desde la posición de superioridad en que les coloca. Se trata de políticos vitalicios, criados y alimentados en las sedes de los partidos, donde han aprendido a obedecer dócilmente te al líder, a escalar a costa de cualquiera y a buscar desesperadamente que la sociedad, a la debieran servir, les sirva en sus ambiciones que, desde luego, quedan lejos del bien común.
Tanto los líderes del PSOE como del PP se han rodeado, en consecuencia, de una corte de personas que se caracteriza más por su docilidad y sumisión que por su capacidad e iniciativa para sacar adelante los proyectos que pueden beneficiar a los ciudadanos, y han tejido bajo sus escaños toda una red de fieles súbditos que viven a costa del erario público. Sólo así se puede explicar el perfil inauditamente pobre de un buen número de ministros y ministras y la inmensa cantidad de funcionarios y asesores personales. Se ha creado una “clase política” que prefiere fomentar la subvención antes que la iniciativa y la innovación, y muestra claramente su nulo interés por desarrollar la sociedad que dice liderar, siendo su única intención utilizar el dinero público para generar servidumbres ciudadanas que garanticen su permanencia en el poder.
Frente a semejante situación dominada por una “clase política”, privilegiada, hermética y alejada de la sociedad, se ha hecho necesario crear movimientos alternativos desde la conciencia ciudadana, movimientos como “Ciudadanos” en Cataluña” o “Unión Progreso y Democracia”.
“Ciudadanos” no ha logrado salir del ámbito Catalán y, por otra parte, se ha perdido en disputas internas provocadas por su escaso sentido de estado, mientras UPyD se ha extendido y demostrado a nivel nacional que sí puede encabezar la necesaria renovación democrática de España.
UPyD, por tanto, es un partido político nacido de las demandas ciudadanas, completamente necesario, en el que se busca la salida a la situación creada. Es la tercera vía, la alternativa necesaria para renovar la democracia española, la nueva visión en la que los ciudadanos se convierten en protagonistas de la política y les libera del inmovilista bipartidismo que en España se está imponiendo. Un movimiento creciente en el que cada día hay más personas que se ofrecen para participar en las instituciones de forma activa.
Unión Progreso y Democracia aporta la necesaria novedad de que es el mérito por el trabajo y no por el apellido o la antigüedad en la sumisión al líder la que determine su posibilidad de servir al ciudadano desde las instituciones. Por otra parte, UPyD ofrece una libertad ideológica que supera el encasillamiento clásico propuesto por los interesados en alimentar el perverso bipartidismo. UPyD no es ni izquierda ni derecha sino que simplemente defiende el sentido común aplicado a la política y a sus representantes, así como cualquier propuesta en positivo que suponga una mejora para los ciudadanos españoles y para los castellano-manchegos.
En Castilla La Mancha no hemos tenido una alternancia en el poder pero el bipartidismo se ha hecho tan evidente como en el resto de España. El acuerdo entre ambos partidos, a pesar de sus desencuentros políticos, se hace evidente en asuntos como sacar adelante a toda costa el nuevo Estatuto de Castilla La Mancha, auténtica cortina de humo que pretende distraer la atención de los ciudadanos ante la situación real de nuestra Región la cual, tras 35 años de Democracia, sigue estando a la cola de la economía, de la investigación, de la educación (las cifras son evidentes y clarificadoras) a pesar del triunfalismo propagandista del Sr Barreda o del habitual silencio en estos temas de auténtico calado de la Sra. Cospedal.
La “clase política” castellano manchega, sea del PP o del PSOE, al igual que la del resto de España, se forma en las sedes para servir al líder hasta que pueda desbancarle, ocupa los puestos institucionales y los usufructúa en exclusividad y como si fueran algo propio, olvidando que son los ciudadanos los auténticos dueños de la política.
En Castilla La Mancha hace falta también, y más falta que en el resto de España, un partido político realmente ciudadano que acabe con el bipartidismo acaparador. PP y PSOE necesitan, como reconocía un diario regional hace poco, que les salga un competidor que les recuerde que son los ciudadanos los verdaderos protagonistas de la política, que son los ciudadanos los dueños de los votos, y que las instituciones y los políticos deben escuchar la voz de la calle y asumir que no son profesionales de la política, sino simples ciudadanos que deben servir a la sociedad por el tiempo que ésta decida.
UPyD, por tanto, puede y debe ser el instrumento de cambio al alcance de todos los españoles y de todos los castellano-manchegos. Para ello ha surgido y se ha ofrecido a todos los españoles, los cuales no deben dejar pasar esta oportunidad.