Ramón Castro Pérez.- Adoctrinar es «inculcar a alguien determinadas ideas o creencias» (lo entrecomillo por ser esta la acepción que ofrece la RAE en su diccionario). Lamentablemente, adoctrinar es un término que suele relacionarse con la escuela, más aún, con el instituto, etapa en la que el rango de asignaturas es más amplio y se cubren, por ello, un abanico extenso de conceptos y conocimientos.
Y eso que, al margen de Religión, el resto de materias que se imparten en un instituto son disciplinas científicas y, por tanto, cuentan con la presencia de un método. Este no es más que un conjunto de procedimientos sistemáticosque minimizan la incertidumbre, haciendo posible la declaración de enunciados que explican la realidad de manera consistente hasta que los hechos la desmientan. Lo que pretendo decir es que, donde hay método, no hay creencias ni ideología y, por tanto, no cabe el adoctrinamiento.
Sin embargo, las evidencias científicas son complicadas de defender ante las creencias. Ni siquiera proporcionando las fuentes, los artículos o los trabajos, se logra derribar una de ellas. Por ejemplo, existe evidencia probada que, en las economías donde los mayores trabajan por más tiempo, hay más empleo juvenil. Por desgracia, serán muchos los que crean que los mayores impiden encontrar trabajo a los jóvenes, ignorando deliberadamente lo que está probado.
El peligro se cierne sobre la escuela cuando la ideología se ve amenazada y, en una suerte de pirueta moral, se califica como doctrina a los postulados científicos. Siempre ha sido así. La ciencia acostumbra a tenerlo más difícil, aunque no por ello claudicará ante el verdadero adoctrinamiento.