Última superviviente

Nuestras vidas son los ríos
 que van a dar a la mar
que es el morir…
JORGE MANRIQUE

La última noticia de los personajes conocidos y populares en la sociedad actual, aparece en los medios de comunicación, cuando ellos dejan este mundo. Lo hacen con la pompa y el boato que les corresponde, según su relevancia social, la impronta que ha tenido su imagen pública y, en menor medida, teniendo en cuenta los méritos acreditados a lo largo de toda su vida y de su actividad artística o profesional.

Puede tratarse de un político brillante, de un actor carismático, de un escritor con renombre, de un artista popular o de un deportista de élite. En cada caso, el alcance de la noticia y el apoyo popular al personaje, también lo tendrán en función de las circunstancias concretas de su partida. No es lo mismo que sea joven, que cuando ya tiene una cierta edad; que fallezca en una situación trágica, o que se trate de una muerte natural.

Aunque las personas corrientes, —anónimas, generalmente—, también nos dejan. Lo hacen en silencio, sin alharacas. Y sus deudos asumen con resignación ese final, pero manteniendo su recuerdo en lo más profundo de su corazón. Y cuando pasa el tiempo y termina su inevitable duelo, rememoran aquellos momentos felices compartidos con ellos.

En las Coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique escribe una de las elegías más bonitas de nuestra literatura. En ella reflexiona sobre la pérdida de un ser muy querido para él, su padre. Es, estéticamente, una obra casi inigualable. Establece un paralelismo entre el fluir de los ríos y el de la vida que, en ambos casos, desembocan en la mar —que es el morir—. El autor nos habla de cómo la muerte iguala a los hombres, cualquiera que sea su condición, y lo hace con estos hermosos versos:

Allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí, los ríos caudales,
allí, los otros, medianos,
y más chicos;
allegados, son iguales,
los que viven por sus manos
y los ricos.


El día de Reyes, se nos ha ido una señora, ya nonagenaria, con la que hemos compartido muchas tardes. Ha sido la última superviviente del informal grupo que se formó cuando todas llegaron a la residencia en la que permanecieron hasta el final de sus días. Pero no solo hemos tenido su compañía. La hemos compartido con su más que extensa familia, formada por sus hijos, sus nietos y bisnietos. Ella tuvo una vida plena, siempre rodeada de los suyos. Ha sido moderna a su manera y le gustaba y disfrutaba de las cosas buenas de la vida. Tenía su carácter, desde luego, pero como todo el mundo.

La recuerdo jugando al bingo, al dominó o a las cartas, y departiendo distendidamente con las compañeras de residencia. Aunque no le gustaba perder, tampoco parecía molestarle si eso ocurría. Pero cuando ganaba, ella siempre esbozaba una sonrisa. Y se entretenía y disfrutaba con las actividades que organizaba el centro que se celebraban en aquella luminosa sala que era el lugar en el que, habitualmente, hacían su vida la mayoría de los residentes.


Su mayor satisfacción la tenía cuando la visitaban sus hijos todas las tardes. A cada uno lo valoraba de una manera diferente, pero siempre con todo su cariño. El mayor de ellos, le proporcionaba esas pequeñas cosas que le gratificaban cada día. Pero en una ocasión fue un poco más lejos. Pese a su limitada movilidad, se la llevó para pasar unos días en la playa. Y consiguió que disfrutara en el que posiblemente fue su último viaje.

Pese a la edad de la difunta, la emoción se notaba en su velatorio. Todos eran conscientes de que ella había culminado una vida larga, pero el momento de la partida siempre es duro, por muy longeva que fuera y aunque las circunstancias de su pérdida hayan sido naturales. Pero todos la llevaron con dignidad y entereza.

Acudimos a su funeral y allí nos reencontramos con familiares de otros residentes de aquel centro. Todos hemos perdido a nuestros seres queridos, pero este acto sirvió para rememorarlos. Recordamos que nuestra presencia diaria hizo que ellos llevaran mejor su estancia y les insuflamos el ánimo necesario para que siguieran luchando. Acompañamos a la familia en su dolor y honramos a quien nos acababa de dejar. A la última superviviente de aquel espontáneo grupo que ellas mismas crearon.

Al final del acto religioso, una de las nietas de la difunta, leyó una misiva de despedida con la emoción contenida. Su relato fue de extensión breve, pero intenso de contenido; preciso en su redacción, pero en el que hacía referencia a lo más íntimo que ella recordaba y a lo vivido con su abuela. Y seguramente a ella, donde quiera que esté, le habrá gustado esta carta y se sentirá orgullosa de la brillante y espontánea relatora.

Hasta siempre a la mujer que lució como nadie, su cuidado, níveo y sedoso cabello.

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