José Agustín Blanco Redondo. Escritor.-
Cipreses en el camino es la primera novela de la escritora valdepeñera Manuela Navarro López. Publicada por la editorial Círculo Rojo en 2022, las escenas de esta obra se ubican en dos territorios que comparten tanto la belleza de sus monumentos y paisajes como ese bagaje histórico que los caracteriza: la Toscana italiana y Toledo, la ciudad de las tres culturas. La novela abarca un arco temporal comprendido entre el otoño de 2017 y el mes de junio de 2022.
Escrita en primera persona, esta historia de ficción es pródiga en descripciones que consiguen crear atmósferas concretas, cercanas, sensoriales. El lector es capaz de deleitarse con los detalles que Manuela Navarro aporta en estas descripciones, el sabor de los platos típicos y las costumbres de la Toscana, el aroma y colorido de su flora, la contemplación de los atardeceres, el cielo agrisado que se cierne, al anochecer, sobre el Alcázar de Toledo, el aspecto, el comportamiento y la sensibilidad de sus personajes, las callejuelas y plazas medievales de la Toscana que sorprenden al viajero y cuya belleza solo es alterada por la incidencia temporal y casi mágica de la luz del sol en su arquitectura.
Otro de los aciertos de esta novela es la calidad de sus diálogos. Parecen nacer del meditado interior del que habla, porque son diálogos profundos, evocadores y cargados de una intrahistoria a veces trágica. Y dentro del abanico de personajes, tres de ellos son dinámicos: Adela —la protagonista que marcha a la Toscana tras un quebranto amoroso—, Arturo y Ángelo, porque los tres son personas diferentes al término de la novela, personas que evolucionan, disfrutan de nuevo, se enfrentan a sus miedos, se atormentan, se enamoran y se resignan, hasta alcanzar al final un equilibrio de emociones que los hace creíbles, humanos, próximos. Y si hay calidad en los diálogos, también la encontramos en la trama de la novela, una sucesión de acontecimientos que desliza al lector, sin interferencias, hasta la resolución de ese conflicto que conmociona a la protagonista y que conocemos desde las primeras páginas. En la narración hay delicadeza, respeto, elegancia, compromiso, imaginación, trabajo y amor por unas tierras y tradiciones que la autora parece conocer al detalle. Pero, sobre todo, hay pasión, incertidumbres, determinación y romanticismo.
Creo que hay que valorar también la maestría con que Manuela Navarro expresa los sentimientos de Adela a lo largo de la novela. La amargura, los recuerdos, la familia, las dudas, la forma de salir adelante. Como ejemplo, sus pensamientos en estas líneas de la página once, el amor como metáfora de la traición: “El amor. El amor muestra mil caras, tantas como formas de camuflarse. Ese atemporal enemigo de la razón me acompañaba por segunda vez a la Toscana, esta vez mostrándome su cara más despiadada. Traidor compañero de viaje que de su esencia llenó mi maleta tiempo atrás.” Y en la página quince: “Pero cuando te sientes destrozada necesitas llorar, te asiste el derecho a vivir tu duelo. Las pasiones ahogan si no se liberan.” También en la página veintisiete: “Otra vez aquella mezcla de sentimientos me invadía. El nudo en la garganta sabía a rencor y a nostalgia. Cuánto mata el rencor y cuán intransferible es el dolor.” Y en la página noventa y nueve: “Mucho quedaba por decir. Aquella conversación habría podido dilatarse tanto como nuestra sinceridad, pero ¿hacia dónde nos hubiera llevado?”
La autora nos agasaja con un vocabulario preciso, un lenguaje cuidado, un comienzo interesante, una trama prometedora y un final satisfactorio. Porque se sabe que, tras cerrar todas las puertas, siempre se abre una ventana por la que entra el aire y la luz de la vida, una ventana de futuro que encontrarán en esta recomendable novela.