Desde hace un rato hay algo que me quita el sueño… No tenía intención de contárselo, pero ya que lo pregunta… venga, que es un momento: resulta que don José Bono, presidente del Congreso, anda preocupadillo y fíjese si el asunto es de peso, que últimamente hace de vientre menudillo.
Eso es cosa de la Internet y esas tonterías, asegura su señoría: de los diarios, de las televisiones y las radios – a lo que de mi cosecha añadiría – y de la prensa libertaria, rojilla y ordinaria, como La Gaceta e Intereconomía.
Por las tensiones de la crisis, tras un profundo análisis de esos dos mundos tan conectados, se está observando que el ímprobo ciudadano su ira ha mudado del estadio al Congreso y al Senado, a causa de este desafortunado paréntesis, en el que los árbitros vienen acertando.
Intuición no le falta a don José: mientras otros invirtieron en ladrillo y en la bolsa de Taiwán, la tentación no pudo con él, que apostó por el folículo capilar. Cuando ostentaba la imperial toledanía los falaces periodistas lo acusaban de populista, como si hubiera algo de malo en fomentar la relojería entre los sufridos pensionistas.
Fue Samantha Villar a pasar 21 días en el Congreso para dar una imagen de cercanía de los diputados. Entró en el Grupo Mixto, todo debía ser real para que no percibiera nada distinto: el sueldo, el horario y el coche oficial… y tras dos meses de ruegos y escarceos, fíjense que extraño, acabaron sacándola a rastras los geos porque se había quedado pegada al escaño.
Aumenta el temor fundado a que la cosa vaya a más: sus señorías golpeados, agredidos, perseguidos y empalados, esperemos que no llegue a pasar. Presto he enviado mi currículum al presidente Bono. Con mucho gusto colgaría el pico y el mono si alguno de los diputados abandonara por temor a que le dieran caña. Por el olor de esa nómina y el tacto de esos sillones, yo y otros cuatro millones, estaríamos dispuestos a partirnos la cara por España.