En los meses previos a la celebración de las últimas elecciones municipales, las críticas hacia el entonces Concejal de cultura, Rafael Romero, hacían injustificable su permanencia en un nuevo equipo de gobierno municipal. Por esta razón, Rosa Romero decidió retirarlo de la vida pública o, al menos, fingir que lo retiraba. Rafael Romero que en apariencia había abandonado la vida política, seguía ocupando la Secretaría de Cultura del PP provincial, donde aún sigue. A Rosa Romero, responsable del PP provincial, le resultaba indiferente el rechazo popular y la incapacidad política del exconcejal de cultura, y en una operación de cirugía estética lo retiró de las primeras posiciones, para ubicarlo en la sombra ideológica de la retaguardia. Para lavar la cara de la nefasta política de Rafael Romero se puso en su lugar a una mujer joven, universitaria y dinámica. Una operación que cumplía dos premisas fundamentales: la estética y la estática. Dar la sensación, a través de una imagen juvenil, moderna, amable y dialogante de que se estaba haciendo algo, cuando la decisión era que todo continuara igual.
Lydia heredó un modelo de política cultural clientelista, basado en unos esquemas propios del tardofranquismo, y se la condenó a mantenerlo a toda costa. Puede decirse que Lydia ha pasado por la vida pública municipal como gestora más que como política. Su capacidad de decisión ha sido prácticamente nula, y siempre supeditada al dictado de aquello que fuera conveniente para el partido en el gobierno y sus grupos de interés, no para la ciudad en su conjunto. Su función se ha reducido a gestionar la realización de los compromisos menos conflictivos del programa electoral del PP, en el que ella no participó. Sin embargo, su capacidad de decisión política ha sido cercenada en aspectos de especial relevancia para la ciudad: Crear un Consejo consultivo cultural que haga participativa la política cultural local; Diseñar un Plan Estratégico de la cultura para Ciudad Real; Aplicar la Ley de subvenciones, siete años después de su aprobación; Garantizar de forma efectiva la protección de los inmuebles más vulnerables que conforman Patrimonio Histórico local.; Dar coherencia cultural al Plan Estratégico de Ciudad Real; etc.
En lugar de emprender acciones políticas que posibilitaran la construcción de una ciudadanía fuerte a través de la cultura, y que tendieran a su cohesión en una ciudad que el régimen político ha fragmentado, la política cultural, por imperativo de partido, ha perpetuado los rancios valores seculares. Por tanto, los condicionantes heredados; las sombras intangibles del aparato del partido; la “invitación” a no adoptar decisiones políticas incómodas para los grupos de presión; la negativa a ser liberada como concejal para poder dedicarse con más dignidad a este cargo; la consideración de lo cultural como mero esparcimiento y adorno institucional, etc., legitiman de por sí una dimisión que se justifica ahora por motivos personales y emocionales, pero que debió producirse mucho antes. Por haber aceptado y asumido estos condicionantes, y por haberse plegado a ellos, a Lydia se le pueden ahora reprochar los males que de ello se derivan. Entre ellos la perpetuación de una política cultural estancada y a veces pervertida, orientada en muchos casos al servicio de unos fines arbitrarios y anacrónicos. Esta decisión de asumir los condicionantes heredados, quizás la única de naturaleza política que ha adoptado, es la que más perjudica el balance que se puede hacer de su trabajo.
Es de suponer que la carga del cargo heredado habrá tenido parte en los motivos aducidos en su dimisión. Con Lydia perdemos, no obstante, a una persona que pudo ser, por su capacidad para dialogar y para trabajar, una extraordinaria responsable de la política cultural local. Ha sido una persona que ha hablado con todos, fueran o no afines al canon cultural municipal. Una persona que ha estado en los espacios culturales, en las sedes y en los actos de todo tipo de colectivos, fueran del pelaje que fueran. Esa normalidad que Lydia quiso darle a la convivencia a través de la cultura, fue el germen de un cambio que se frustró antes de nacer. Unas capacidades personales que en un contexto menos retrógrado habrían dado un fruto provechoso para una ciudad menos fragmentada.