Ramón Castro Pérez.- Los niños de once años tienen móvil y se dan de alta en redes sociales en las que no existen filtros de contenido. Los «routers» de las casas nunca se apagan para que los datos viajen desde cualquier parte del mundo hasta sus esponjosas mentes.
El viaje es de ida y vuelta, pues los niños no sólo absorben la grasienta señal «wifi». Además, vomitan sus impulsos sin saber bien cómo afectarán a sus iguales, también parapetados tras los «routers» de sus casas, el único aparato eléctrico que es indispensable mantener conectado para preservar la paz y el silencio.
Adormilado, papá ha bajado a la cocina para beber agua y ha visto las lucecitas parpadear. Dice que le entra sed de madrugada, pero yo sé que viene a molestar. Tentado de cortar la conexión, se lo ha pensado mejor. Provocaría un enfrentamiento con el hijo que ya no reconoce. Físicamente, me parezco al de la foto con traje de marinero, aunque ahora soy distinto.
Entre los diez y los catorce años, somos unos dos millones y medio. Muchos con móvil. Un negocio seguro. Y que «Matrix» era ciencia ficción ¿Qué pensabas que eran las lucecitas? No las apagues. O la monto.