Manuel Valero.- Tuve la suerte de ver la final del Mundial 82 en Cullera. Al acabar el partido los italianos que andaban de turistas inundaron toda la ciudad de banderas patrias porque la bota de Europa se había llevado la Copa del Mundo frente a la selección de Alemania. Fue tanto trapo bailando sobre las cabezas de los aficionados que sentí envidia, pero envidia mala. No hay envidia buena. La muchedumbre, pues no eran pocos, convirtió Cullera en un pedazo de su país. Imposible que eso ocurra aquí, pensé. La bandera de España (constitucional) levanta sarpullidos a mucha gente hasta el punto de que somos el único país del mundo que se avergüenza de ella y muchos españoles no la lucen por temor a ser tildados de fachas. Además, aquí tenemos dos territorios que la queman a la menor oportunidad porque su objetivo es la separación, mientras que los italianos son producto de la unificación de una Italia fragmentada en reinos, ducados y hasta estados pontificios desde el origen de los tiempos hasta hace, históricamente, bien poquito.
Afortunadamente me equivoqué. Veintinueve años después España ganó el Mundial de 2011 y nunca jamás se vieron tantas banderas rojigualdas como aquel año. Pero me equivoqué a medias. Excepto en la masiva celebración de la victoria futbolística que resultó como una catarsis y actuó como vitamina para solapar el complejo, la bandera de España sigue sin ser admitida con rotundidad por muchos compatriotas. En las manifestaciones de la izquierda apenas si ve, si es que se ve alguna, y en las manifestaciones de la derecha, la enseña de todos ondea sobre pancartas y cartelones, con apropiación indebida o debido precisamente al desafecto de la otra parte. La bandera nos separa. He escrito alguna vez que el mundo se compone de ciento y pico naciones más Argentina y España, como dos rarezas.
Tal y como están las circunstancias, hoy se puede comprobar lo que todo el mundo sabe: la bandera de España sigue pegada al subconsciente colectivo como un símbolo autoritario que sugiere el temor y el rechazo del régimen anterior. Por más que la bandera haya sido fijada en la Constitución (la misma que hoy tiembla por los acontecimientos), y se haya eliminado el aguilucho, no llena el ojo a bastante personal. Adornada, además, con el escudo de armas de los Borbones y con los mismos colores de los tiempos de Carlos III, (como el himno), es campo abonado para que la derecha alardee de ella. En fin, que la bandera sea monárquica y parlamentaria por mucha bendición constitucional que tenga, aún sigue levantando ronchas.
He recordado después de una conversación que tuve con un conocido socialista de Puertollano unas líneas que escribí en el diario Lanza y en la que especulé -a toro pasado, claro-sobre la posibilidad de que en plena época constituyente, los padres de la virginal Constitución hubieran debatido sobre la conveniencia de una nueva enseña nacional que fundiera o eliminara las dos banderas-nacional y republicana– enfrentadas en una guerra de la que sólo salió victoriosa la primera. Tomada por Franco flameó por cuatro décadas, y finalmente aprobó el examen de democracia descontaminada del aguilucho con la lejía borbónica, corona ostensiva y un par de torres… de Hércules (¿).
Ahora, al ver las algaradas en la calle asediando las sedes del PSOE vuelvo a sentir exactamente lo mismo, aunque lo que pasa, me retrotraiga a los aciagos días en los que el PSOE hacía otro tanto ante las sedes de Génova tras los horribles atentados del 11-M… pero sin banderas.
Cuando se redactaba la Constitución… ¿hubiera funcionado una bandera nueva? ¿Sería la flamante enseña más fácil de digerir por todos? ¿Y cómo sería? ¿Qué colores? ¿Ni rojo, ni amarillo, ni morado? ¿Con qué símbolos?
Banderas las hay de todos los colores pero existen dos extremas que tienen un significado cósmicamente antagónico: la negra es la ausencia de todos los colores, ya que el negro no se considera color, y la identificamos con la piratería, es decir, con el asalto, la crueldad, el abordaje, la rapiña, la corrupción, el robo… La blanca es la conjunción de todos los colores del espectro y significa la paz. Fuera de estos dos extremos ¿qué diseño hubieran sido capaces de proponer, aprobar y someter a referéndum, los padres constitucionales?
No se me ocurre fórmula para que la bandera de España que todos aceptamos cuando se aprobó la Constitución pueda representarnos de manera natural y deje de ser un emblema vehementemente monopolizado por una parte, indiferente para otra, y odiada por una tercera.
11-M. El 14 fueron las elecciones.
Cierto. Error mio. Gracias
Bandera rojigualda como la actual, escudo republicano.