La dura y emocionante vida de Cristina Mata Torrado, una madre que brega en solitario con la diversidad funcional debido a un sarcoma osteogénico que tuvo a los cinco años, ha provocado una oleada de empatía y apoyo en la ciudad de Puertollano, donde reside. Tras conocer su historia, los puertollanenses han contribuido decisivamente a aupar a Cristina como una de las cuatro mujeres reconocidas en la III edición de ‘Ellas Cuentan’, un proyecto solidario del Club de Malasmadres y Cinfa que premia a mujeres que se enfrentan a diferentes luchas vitales marcadas por la enfermedad. Las ganadoras, seleccionadas en función de los votos de internautas conseguidos por sus historias, recibirán 3.000 euros cada una, destinados a mejorar su calidad de vida.
Este año, un total de 212 mujeres de toda España han compartido sus historias de vida, sumándose a los cerca de 600 relatos presentados en ediciones anteriores. Cristina ha sido premiada en la categoría de «Mujeres que conviven con una enfermedad o diversidad funcional» tras obtener 929 votos.
El objetivo de este proyecto es dar voz a la diversidad funcional y visibilidad a las mujeres y madres que más lo necesitan. Además de Cristina, este año han sido reconocidas Marian Vaya, madre de tres niños con Ataxia de Friedreich; Zuriñe Lasagabaster Silva, madre de un niño con una enfermedad ultrarrara (Deficiencia de 3-hidroxi isobutiril-coa hidrolasa), y Raquel Juárez, madre con esclerosis múltiple recurrente-remitente y cáncer metastásico. Las cuatro recibieron sus galardones en una gala celebrada en Madrid el pasado 26 de octubre.
Cristina ha dado las gracias a todas las personas que han confiado en ella y en su historia, al pueblo de Puertollano que se movilizó para votar, al Ayuntamiento de la ciudad minera y a todos los medios de comunicación que se hicieron eco de su historia.
La vida de Cristina Mata se ha enredado en una odisea dramática que la ha obligado a bregar en una marea de sentimientos y sensaciones negativas, pero también a enfrentarse a un continuo y emocionante proceso de transformación y superación.
Cristina, que reside en Puertollano, relata que de pequeña sufrió un cáncer de hueso que derivó en la amputación de una pierna, pero la vida le depararía más sinsabores: el fallecimiento de su madre, también por cáncer, un divorcio y el suicidio de su pareja.
Cristina ha conseguido superar emocionalmente estas dificultades, que la han motivado, además, a ayudar a mujeres en distintos procesos de transformación.
La historia de Cristina:
Soy Cristina Mata Torrado, mi proyecto se llama “La Sonrisa de Cristina” y mi perfil en Instagram es @lasonrisadecristinam.
Me considero una mujer fuerte, valiente, resiliente, empática y muy vulnerable. Creo que todos estos adjetivos vienen impresos en mi ADN desde que estaba en el vientre de mi madre. Una mujer joven, alegre y muy vital que se quedó embarazada de gemelos con 21 años y todo esto nos lo supo transmitir a mi hermano y a mí desde el momento de nuestra concepción.
Nacimos de 32 semanas y de parto natural y nadie sabía que éramos gemelos hasta ese momento.
Siempre empiezo a contar mi historia desde el momento en que tuve el cáncer. Pero creo que éste es un dato muy importante en mi vida, ya que ya nací queriendo comerme la vida a bocados, porque pesé 1,800 kg y estuve en una incubadora hasta que me terminé de formar para salir al mundo exterior.
Ahora sí, con 5 años y tras muchas idas y venidas a los médicos porque a mí me dolía mucho la rodilla, y nadie nos hacía caso, simplemente los médicos se limitaban a decir que yo era una niña muy grande y la rodilla me dolía porque estaba creciendo. Un buen día mi rodilla se inflamó mucho, y mi madre ya me llevó a urgencias y allí con una simple radiografía, allá por el año 1980 descubrieron que algo no pintaba bien y tenían que biopsiar rápido para ver el alcance.
La cosa era grave, un sarcoma osteogénico en la cabeza de la tibia y el peroné, había que amputar mi pierna por encima de la rodilla y darme tres años de quimioterapia si queríamos salvar mi vida. Mis padres en todo momento dijeron que adelante.
Sí, se fiaron del buen criterio médico de los oncólogos y traumatólogos que me trataron en la Fundación Jiménez Díaz.
Siempre me preguntan cómo reaccioné cuando supe que me iban a amputar la pierna. Mi madre me lo contó con tal naturalidad que yo no tuve mejor opción que la aceptación.
Aceptar que me iban a quitar un trocito de mi pierna porque estaba “malito” igual que cuando pelas una manzana y tiene un trocito que no se puede comer. Esa fue la explicación de mi madre, con tanta calma y tanta paz, que a mí me pareció que era lo lógico, lo normal, porque además iba a tener una pierna muy chula “de quita y pon”.
En ese momento mi madre me contagió su súper poder, su fortaleza, su empatía, su resiliencia…En definitiva, sus ganas de vivir.
Y es que, con esa edad, no tenemos creencias de ningún tipo, nuestro mapa mental aún no está creado y siempre digo que me amputaron en la mejor etapa de la vida, por esto mismo. Mis vivencias reales, son todas sin pierna.
Fue duro, pero fue una etapa que recuerdo con cariño, me encantaba ir al hospital, me encantaba ponerme la “quimio”, aunque me ponía malísima, las enfermeras y los amigos que allí tenía hacían que me sintiera en casa. Incluso el cumpleaños de los 7 o los 8 años lo pasé allí y fue muy divertido, mis padres compraron tartas para todos los turnos de enfermeras!!!
Cuando todo empezaba a ir bien, terminé mi quimio, que duró tres años!!! me adaptaba fenomenal a mi prótesis, vivíamos ya tranquilos, felices y en paz…
Y, un buen día de 1987, mi madre empezó a encontrarse mal, estábamos en la playa, médicos a Alicante, médicos a Murcia, nadie daba con lo que ella tenía. Hasta que ya cansada y pensando que algo no iba bien, nos cogió a mi hermano y a mí y volvimos a Madrid, donde mi padre estaba esperándonos porque estaba trabajando. Según llegamos se fueron a urgencias y allí exactamente igual que a mí, los médicos le dijeron que la cosa no pintaba bien. Tras varias pruebas, vieron que padecía un cáncer de colon incurable.
A ella nunca le dijeron nada, en esa época no se le decía nada al paciente, aunque nosotros estamos convencidos de que lo sabía después de todo lo que había pasado conmigo.
En cuatro meses y medio falleció, muy joven, cumplió los 34 años en el hospital, dejando a unos gemelos de 12 años y un marido con 36.
Nunca imaginé que mi madre moriría, creo que un niño nunca lo imagina. En aquel momento dije “y ahora qué”, pero como siempre cuento, estuvimos muy arropados por mi padre, mis tías, los amigos y jamás noté demasiado esa ausencia. Una vez más tiré de coraje y dije “a por todas”.
La ausencia, la notas cuando eres adulto y tienes momentos importantes que compartir, como que has terminado la carrera, te casas, tienes un niño, o momentos muy duros en tu vida. O los más sencillos, poder coger el teléfono para decirle simplemente no estoy bien, o soy muy feliz.
Y realmente es que he sido muy feliz gracias a todos estos momentos duros que la vida me ha ido poniendo en el camino.
Estando en COU, empecé una relación con un chico y nos mantuvimos juntos 14 años. Desde 1992 hasta 2006. Estudiamos la carrera, nos fuimos a vivir juntos, más tarde nos casamos y a los tres años nos divorciamos. Éste fue un batacazo que no esperaba y me dejó sacudida y zarandeada por todos lados. A día de hoy, creo que es el único por el que pedí ayuda a una psicóloga, porque no sabía por donde me había venido la jugada.
En ese momento también me estaba “separando” del que había sido mi socio profesional durante seis años. Un compañero de carrera con el que monté mi propia Asesoría, estando yo en cuarto de carrera.
Porque no lo he dicho, pero siempre he sido emprendedora, nunca he trabajado por cuenta ajena, porque siempre quise ser dueña de mi tiempo y conciliarlo de la mejor manera sin darle cuentas a nadie.
A los seis meses del divorcio, conozco al que fue el papá de mi niño, en una asociación para amputados donde yo colaboraba, él había tenido un accidente de quad y había perdido parte de la pierna y estaba allí aprendiendo a caminar.
Muy pronto comenzamos a vivir juntos y más tarde él comenzó a trabajar conmigo en la Gestoría, creando un equipo de trabajo muy chulo.
Él tras el accidente había perdido su trabajo, se había divorciado y digamos que venía con el contador a cero, con mucha ilusión, pero con una mochila a sus espaldas muy grande que cuando afloró pasó factura.
Las prótesis le empezaron a hacer daño casi desde el principio, pero como tocaban zona que tenía insensible por las cicatrices tras la amputación, digamos que el daño era soportable.
El problema vino con una prótesis nueva que se hizo y le empezó a hacer daño en zona sensible. Él no quería quitarse la prótesis y la herida era cada vez más grande, cogió infección, empezó a tener dolores de “miembro fantasma” y ahí empezó nuestro calvario. Y digo nuestro, porque no fue solo suyo. No quería curarse, o digamos que sí, pero no pagando el precio que era amputándole de nuevo.
No quería ir al médico, ni al psicólogo, ni a nada que tuviese que ver con ayudarle a salir de ahí, y tras casi dos años de intensa amargura, decidió quitarse la vida. Lo peor de todo, es que esperó a que yo estuviera en casa para hacerlo y en un momento en el que yo estaba en la cocina y él en el salón aprovechó para lanzarse al vacío desde un sexto piso.
Imagínate, o mejor aún, no lo imagines porque es inimaginable. De esto han pasado ya nueve años.
Y te preguntarás si yo me sentí culpable, pues no, en ningún momento. Hice durante dos años lo imposible porque él estuviera bien, se fue sabiendo que yo le quería y también todo lo que había hecho por él, así que yo en paz y tranquila. Y desde ese momento pues mi vida ha cambiado mucho, seguí tres años más con mi Gestoría.
Fueron años difíciles, años en los que yo empecé a hacer otras cosas, fue cuando comencé a estudiar desarrollo personal, a conocerme a mí misma y cada vez fui perdiendo más interés por el que fue durante dieciocho años mi negocio hasta que terminé dejándolo.
Demasiada presión, a esto se sumó que se me rompió mi prótesis que cuesta 40 mil euros y yo no tenía dinero para pagarla e inicié una campaña de crowdfounding que se hizo viral en Facebook, porque yo en ese momento no tenía Instagram (esto era diciembre de 2016) y en mes y poco tenía el dinero y el 8 de marzo de 2017, día de la mujer, me la ponía por primera vez.
A los veinte días, me dio una parálisis facial total del lado izquierdo de la cara y fue cuando decido dejarlo todo, Gestoría, mi casa, Madrid y todo lo que tuviese que ver con estrés.
Vendí mi casa sin que nadie lo supiera, he de decir que con mucha suerte, porque la vendí en un día. Y decidí venirme a Puertollano, mi familia por parte de mi padre, son de un pueblo cercano y mi tía, la que había cuidado de mí desde chiquitita y de mi niño desde que nació se había venido aquí y la echaba mucho de menos. Cuando la gente me pregunta si me vine por amor, siempre contesto, por amor a mi “segunda” madre.
Aquí podría estar cerca de ella y tendría tranquilidad. Ella estaba aparentemente más sana que una manzana y en menos de un mes un cáncer de páncreas se la llevó por delante. Ni siquiera llegó a conocer mi casa que tanta ilusión le hacía.
De nuevo estaba sola y empezando nueva vida, en un pueblo que no conocía.
Comencé más intensamente a estudiar desarrollo personal y a leer todo lo que caía en mis manos a ese respecto.
Justo en ese momento estaba con una pareja que era de Valencia, la distancia fue un hándicap, pero lo llevamos bastante bien hasta que al final se rompió y recurrí a una coach experta en estos temas que me abrió la mente y me dijo: “Nena tú vales mucho, y en este campo tienes mucho que aportar porque tu experiencia vital te avala, nadie de los que nos dedicamos a ésto, hemos pasado por tantas situaciones en la vida como lo has hecho tú, así que adelante”
Así que a partir de ahí, sigo aprendiendo, y acompaño a mujeres que han pasado por cualquier tipo de amputación física, o emocional. Porque yo siempre digo que sólo unos pocos tenemos amputaciones físicas, pero todos tenemos amputaciones, todos hemos pasado por una pérdida de un ser querido, un trabajo, hemos sufrido una enfermedad, e incluso una pandemia.
El confinamiento me paró en seco, estaba empezando a compaginar las sesiones “one to one” con las mujeres que me lo solicitaban, con charlas de motivación en asociaciones, colegios y de donde me llamaban. Y todo se paralizó y lo pasé un poco regular porque las sesiones también, se ralentizaron y me vi un poco tocada.
Pero afortunadamente apareció mucha gente a través de Instagram como Rubén Martín y las personas que he conocido a través de él, me han hecho crecer aún más.
He hecho varios eventos gratuitos online a los que se han apuntado cientos de personas, y detrás de esto, varios training de siete semanas, que se llaman “Sonriamos Juntas”, que me están haciendo sacar aún más lo mejor que hay en mí y está siendo muy bonito, ayudando de nuevo a muchas mujeres. En estos training me han acompañado en las distintas sesiones personas conocidas como Irene Villa o María Fernández y otras que no lo son tanto.
Sigo con el proceso de escritura de mi libro, el que he cogido, he abandonado y he retomado, en varias ocasiones, pero no consigo darle la forma que yo quiero.
Llevo un año y pico “apartada” de redes sociales, sin subir contenido, pero sigo con mi ritmo de trabajo, haciendo sesiones, talleres, dando charlas, la última de la mano de Ángel Rielo en la Universidad de Ciudad Real. Y preparando cositas para este nuevo curso.
Pero quiero que quede constancia que es durísimo en este país ser una madre discapacitada, con familia monopartental y que tienes unas necesidades de las que nadie se acuerda. Si el discapacitado fuese mi hijo, hay ayudas, no muchas, pero las hay, pero como la discapacitada soy yo, es como si fuésemos invisibles.
“Madre, discapacitada y sola. Debe ser muy raro, no salimos en los papeles y nadie se acuerda de nosotras”.
Gracias por la oportunidad.