Salvador Jiménez Ramírez.– Desde épocas remotísimas, complejos y desconocidos fenómenos acaecidos en el planeta Tierra, han venido poniendo en peligro la continuidad de la vida; produciéndose extinciones masivas, de especies y grupos de seres vivos que, en el proceso evolutivo, han cambiado y mutado sucesivas veces… Han sido innumerables las catástrofes y calamidades, por hambrunas, guerras, cambios climáticos, fenómenos geológicos y epidemias que, a través del tiempo, han asolado a la humanidad. La humanidad, ha tenido por norma atribuir a la furia de los dioses, el vasto cúmulo de enfermedades transmisibles; cuyo mecanismo de contagio se desconocía, denominándolas, hasta hace “cuatro días”, como “pestilencias”— “pestes”.
Ciñéndonos a la epidemiología de la Península Ibérica; —sin entrar en periodos de la antigüedad, en los que algún día nos adentraremos— comprobamos cómo las epidemias, en intensidad y tiempo, surgen y se desvanecen cíclicamente. Las epidemias—“pestes”, como hasta el siglo XIX, no se tenían apenas conocimientos, respecto de la etiología, epidemiología, profilaxis…, alcanzaban dimensiones insospechadas… Es evidente, que la medicina de Occidente, prácticamente desde sus inicios, se ha venido ateniendo a criterios objetivos, apartando supersticiones… Hoy se habla de Epidemias, “Endemias”, “Pandemias”, “Agentes patógenos de laboratorio”, etcétera. La palabra enfermedad, procede del latín “infirmitas”, que significa “invalidez”. Por tanto, la pérdida de salud sería un estado defectivo de la vida… La salud queda concebida y entendida—decía el médico Molina Ariño—como una sensación o “difuso sentimiento de bienestar. La idea que de la salud se tenga, variará en alguna medida, según el punto de vista en que uno se instale para estimarla y definirla”. Las fuentes de contagio e infección, —sin entrar en el “uso” de gérmenes— enfermedades utilizados como armas biológicas—suelen ser animales o personas enfermos, pasando la enfermedad a los individuos sanos; unas veces por contagio directo, o sea contacto directo entre el enfermo y el susceptible o receptible. En otros muchos casos la infestación es indirecta, ya que los agentes patógenos se encuentran en el medio ambiente, en donde permanecen tiempo; siendo vehiculados por elementos como el agua, alimentos etc., o por artrópodos vectores o portadores, desde el individuo enfermo al sano. En muchas ocasiones, además del ser humano, son reservorios los animales. Ocurre con la peste (ser humano rata); fiebre de malta: vaca, oveja, cabra, humano. Tuberculosis, humano, vaca etcétera. También hay infecciones como el tétanos y la gangrena “gaseosa”, en las que el reservorio está en la tierra, estiércol etcétera. ¿Serían las epidemias la causa de la decadencia e extinción de los pueblos de la Edad de los Metales del Alto Guadiana y de otros humedales y no las acciones bélicas? ¡“Nihil scitur”! Lo trataremos en otros apartados.
Mencionamos en primer lugar el “cólera-morbo-asiático”, enfermedad endémica en varios territorios de Asia, causada por el bacilo vibrio cholerae o vibrión colérico, al ingerir agua y alimentos contaminados por heces, principalmente humanas. El germen se multiplica en el intestino, produciendo cuadros agudos de vómitos y diarreas; con afectación general grave. El cólera— morbo, tras afectar en cuatro ocasiones a todos los continentes, apareció en la Península Ibérica. Su “importación” de clara influencia marítima, la primera oleada de 1833-34, afectó a los territorios de Extremadura, Andalucía, Galicia y otras zonas; propagándose—favorecida por las contiendas belicosas de la época—al centro y norte peninsulares. En 1854-56 y más tarde en 1874, los efectos del cólera fueron catastróficos. La epidemia de 1855, afectó a gran cantidad de pueblos de La Mancha; golpeando muy fuerte poblaciones del Campo de Montiel y por ende la cuenca del Alto Guadiana. Antiguos y enigmáticos apuntamientos de aquellas fechas, mezclados con toda una amalgama cronológica de grabados esquemáticos de tiempos prehistóricos de la laguna “La Tinaja” (término municipal de Ossa de Montiel), citarían aquella epidemia colérica; utilizándose parte del recinto lacustre como lazareto o malatería. Las epidemias de 1982 y 1910 (véase Gijón), no alcanzaron semejante importancia, en su generalización y mortalidad.
Aquellas epidemias-“pestes” coléricas, que en algunos periodos causaron alrededor de un millón de muertes, obligaron a que, en España, se produjera una reorganización sanitaria, muy descuidada y deficiente en aquellos tiempos. Participando sanitarios españoles en las primeras conferencias internacionales. A raíz de la epidemia de 1885, el bacteriólogo Ferrán aportó sus primeros experimentos, en materia de inmunización activa que sirvieron de pauta para la vacunación anticolérica.
La Peste bubónica, también fue terrorífica… Continuará.
Recuerdo como relataba mi abuela, Facunda que se le murió un hijo llamado Servando en la década de 1930, desidratado, de unos nueve o diez años de edad, murió pidiendo agua, pero el galeno de época, recetó que no le dieran agua porque tenía diarrea muy aguda, simplemente dándole agua hervida, posiblemente no hubiera muerto. La ignorancia, es otra epidemia que todavía está a la orden del día….