Manuel Valero.- Una España dividida como nunca antes desde 1978 . Eso fue lo que vimos, al menos un servidor, tras seguir en su totalidad la investidura fallida de Alberto Núñez Feijóo. No por el resultado que ya se sabía sino por todo lo que se está cocinando sin que sepamos absolutamente nada para la segunda vuelta investidora. Los ciudadanos de a pie no tenemos ni pajolera idea y desde luego los electores que le dieron su voto al PSOE, no a Pedro Sánchez. Convencidos estaban de la palabra del candidato socialista y toda una pléyade de dirigentes que afirmaban, reafirmaban e insistían antes del 23 de julio que no habría amnistía que valga. Bueno, eso y el temor a un PP vencedor sentando en La Moncloa la efigie de Franco de la mano de Vox y prestas las tijeras a cortar libertades, plas, plas, aquí o allá e imponer de nuevo los Fueros revestidos con la pátina de las urnas. Los partidos, todos, saben cómo conducir los mensajes para que calen en el personal. Hay una hemeroteca pavorosa.
Algún programa de televisión bromeaba con la posibilidad de un tamayazo, cosa imposible: el voto por nombramiento, a viva voz y a la vista de todo el mundo exige un esfuerzo titánico para voltearlo todo si un voto entra en colisión con la conciencia del votante. Aparte de acaparar la atención universal de todo los medios del mundo mundial, el disidente quedaría estigmatizado para toda la vida, expulsado del partido y arruinada su carrera política si es que pretendía hacerla, y sin posibilidad de reeditar el escaño y el sueldo. Por no tener ni idea de lo que se está cociendo no la tienen ni los dirigentes del PSOE, como ha declarado, Emiliano García-Page.
A trazo grueso lo que ha llegado a la opinión pública es que Pedro Sánchez y su círculo de poder están tratando en secreto de ahormar jurídica y técnicamente una proposición de ley que aprobarán unas Cortes generales, Congreso y Senado, también divididas y enfrentadas, aunque la última palabra la tiene el Congreso, y en consecuencia se perdone a Puigdemón que exonerado de todo aquello por lo que le persigue la justicia pueda volver a Cataluña como una nueva versión del Ya soc aquí de Tarradellas. Se le llame como se le llame, amnistía o alivio intestinal, perdón, penal. Y esto como aperitivo para lo siguiente según repiten una y otra vez el beatle de Waterloo y el Aragonés que preside el gobierno catalán, enzarzados los juntistas y los republicanos de izquierdas de ERC (los juntistas son republicanos de derechas) en su propia carrera por ver quien se coloca la medalla. Un embrollo.
Me pregunto lo que cualquier ciudadano que mira el Congreso donde se supone reside la soberanía nacional, (o popular, tirando de la neojerga), y se detiene a pensar qué pasa por la cabeza (conciencia) de los diputados/as socialistas. Uno tiene siquiera un poco de comprensión. Son diputados y diputadas, la mayoría anónimos para el universo mediático, muy filtrados y seleccionados por la actual dirección, y no super héroes dispuestos a cargar con las consecuencias de hacer caer la investidura de Sánchez con su abstención cuando le toque a su candidato presentar su credencial, que eso es exactamente lo que fue el tamayazo que encumbró a Esperanza Aguirre tras la repetición de las elecciones madrileñas. Los habrá por supuesto, de acuerdo con la línea del secretario general y su trayectoria política y las decisiones del grupo parlamentario y la maquinaria de Ferraz. Así que de milagros nada. El escaño y el sueldo son demasiado vitales como para renunciar a ellos. Pero… ¿y si hay parlamentarios que consideran en su reflexión íntima y personal, que la elección de su líder depende de un señor que está fugado, viviendo en Waterloo a cuerpo de rey, que no ha pisado la cárcel como sí hicieron otros indepes que tuvieron al menos la gallardía de dar la cara y pagar una factura de privación de libertad porque el que ahora maneja la barca de Sánchez se escapó escondido en un coche… y les entra la pájara? No. Son humanos, no héroes, insisto.
El otro día en otro programa de televisión, el propio José Luis Abalos dijo sin despeinarse que la política no son principios, son hechos y decisiones. Claro, fue el mismo que ayer decía, como muchos otros rostros reconocibles del PSOE que amnistía para tu tía, y hoy la defiende: la amnistía o el alien resultante. El cambio de opinión de tan frecuente y natural se ha convertido en pura rutina de la impostura y la mentira.
En realidad es el único problema irresoluto y difícilmente resoluble que tiene España como nación. Imagínense el país sin la pesada carga de los nacionalismos independentistas. Gloria bendita aunque eso no nos exoneraría de los retos que tienen hoy, no solamente los demás países sino la humanidad, inmersa en una cultura de globalización, con bloques que se mueven como las placas tectónicas, con la pérdida de la capacidad de maniobra de los estados-nación compactados en superestructuras económicas y militares y con la contestada y aplaudida por Agenda 2030 como la nueva biblia de cabecera que nos salvará del Armagedón. Quizá en otro tiempo hubiera sido posible desanudar el nudo territorial pero la Historia, ni siquiera la hacen los grandes hombres, o mujeres, sino que tiene su propia inercia inescrutable o es un continuo volver a empezar como dejó escrito Tucídides
Cuando murió Franco dieron una semana de vacaciones a todos los universitarios. De vuelta a casa, mi madre me preguntó sin tapujos si iba a haber guerra. La misma pregunta me la hacían los vecinos que me pedían mi opinión como si uno fuera un oráculo, dado que estudiaba periodismo y estaba en Madrid. Esos días escribí un articulo y lo envié… a Lanza. ¡Y se publicó! Se titulaba Una Corona para la libertad. Pasados los años comprobé, como todos, que la Transición se hizo para eso, para no volver a los fusiles, aunque la derecha tuviera que admitir el voto libre y la izquierda la Monarquía como animal de compañía. Ojalá y se hubiera pactado con todos los poderes fácticos un referéndum sobre Monarquía y República y haber tejido una Tercera República Federal y hasta Confederal si me apuran en el caso claro de que el veredicto popular se hubiera inclinado por tal opción. No lo sé. El problema territorial persiste con la irritación que provoca que los independentistas lingüistas de verdad son minoría en el País Vasco y en Cataluña, que el movimiento independista vasco ha dejado un reguero de sangre y que son los mismos aplauden e influyen en una ley de Memoria Democrática que los elude porque ellos sí quieren un alzheimer que los relegue al rincón más profundo del olvido.
A uno le entristece todo esto porque con los años se constata que los españoles somos incapaces de avenirnos de una vez, y cada cuarenta años volvemos al mamporro, como decía Fernando Sánchez Dragó.
La realidad es esa y la legitimidad democrática la avala. Gana quien suma. Por lo tanto no hay más remedio que aceptarlo. Ahora bien, costará asumir un presidente del Gobierno que lo será, tras un cambio drástico de opinión, por el apoyo del de Waterloo y la demás compaña, Bildu, ERC, BNG, Sumar, PNV y Junts, el batiburrillo de izquierdas y derechas al que el propio Pablo Iglesias, denominó bloque plurinacional para ahorrarse la palabra progresista.
Una España dividida o en el mejor de los casos una España asociada con otros u otros con España, un PSOE desconocido que cambia según viene el aire, salvo que dé con la tecla de la normalización definitiva y nos quedemos con la boca abierta. Sería el primero en aplaudir. Veremos en que queda esta peregrinación por el laberinto de la contradicción permanente y la incertidumbre.
La suerte es que siempre nos quedarán las urnas y eso sí es un alivio.