Muros romanos, algunos de un espesor de metro y medio y hasta dos metros de alzada, delimitando el recinto que da cobijo a estancias internas y un horno, siguen emergiendo en la campaña de excavaciones del yacimiento Cruz de Mayo, en Brazatortas.
Es el enclave arqueológico que decididamente abandera, y financia en exclusividad con fondos propios, el Ayuntamiento que preside como alcalde Pablo Toledano y cuya memoria recupera un entusiasta equipo de arqueólogos, restauradora, estudiantes universitarios y operarios de un plan de empleo municipal concebido para dichos menesteres.
“Este equipo de Gobierno y yo mismo teníamos una sensibilidad especial sobre el patrimonio histórico, en este caso el patrimonio arqueológico y queríamos un poco que Brazatortas estuviera en el mapa”, señala el regidor.
Por eso, hace cuatro años, con la Carta Arqueológica del municipio en las manos, “vimos por dónde podía apostar este Ayuntamiento en la filosofía de hacerlo por la investigación del patrimonio histórico, era apostar también por una proyección de futuro unida a nuestro desarrollo socioeconómico y al turismo”, apunta Toledano Dorado.
Los hallazgos ratifican que este asentamiento, para sorpresa de todos cuando al principio se llegó a lo alto de su emplazamiento con la idea de desenterrar un enclave prehistórico de la Edad de los Metales, como así existe también, trascendió a otras épocas históricas.
Toledano explica como en las laderas del promontorio se hicieron primero unas pequeñas excavaciones, bajo la dirección técnica de un equipo formado por el profesor Víctor López Menchero, el doctor en historia Alfonso Monsalve y el arqueólogo David Oliver, arrojando en sucesivas etapas prospectivas “el descubrimiento de épocas del Cobre y del Bronce, en torno al año 5.000 antes de Cristo”, emergiendo luego el mundo ibérico de la Edad del Hierro y acreditando la presencia romana varios denarios de la República romana.
Alfonso Monsalve, codirector del proyecto, explica que el lugar, ya romanizado, permitió la vida a decenas de personas entre mitad del siglo II y mitad del siglo I antes de Cristo, una “época de no pocos conflictos civiles en toda Hispania”, refiere mientras hace un alto en la labor.
La presencia de proyectiles de plomo y su localización en lo alto de un cerro que permite vigilancia en un vasto radio de acción del Valle del Ojailén, ya limitando con el Valle de Alcudia, atestiguan que el enclave torteño debió ser, un lugar de defensa.
En el yacimiento, de finales de la etapa ibérica y principios de la romana en Hispania, datada más concretamente en la época de la República de Roma, se definen una serie de espacios y complejos estructurales, con pequeñas habitaciones, muy pegadas entre sí.
“Dentro de ellas estamos encontrando una serie de materiales que nos están apuntando a una población que no tenía una gran riqueza”, indica Monsalve, quien, junto al resto del equipo, no descarta que en las laderas del yacimiento pueda existir otro aún más amplio.
Los trabajos prospectivos comenzaron efectivamente hace cuatro años, en un proyecto del Ayuntamiento “buscando un lugar donde poder investigar el pasado y, a la vez, establecer un recurso de futuro para el municipio de Brazatortas”, aporta David Oliver, otro de los codirectores del yacimiento.
Aquella primera campaña, “ilusionante”, pese a arrancarla apenas unos meses de la pandemia hoy casi ya olvidada, consistió en la realización de unos pequeños sondeos que “nos marcaran lo que podíamos tener aquí”, añade Oliver.
El equipo de arqueólogos conocía el emplazamiento, pero no tenían tan claro las cronologías ni la potencialidad del espacio. Sobre lo primero desvela “la sorpresa” de encontrarse una historia “un poco encubierta, por una estratigrafía invertida”.
No en vano, añade Oliver, “cuando tú excavas, lo más moderno está arriba y lo más antiguo está abajo y en cambio aquí empezamos al revés, con lo más antiguo arriba y lo más moderno debajo”.
“Nos dimos cuenta enseguida que esos materiales prehistóricos que nos habían traído hasta aquí, eran los que los romanos habían usado para construir sus estructuras y, cuando se derrumbaron, sepultaron el yacimiento romano”.
El contexto histórico del lugar, por tanto, supone un interesante momento de transición entre íberos y romanos que, más allá del trabajo de campo donde la restauradora Isabel Angulo se dedica a la consolidación de estructuras, tiene en el laboratorio la clave para desentrañar muchos más datos de los que a simple vista se observan.
Del campo al laboratorio
Lo que en su día fue sala de autopsias adyacente al camposanto torteño, junto a otros espacios anejos, está hoy dotada de moderno instrumental tecnológico para que todas las piezas que llegan desde Cruz de Mayo sean sometidas a un minucioso estudio arqueológico.
Investigadores y Ayuntamiento torteño han contribuido a equiparlo con tres ordenadores, lupas binoculares, lupas electrónicas, maquinaria de restauración y otra para análisis básicos de pH, aparataje para conservar al vacío restos que son susceptibles de degradarse, básculas de precisión o máquinas de etiquetaje.
Instrumentales necesarios para llevar a cabo la investigación en profundidad que se pretende con una minuciosidad tal que, por cada día de trabajo de campo, se destinan “al menos” de tres a cuatro días de laboratorio.
Paula Chirosa, arqueoantropóloga que forma parte del equipo que investiga este yacimiento desde sus inicios, explica que “básicamente lo que hacemos aquí es procesar todo el material que viene desde la excavación”.
Tareas de lavado primero y de siglado a continuación para tenerlo correctamente identificado y establecer trazabilidades previas al obligado depósito que se debe hacer en el Museo Provincial de Ciudad Real y, por supuesto, tras no pocos exámenes minuciosos para documentar la pieza en todos sus aspectos.
“Recabamos toda la información que el material nos ofrece y, por ejemplo, la cerámica nos puede hablar de cronologías, incluso de las funcionalidades que tenían los diferentes recipientes”, apunta Paula, confirmando que una mayoría de material que emana del subsuelo del yacimiento “son recipientes cerámicos”.
Pero “también sale mucha fauna y metales por la minería de la zona, adornos, etcétera”, abunda, siendo lo más llamativo los antes referidos proyectiles de plomo que se lanzaban mediante “ondas que utilizaban estos soldados en esta población íbero-romana”.
El proceso de estratigrafía inversa que caracteriza el enclave supone el rescate de “mucho material prehistórico y, aparte, de muy buena calidad, lo que pasa es que sale arrasado y dentro de los rellenos de otras épocas, de épocas posteriores”, indica la investigadora.
La tarea en estas dependencias es ardua y también incluye la redacción de informes o memorias, haciendo una arqueología al borde de la ciencia más pura, aplicando métodos modernos tanto estadísticos cualitativos y cuantitativos, como análisis químicos, pasando por los isotópicos y otros tantos que alcanza incluso procesos moleculares del material, más allá de lo que se ve a simple vista.
“Con ello podemos saber la procedencia del plomo; si un animal ha pastado en el área de Almadén, por su contenido en mercurio; si esa persona ha consumido ese animal, por su presencia de metales pesados; qué tipo de alimento había en una cerámica, si eran grasos, si eran proteínas, si era vino, si era cerveza”, apostilla Alfonso Monsalve.
Visitas guiadas en septiembre
El yacimiento Cruz de Mayo, que se concibe principalmente en su relación al pasado minero que tiene todo el entorno comarcal, de dominio de un territorio en el que se extraía el cinabrio de Almadén o el plomo y la plata de Alcudia hasta la zona de Puertollano, va a ser ahora cada viernes de septiembre y parte de octubre, objeto de visitas guiadas para que la ciudadanía aprenda el valor que entraña el lugar.
Si científicamente Cruz de Mayo “nos pone en el mapa”, reitera Pablo Toledano, el interés más endógeno al municipio “supone afianzarnos en un proyecto de desarrollo turístico y de desarrollo socioeconómico” a través del sector servicios que entraña nuevas oportunidades de empleo como herramienta añadida frente a la despoblación imperante.
De ahí el interés del alcalde para que a través de dichas visitas la propia población torteña, principalmente, asuma el valor de lo que representa este sitio arqueológico, en lo alto de un montículo cuarcítico de siete hectáreas que en su día donaba la Sociedad Agrícola al Ayuntamiento, facilitando éste su acceso al asfaltar el camino que desemboca, apenas unos cientos de metros más allá, en el Complejo Turístico ‘Arroyo de Carboneras’.
Y concluye Toledano Dorado que “este yacimiento no tendría sentido si el municipio no lo hace suyo y para que sea suyo hace falta que la gente del municipio, y también del exterior, pueda visitarlo”, algo que para el futuro se prevé hacerlo visitable en otras épocas del año.
A los planes de empleo ahora los llaman yacimientos arqueológicos. Pues nada, ya tienen ahí para unos cuantos años.