Prototipado rápido

Ramón Castro Pérez.- Desde hace unos años, la mente puede disociarse del cuerpo. Andrés fue el primero en adquirir el dispositivo que lo hacía posible. Desde entonces, no resultaba extraño ver su figura salir a correr por el parque mientras él se quedaba en casa, trabajando en alguno de los proyectos de arquitectura que le servían para ganarse la vida.

No tardó Andrés en darse de cuenta de las ventajas que le proporcionaba su flamante compra. Así, mientras, día tras día, iba convirtiéndose en un adicto al trabajo, su físico lucía esplendorosamente y su salud cardiovascular iba en aumento. Cuando la ocasión lo requería, cuerpo y mente volvían a estar juntos para dar lo mejor de sí mismos.

Recuerdo un cóctel, al que el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid nos había invitado, en el que Andrés conocería a una mujer de la cual quedó prendado al instante. Días más tarde, me comentaría por mensajería cómo la conexión entre sus dos piezas, como él las llamaba, seguía más viva que nunca.

­ —Me sentí uno solo, —escribía, ofreciéndome detalles que no debo reproducir aquí.

La venta de dispositivos capaces de disociar al ser humano crecía de manera exponencial y, justamente cuando muchos de nosotros valorábamos su compra, Andrés realizó una llamada de auxilio, a través del chat interno. Había extraviado su cuerpo.

—¡No sé dónde se ha metido! —rezaba la primera línea. —Salió a correr esta mañana y, en algún momento, se ha desconectado del puente. No he sido consciente de ello hasta pasadas ocho horas, pues debía terminar la última parte del pliego en el que estoy trabajando.

Al principio, Ángela, la mujer de la que se había enamorado en aquel cóctel, lo acompañó en su búsqueda. Ella recorría los pasos que, supuestamente, el cuerpo de Andrés, había dado desde que salió del portal, esa mañana. Andrés, al teléfono, la guiaba y esperaba, con una ansiedad imperceptible, que Ángela lo encontrara, sentado en algún lugar. Si tenía éxito, lograría reconectarlo con él.

La empresa proveedora del dispositivo recordó que, en aquellos primeros ejemplares, no se habían incluido los chips de búsqueda, alegando que diseño y fabricación seguían el paradigma del prototipado rápido, según el cual el cliente es quien demanda nuevas funcionalidades, a raíz de su uso y experiencia. El resultado era desolador, pues Andrés seguía sin cuerpo y su mente comenzaba a necesitarlo de forma imperiosa. Deseaba tocar a Ángela, sentir su respiración cerca de él y advertir cómo su corazón, un mero amasijo de músculos involuntarios, se constreñía cuando ella lo miraba. Escuchar su voz al teléfono o leer sus palabras de ánimo en el chat interno ya no era suficiente.

Para cuando encontraron el cuerpo de Andrés, Ángela ya lo había dejado, pues tampoco ella se conformaba con una mente incapaz de transgredir las palabras. Aquel abandono sumió a Andrés en una profunda depresión que le impidió finalizar los proyectos encargados. Dejó de escribirnos y desapareció, por falta de actividad neuronal. Simplemente, no disponía de un cuerpo al que maltratar con la bebida o el insomnio. Incapaz de drograrse, incluso de quitarse la vida o de lastimarse, Andrés nos dejó, días antes de que unos niños dieran el aviso de una persona tendida en el suelo del interior de una obra abandonada. Reconectar el cuerpo fue, en consecuencia, imposible. La empresa proveedora retiraría el dispositivo y custodiaría, en un almacén, los setenta y cinco kilos de algo que un día fue Andrés.

Las técnicas de prototipado rápido fueron deshabilitadas para la producción de dispositivos disociativos. Según dicen, ningún otro cuerpo se ha perdido, aunque creemos que, más bien, es porque ninguno de nosotros dejamos que ninguna de nuestras partes vaya a ningún sitio sin la otra. Por lo que pueda pasar.

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