Relato para el verano: La última voluntad del señor Pinkmoon (2)

Por Toni Bordon.- Dormí a ratos por que la tormenta persistía. Más de una vez me tuve que levantar a cerrar los batientes. Fue en una de mis maniobras para sellar la ventana que vi la casa, a lo lejos, perfectamente perfilada sobre una llanura ondulante a la luz de una metralla de relámpagos. A la mañana siguiente pagué mi estancia después de desayunar. El hombre que me atendió me preguntó por mi presencia allí. Le dije que mi intención era visitar a sir Arthur Pinkmoon para que me contara la razón por la que se encarceló en vida, si como todo el mundo sabía fue declarado inocente de aquello.

-Nadie ha visto al señor Pinkmoon pese a que vive no muy lejos de York. No tiene trato con nadie. Su criado, sí viene por la ciudad para abastecerse de todo, de víveres, de leña, carbón, de whisky, grandes cantidades de whisky. Y de cerveza. ¡Barriles de cerveza!. Así que, amigo, no se haga demasiadas ilusiones. Yo que usted ni lo intentaría. Cuentan que una vez llegó un caballero de Londres con intención de comprarle la casa y le envió a los perros. Los perros del señor Pinkmoon comen carne humana. Hágame caso. Desista. 

-Gracias, pero he de cumplir un compromiso. Quisiera un carruaje. ¿Dispone de alguno?

-Por supuesto, mi sobrino lo llevará. Es muy joven pero muy ágil con las riendas. No tiene pérdida, apenas deje usted la ciudad, al norte verá un camino que se interna en el páramo. A unas siete millas hay un desvío que le llevará hasta la finca. No se preocupe por nada, el chico se encargará de todo. Espero que sea usted generoso con él.

-Lo seré, señor…

-Harris, David Harris, para servirle. Espero que tenga usted buena estancia por estos pagos.

-Oh, gracias. Soy…

-Jeremy Foster…  

-¿Cómo lo sabe?

-Anoche se registró usted, ¿no lo recuerda?

-OH, sí, sí, claro, disculpe…

Así que aquí me encontraba yo, a apenas un milla de la casa, ante una puerta enorme de hierro que dejaba bien a la vista el nombre de aquel lugar, Crazy Winds. El gigante portón forjado cerraba la enorme extensión almenada de setos como murallas en cuyo centro se erigía el hogar de mi anfitrión. 

Empujé una de las hojas de la puerta que se abrió con pereza. No me amilané. Ya había leído el cuento en decenas de novelas. Apenas di el primer paso en territorio del señor Pinkmoon vi correr hacia mi a dos grandes mastines y detrás de ellos, un hombre. No me creerán pero no me encogí frente a los hermosos perros que se me acercaban, sino por el hombre, un hombre adulto que no me pareció demasiado viejo debido a su agilidad física. Deduje que se trataba del criado por su atuendo de campesino y que venía a presentarme las esperadas credenciales, o sea, los chuchos. Los perros se detuvieron a un metro de mí y de mi maleta que había dejado reposar en el suelo y tuve la osadía de llamar a uno que acudió de inmediato y se dejó acariciar un poco. Me dejó un rastro de baba en la mano que me limpié con el pañuelo. Ese detalle debió de gustarle al campesino. Al pararse frente a mi descubrí que no era una cara enemiga la que me recibía sino un rostro casi indiferente, con un punto de amabilidad y de sorpresa.

-¿No teme a los perros?

-Pues no, señor, no les tengo miedo, me he criado entre ellos. Mi padre era campesino y trabajaba para una familia acomodada en una villa al sur de Londres. Los he visto a montones…

-¿Incluso con lo que habrá oído en el hotel donde se alojó?

-No le comprendo, señor…

– Ya sabe, los chuchos de sir Arthur  tienen fama de comerse a las personas…

-Ah, ¿era eso? – solté una carcajada- No, por Dios… Sí, si claro, lo he oído, me lo dijo el señor Harris, pero como comprenderá no he dado el más mínimo crédito a tal comentario.

-Ese hombre, el dueño del hotel, es un chismoso pero no es mala persona. ¿Conoció usted a su hija?

-Me atendió el señor Harris cuando formalicé mi estancia y esta mañana cuando he desayunado. Me ha traído su sobrino, un niño muy despierto y hábil…

-Jimmy, sí, un niño muy despierto como usted dice. Tal vez, la señora Harris y Adeleine, la hija de ambos, estuvieran en el mercado, hoy es día de mercado. Quizá por eso no las vio…

El campesino miró a los perros y les ordenó con la mano que se marcharan. Obedecieron de inmediato y corrieron hacia el interior de la finca.

-Bueno, he venido a hablar con el señor Pinkmoon. Soy periodista y mi periódico está interesado en algunos aspectos de su vida, sobre todo de su retiro, si ha cambiado algo de su carácter desde entonces, no sé… Cosas de esas, ya sabe. Algo nuevo que publicar.

-Bastante se publicó entonces…-

El hombre se puso serio, me miró sin hacer el más mínimo gesto. Su cara no delataba ni aprobación ni enojo. Ni siquiera sorpresa…

-Pero si no es posible me daré la vuelta y regresaré a Shefield

-¿Shefield?

-Sí, señor…

-El periódico para el que trabaja… no será The rising sum… ¿Lo es?

-Acierta usted…

De nuevo se hizo el silencio. Tan solo se escuchaba el canto de los pájaros animados por un arbotante de sol que en ese preciso momento cruzo la finca.

-Sígame- dijo el hombre.

-Pero… pero… el señor Pinkmoon…

-El señor Pinkmoon le está esperando y no pondrá reparos a su cometido y a cuanto esté dispuesto  escucharle y a preguntarle…

-¿Y como lo sabe usted? Mi periódico no comunicó nada al respecto de mi visita.

-Sirvo a sir Arthur, desde hace mucho tiempo, muchacho. Así que no pierda más tiempo. Coja la maleta y sígame.

Eso hice. Y a medida que avanzamos hacia la mansión, el campesino silbó y regresaron los dos mastines que poco antes me habían dado la bienvenida. El perro que acaricié me reconoció y volvió a babearme.

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