Natividad Cepeda.- Los pueblos pertenecen a sus pobladores y en sus calles y plazas hay edificios de bella arquitectura representando el momento histórico donde fueron concebidos. El mundo está hecho de pueblos diversos, diferentes y distantes en medio de caminos que nos llevan y acercan a sus habitantes. Gentes que admiran en la noche las estrellas y viven bajo la luz del sol, generación tras generación, vida y culturas para conocerlas en nuestro andar diario.
En los pueblos navegamos en nuestro trasiego por sus calles reconociendo en sus casas y edificios la pequeña historia de cada una de. Cuando cruzamos por algunas de ellas recordamos vivencias e incluso a vecinos que las habitaron y habitan. Y nos duele al ver casas cerradas o con el cartel en venta en muchos de nuestros pueblos. Porque ese vacío es la ruina de extinción de nuestros pueblos; de la España vaciada que avanza por el desinterés de las administraciones públicas al carecer de una comunicación de transporte entre las poblaciones. Cuestión importantísima olvidada por todos los partidos políticos incluso en elecciones.
El calor asfixiante del verano impide pasear a veces y es por esa razón que el domingo pasado descubrí con estupor la destrucción de un edificio bellísimo de Tomelloso. De pronto el paisaje urbano de la calle del Campo y desde años ubicada allí la Mutua de la Fraternidad. Edificación admirada por su patrimonio urbano por esa imponente casa de principios del siglo XX, estaba destruido. Era una de las últimas joyas que nos quedaba digna de ser conservada por su exterior e interior adonde muy bien podría haberse utilizado para museo, biblioteca, salas de reuniones… todo menos su destrucción.
Se habla de turismo rural careciendo la mayoría de las veces de la visión certera para hacerlo atractivo. Se presume de cultura pero no nos implicamos en conservar lo que nos define fielmente con su testimonio de valor arquitectónico digno de ser conservados, como éste inmueble histórico, perdido para las nuevas generaciones.
Diariamente pasamos por las calles y no reparamos en el alma que guardan. Nos ponemos gafas invisibles y olvidamos los trazos que nos han acogido, los lienzos de fachadas y la majestad de puertas y ventanas de insuperable belleza que hicieron nuestros carpinteros y herreros, junto a los albañiles y escayolistas que desde su aprendizaje de adolescentes fueron verdaderos artesanos y maestros.
Ahora las nuevas construcciones son parecidas de un pueblo a otro quedando ruinosas aquellas casas familiares heredadas desde los abuelos a los nietos. La propiedad privada es insostenible ante la precariedad económica que nos engulle y nos deja con flacas esperanzas perdiéndose en ese cambio social “el conjunto de bienes muebles e inmuebles, materiales e inmateriales, de propiedad de particulares o de instituciones organismos públicos o semipúblicos que tengan valor excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte, de la ciencia y de la cultura y por lo tanto sean dignos de ser considerados y conservados para la nación: reconocido por la UNESCO. “ Los símbolos y emblemas son nuestro refugio porque nos hacen rememorar lo vivido en terreno espiritual y abstracto por lo que una sociedad sin esos referentes está avocada a navegar sin mar ni puerto.
Mi quebranto ante esa disminución de nuestros patrimonios es el mismo que sentí cuando se talaron árboles y más árboles de todas las carreteras comarcales porque decían que había muchos accidentes de coches a causa de ellos: pobres humanos pensar así, como si los conductores fueran ellos y no nosotros. Se hizo y nos faltan lluvias porque las mesetas son altas y nadie las detiene al cruzar por ellas. Hasta que no nos interroguemos acerca de todo este suicidio material e inmaterial de nuestros patrimonios, seguiremos perdiendo nuestra identidad de pueblos donde la vida si es posible si sabemos encauzarla recobrando aquellos años primeros del ferrocarril vertebrando nuestro paisaje los trenes al pasar.
Natividad Cepeda