Pero el campo no es solamente ese 6%, es mucho lo que se mueve alrededor de la actividad agraria. Si funciona el campo, funcionan los transportistas, los talleres, las industrias agroalimentarias, las cooperativas, los fabricantes de envases, de abonos, de piensos, de maquinaria agrícola, los bancos, los que venden ropa, los que venden coches y casas… El campo es el sector primario y no hay que olvidar que es un sector estratégico del que depende la alimentación de la sociedad, y aunque sea cierto que la globalización lo relativiza todo, ningún país puede ser tan insensato como para dejar la alimentación en manos de terceros.
Cada día casi 200 agricultores se apean definitivamente del tractor en este país que, en cinco años ha bajado su productividad en un disparatado porcentaje. Pero esos 70.000 no estaban el sábado en Madrid, ya están derrotados, ya se han visto obligados a tirar la toalla porque la situación es insostenible. No se puede mantener una actividad que le cuesta dinero al que la trabaja. El milagro de la economía sostenible (sostenerse sin economía, sin dinero) solo lo saben hacer los agricultores. Los magos también saben sostener cosas en el aire, pero les pagan por hacer esos trucos. Al campo ya le hemos echado nuestros ahorros y nuestras ilusiones, algunos incluso le han echado su vida, pero abono ya no podemos echarle: hay que vender 3 kilos de trigo para poder comprar un kilo de abono, ha que vender cuatro kilos de trigo para poder comprar un kilo de pan.
Ignorar al campo tiene muy malas consecuencias. Desconocer el campo incluso puede llegar a ser mortal para el urbanita que se vea en él perdido y solo. No es que el campo sea como la selva, pero tiene sus peligros. Y aunque cada día es más difícil, una misión imposible, vivir del campo, lo que realmente es peligroso, sobre todo para los políticos, es vivir contra el campo.
200.000 agricultores gritando en las calles de Madrid quizá no han tenido el mismo eco mediático que cuatro mujeres defendiendo a sus maridos secuestrados por los somalíes,
pero que no se olvide que un barco pesquero es como una viña o un campo de lechugas, como una granja de vacas o un rebaño de ovejas, y si liberar a los trabajadores del mar secuestrados ha costado tres millones de euros, ¿cuánto habrá que pagar para liberar al campo español, que lleva años secuestrado por los piratas de la gran distribución, por las multinacionales, por las grandes industrias agroalimentarias que actúan de forma casi monopolística?, y al final ¿quién acabará pagando ese rescate?