Ramón Castro Pérez.- Poner las luces largas sobre cualquier aspecto del presente conlleva muchos riesgos. Equivocarse es el mayor de ellos, aunque la alternativa es la indefinición y la patada hacia delante. Las consecuencias de esto último son desalentadoras, pues la improvisación trae, normalmente, pocas cosas buenas.
Trabajo en la enseñanza, un campo de minas donde nadie se pone de acuerdo y los dogmatismos campan a sus anchas, exhibiendo visiones parciales de un problema que tiene visos de superarnos, a no ser que enterremos las diferencias. Irá a peor, pues lo que viene nos polarizará aún más.
Como país, nuestro saldo vegetativo está en negativo, lo que significa que mueren más personas de las que nacen. Si nadie entrara en él, a través de las fronteras, estaríamos condenados, entre otras cosas, al cierre de escuelas e institutos. Pero no todo es apuro, pues nuestra sociedad no implosionará, gracias a la inmigración, verdadero salvavidas del crecimiento vegetativo. Ojo, los salvavidas son lo que son. A pesar de lo anterior, seguimos teniendo un problema con la natalidad.
El gráfico siguiente (Proyecciones de Población 2022-2072. Nota de prensa. INE.) constata lo anterior:
La educación básica, pública, se enfrenta a un reto nada menor. No se cerrarán colegios ni se reducirá el número de institutos. Las plazas de los docentes «boomers», que se jubilarán en los próximos diez años, se cubrirán. El desafío real está en la inclusión, pero entendida en todas sus vertientes: económica, social y educativa. La cuestión, por tanto, no es si estamos preparados (pues no lo estamos) sino si nuestros «policy makers» tienen algún plan diseñado.
Las dinámicas demográficas tienen la manía de ser obstinadas, así que la improvisación apenas supondrá una ráfaga de fogueo, sin efecto alguno. La educación universal de cero a tres años, un (buen) mercado de trabajo, la esperada productividad y alguna que otra ayuda en relación al uso y disfrute de las redes sociales por parte de nuestros menores, podrían contribuir a mejorar el paisaje que se atisba cuando cambiamos de cortas a largas, en educación.
No habrá mejora sin inversiones, sin entender que inclusión y pobreza son sucesos disjuntos y que la primera no ocurrirá por decreto. Siguiendo a Amartya Sen, lo que importa son las capacidades, que no son otra cosa que aquello que podemos hacer con nuestra libertad. Sin ellas, la sociedad que viene no disfrutará de las bondades de la educación pública.
Ramón Castro Pérez es profesor de Economía en el IES Fernando de Mena (Socuéllamos, Ciudad Real).