El ejemplo máximo de aporías electorales, lo compuso a mi juicio el suplemento dominical de El País, del 7 de mayo. En cuya portada desfilaban la imágenes de ocho regidores, acogidos bajo el lema –un lema cuasi electoral–: Los alcaldes de todos, cuando debería de haber anotado, más y mejor, Los alcaldes de siempre, que de eso se trataba. Retratar a una suerte de decanato de las alcaldías españolas: sólo los ocho protagonistas retratados superaban el centenar de años en el desempeño de las alcaldías. Cantidad que, de salir adelante sus candidaturas el próximo día 28, se sumarían otros treinta y dos años más, redondeando la cantidad hasta los 136 años de mandatos diversos.
Todo ello, la portada fulgurante del semanario, con la intención de dar a entender cierta continuidad en el cargo de todos estos alcaldes, y también como una cuestión de normalidad institucional. Normalidad institucional que precisa articularse con la contraparte de la limitación de mandatos. Todo debe ser cuestión de equilibrios. Si la esencia de la democracia, en uno de sus fundamentos o pilares, es la alternancia en el desempeño de los puestos, no sólo debe de entenderse esta como alternancia de formaciones en liza, sino de las personas en el desempeño institucional. Como ocurre en otros países y niveles institucionales, de forma absolutamente normal.
Se me objetará que la limitación de mandatos en poblaciones pequeñas cuenta con la dificultad añadida de encontrar a candidatos disponibles para ese ejercicio, a veces difícil e incómodo. Pero ocurre que lo que podría ser una excepción –no limitar el desempeño del puesto de regidor en municipios pequeños, dadas sus características poblacionales–, se hace extensivo a todo tipo de municipio y de ciudades y se extiende la excepción de la excepcionalidad. Dándose casos de permanencias prolongadas y aún prolongadísimas. Aquí –en el ámbito provincial– hemos contados con casos muy recordados de regidores con aspiraciones de eternidad en Miguelturra y en Valdepeñas. Días antes de la portada citada de El País Semanal, el diario provincial Lanza, recogía un artículo parecido, como muestra de un síntoma extendido y frecuente: los mandatos hiperprolongados de cargos públicos. Contaba la pieza señalada con la presencia de tres alcaldes provinciales veteranos, que sumaban la friolera de 84 años de ejercicio de mando. Toda una vida sin cesuras e intermedios. Alcaldes de poblaciones menores y con similitudes geográficas, pero con mandatos largos, como Anchuras, Arroba de los Montes y Piedrabuena. Se apuntaba, además, que solo el regidor de Piedrabuena, que contaba con siete mandatos a sus espaldas que serán ocho con probabilidad, “vivía de la política”. Mientras que los otros dos nombrados, no eran profesionales como tal: no vivían de ello, pero vivían para ello y permanecían largamente afincados en el cargo. Y ahí está el matiz de cierta eternidad confusa.