En noviembre de 2012, para mi álbum de Facebook/Meta realicé una selección de imágenes de portadas de revistas que conservaba –de diversa periodicidad y de diferente temática– que denominé Revistas sin descendencia. Cuya finalidad discursiva, más allá del impacto visual de sus excelentes portadas –un total de 48 piezas diferentes–, era constatar justamente ese enunciado, unas revistas culturales, podíamos decir en sentido amplio, que habían constituido un pasado memorable –no diré que glorioso– y formativo de muchos de nosotros. Y que con el paso del tiempo y de las nuevas tecnologías habían desaparecido de los kioscos –igual que desaparecen los kioscos mismos y gran parte de sus lectores– y de nuestro mundo volcado en otras urgencias y necesidades. Como si concluido el proceso formativo del lector, todo fuera un conjuro de desapariciones de revistas, de lectores perdidos, de memorias desvanecidas, de intereses resueltos y de kioscos varados. Como si todos fuéramos ya supervivientes como lectores, suscriptores y como miembros de algunos consejos de redacción. Supervivientes de un naufragio de tintas y letras. Y dicho todo eso, en el año que celebramos el centenario de Revista de Occidente, como muestra de la excepción de toda regla.
Había, o mejor, hubo, una generación de revistas veteranas como Triunfo, Cuadernos para el dialogo, los Suplementos de C.D. y luego La calle –no aparecían en mi listado, pero podían haberlo hecho igualmente y con méritos de lector, Cambio 16, Índice, Gaceta Ilustrada o La actualidad española– que componían el cuerpo del lector y al alma del suscriptor. La segunda generación de revistas –producidas al compás tanto de la Transición como de la Movida, a las que denominé como Revistas sin descendencia, porque con su desaparición física y formal no ha habido reposición ni continuidad, solo un vacío que la memoria puede matizar y condicionar.
Por ello también lo de Hijos sin hijos, como el libro espejo de Enrique Vila Matas de 1993 –es decir de un tiempo después al que nos ocupa en esta cronología apresurada– que quiere constituirse como “Una breve historia de España de los últimos cuarenta y un años”. Igual que ahora, la pieza que comentamos (Ozono. Un sueño alternativo. 1975-1979 Almud, ediciones de Castilla-La Mancha, 2023) quiere erigirse en otra suerte de historia menor, casi una historia personal de los editores. Historias menores o historias abreviadas, a las que tan aficionado es EVM y, por lo que se ve, Alfonso González Calero y Víctor Claudín. Los cuarenta y un años de Hijos sin hijos y los cuatro años de Un sueño alternativo. 1975-1979, prolongan los 48 títulos de Revistas sin descendencia y los 50 números de Ozono. Los 41 años, justamente eran la edad de la muerte de Kafka –según cita EVM–, el mismo que la tarde que Alemania invadía Rusia fue a bañarse, según anotaba en su diario con total indiferencia e impasibilidad; y los 4 años, del remate y remonta de la Transición avizorada por Ozono. Igual que ocurría con su descendencia, la de Kafka: absoluta impasibilidad y absoluta imposibilidad. Como tantos otros Hijos sin hijos, Borges, Benajmin, Proust o Baudelaire.
Y esas revistas que componen el friso de los Hijos sin hijos, aparecían coronadas por Ozono, El Viejo topo y Ajoblanco, que ya definían tanto un tiempo como un país –por decirlo como el cantable de Raimon–, visible en el collage de la portada del número 2 de la revista –a la manera del perpetrado años antes por Michel Cooper en la portada del Sargents peppers de The Beatles –. Aunque en el número 2 de Ozono y en su portada consiguiente, se amalgamara la plaza de toros de Las Ventas y un nutrido grupo de miembros de La otra canción española: desde Raimon a Pi de la Serra, desde Labordeta a Aute, Llach, Gerena, Hilario Camacho, Jaume Sisa, Rosa León, Luis Pastor Sisa y Amancio Prada. Todos ellos, tutelados por los inefables, a estas alturas, Roberto Alcázar y Pedrín, que tendidos sobre la meseta de chiqueros evitan, o lo tratan, la salida al ruedo de tal tropa canora y peligrosa. En un equilibrio entre lo castizo y lo contracultural, a la manera de los ejercicios desplegados en 1969 por Manuel Vázquez Montalbán, en su primer poemario Una educación sentimental. Y en eso estamos.
Un tiempo y un país que se escoraba culturalmente a la izquierda –en sentido amplio– y como consecuencia, todo ello, tanto del proceso de Mayo del 68 como de la Revolución cultural china –tan hiper valorada como mal analizada a fondo–, tanto del declive del imperialismo americano en Vietnam como de tantos otros movimientos de contestación social. Visibles todos esos movimientos de contestación y protesta –piénsese en la llamada Canción-protesta– en España, en el tramo final del franquismo político, y del correspondiente rearme ideológico y de la lenta extinción de la censura. Revistas, todas ellas –hasta las específicas del cine, de la literatura o del cómic–, culturalmente a la izquierda social –la izquierda política comenzaba su rearme con tanta cautela como desorientación– como se puede observar a través de sus sumarios e índices. Un espacio social de las ‘nuevas revistas’ que, sin llegar a ocupar el lugar detentado por la emergente prensa de partido, ganaron la partida social y las aspiraciones de cambio y democracia. Una prensa de partido –desde Mundo Obrero al Socialista, desde Argumentos a Leviatán, desde Nuestra bandera a La bicicleta– que hoy han desaparecido de igual forma que lo han hecho las revistas sin descendencia.
Por ello, el trabajo citado de recolección de Alfonso González Calero y Víctor Claudín sobre los años de la revista mensual Ozono, supone una mirada excepcional desde un balcón tan personal como colectivo, para otear esos años de paso y los medios existentes en el mundo de las revistas culturales. Para otear quienes somos y de dónde venimos. En esa proliferación citada antes de Revistas sin descendencia, que podría englobar a algunos títulos tan significativos como personales, títulos como Camp de l’ arpa, El Europeo, Cuadernos del Norte, La luna de Madrid, Sur exprés, Archipiélago o Colors. Mirada a la mochila del pasado escrito y representado, realizada por los editores –AGC y VC– y por una larga lista de colaboradores que retoman la nostalgia de la perdida y la conclusión fría de los tiempos actuales, peor abastecidos y mal armados. Una revista que comienza siendo, en mayo de 1975, una Revista de música y otras muchas cosas y que, con el número 6, pierde las “otras muchas cosas”, para pasar a llamarse simplemente como Ozono y llegar hasta el número de cierre, el 50. No es que se hubiera perdido el interés por la llamada Nueva música y Otra canción –visible desde el análisis de sus primeros equipos editoriales y de redacción–, sino que se quería dar la imagen de la diversidad de intereses más allá de convertirse en una revista musical a secas, como muestra buena parte de la publicidad del momento y el texto de García Pelayo. Circunstancia coincidente –lo cuentan en la presentación Claudín y González Calero– con la llegada de Felmar ediciones y el diseñador Alberto Corazón a las tripas del conglomerado inicial de Ozono, comandado por Álvaro Feito. En el meollo de esos años recorridos, que van de 1975 a 1979, ediciones Felmar daría salida a un titulo tan oportuno como la selección que comentamos Un sueño alternativo. 1975-1979. Me refiero al trabajo de Alberto Corazón y Pedro Sempere, La década prodigiosa 60s-70s. De tal suerte que con ambas piezas se puede entender mejor el relato superpuesto de prodigios y sueños. Y también advertir el secarral al que hemos llegado.