Manuel Valero.- Una política para el ciudadano, un ayuntamiento de puertas en pompa, una transparencia que sea traspasada hasta por el pábilo de un velita de cumpleaños para que no quede un rincón de lo público en la oscuridad del mangoneo.
Como se trata de unas municipales, aquí como en otras localidades o en la misma capital de la provincia, los candidatos, tanto los que opten a la reválida como los que opten al cambio, coinciden en una cosa: hacer una ciudad mejor, más segura, más limpia, más habitable, cultural y económicamente dinámica, paraíso de empresarios, emprendedores y trabajadores. Con la cosa pública, administración, servicios, funcionando como un reloj. Lo interesante está en los matices y en los mecanismos a activar para que así sea. El modo y el modelo. Y el contexto social en que se celebran unas elecciones. No es lo mismo la bonanza que la penuria y tocando las locales está la experiencia ciudadana de lo vivido. Nunca que yo recuerde, tal vez las municipales de 1995, se consideraron las elecciones a alcalde una primera vuelta para las presidenciales, como en esta ocasión parece empeñarse el personal. Y los propios presidenciables. Las circunstancias devoran o coronan alcaldes/as.
Una ciudad más limpia es una quimera si sus habitantes son de aquí mismo lo tiro, una ciudad más segura se consigue según el grado de civismo que demuestren sus habitantes. Pero como una ciudad es un amasijo de condición humana, más grande cuanto mayor sea la ciudad que lo cobija, esa seguridad se garantiza con la coerción de las leyes y las normas y, sobre todo, haciendo visible el brazo armado de la ley, esto es, los Cuerpos de Seguridad del Estado y locales. Si te pasas estamos en un estado policial y si no llegas estamos ante una ciudad con media ley en el retrete. Y así con todo. Cada vecino relatamos a diario la forma en que gestionaríamos un problema o un proyecto lo que evidencia que gobernar no es fácil, y estar al timón de una ciudad debe pesar como una cruz de plomo.
Por más denostados que estén nuestros políticos, serlo, y sobre todo alcalde/sa no debe ser tan fantástico como desde fuera pueda parecer. Seguro que a más de uno le habrán rechinado los dientes con lo que acabo de escribir. Pero lo creo. En España hay más de 8.000 municipios, así que tirando de porcentaje apuesto a que es mucho mayor el de ediles honrados y cumplidores que el de corruptos. Puede que a medida que subimos en la escala de populosidad ese porcentaje se vaya ampliando hacia el peligro de la tentación, pero aun así me quedo con la honradez mayoritaria. Si un alcalde gestiona bien no sale en el altavoz nacional de los medios, pero si a un alcalde como al de Orense lo pillan con el carrito de los helados, la matraca televisera induce al telespectador a creer que todos son calcados y a crear un prototipo de político estandarizado por la exhibición social, la erótica del poder e inevitablemente el espíritu de autoservicio.
Todos pretenden lo mismo: una gestión que revierta para bien de los vecinos. No solo porque así hacen méritos para la reválida sino por obligación moral. La fórmula magistral que elijan para ello es lo que diferencia a unos de otros. Por eso en los mítines, gran parte de un discurso, o sea la parte ampulosa, puede ser firmada por los candidatos adversarios, cambiando claro la parte dedicada a los piropos mutuos. Los mítines tienen un punto de absurdo porque los candidatos mitinean para los suyos, para el voto ganado de antemano. Un buen aspirante es ese que le pregunta a su equipo por el barrio más desafecto y allí que se va aun a riesgo de encontrarse con un par de huevos en pleno vuelo. Ya tenias perdido el barrio así que igual saca un puñado de votos que le den un concejal.
Es el juego de la democracia: la libre exposición de lo que se pretende y el ejercicio de la palabra como vehículo de convencimiento para captar al elector que ya sabe lo que hay. El que pretende repetir legislatura tiene el cargo o descargo del trabajo anterior; quien aspira por primera vez es nuevo y la aptitud se le supone como en la mili hasta que pasado el tiempo se vuelva al ciclo sin fin y su mandato sea su testigo.
La maquinaria ya ha empezado a funcionar a todo gas a partir de anoche. Lo que ocurre en democracia no es tragedia. Al día siguiente la vida sigue como si no hubiera pasado nada. Ya ha comenzado el cronómetro hasta el ejercicio soberano de una elección que determinará la gestión municipal de próximo cuatrienio.
Lo que esperamos y exigimos, al menos el que esto suscribe es una campaña limpia. Cruce de propuestas y modelos, choque dialéctico, un cuerpo a cuerpo, incluso, con lo que eso conlleva. Pero limpia. Y que son elecciones municipales.