Pero para que tuvieras la certeza de que sábado y domingo eran tan contiguos como enemigos tenías que haber dejado atrás la última niñez y debías encontrarte con el pie en el estribo de la adolescencia, ya sabéis, esa época de la vida en la que todo parece desmesurado y trágico, al menos para los de mi generación. La infancia lo clona todo con su pertinaz e inocente embeleso; la adolescencia lo agarra todo por el pecho y desestima lo inservible, sin despeinarnos. Cuando se tienen quince, dieciséis o diecisiete años, cuando se han tenido esos años en los sesenta del pasado siglo, con aquel blanco y negro luminoso envolviéndolo todo, con toda aquella ligadura moral que lo ceñía y constreñía todo, cuando se ha tenido una novia fugaz de buena posición que se llevó otro, y te has echado el botellín al morro después de escuchar el She is a raimbow de los Rollings, eres el tío más feliz del mundo. Y lo más importante, eras consciente de que lo eras.
Sin embargo, todos los domingos han sido para mi igualmente desabridos sea cual fuera mi estado de ánimo o la época del año del domingo sufrido. Incluso hoy, no logro desembarazarse de esa específica y pegajosa atmósfera dominguera. Sólo un domingo, uno solo en toda mi vida, me pareció luminoso, feliz, y amable. En una casa, fiesta. Lo nuestro eran botellines en petits comités y no botellones en gigantescos comités federales de descampado. Estaba yo, estaban mis amigos, estaba mi chica, había priva, estaba el tocadiscos y estaban los discos y no, no teníamos, un gilipollas o pagafantas que pusiera los discos. Teníamos un gilipollas que ponía el tocadiscos y generalmente su casa. Get Back, sonaba. Y cómo sonaba con su huevo frito perpetuo acompañando el bajo de Paul a lo largo de toda la escala rítmica. De repente entró el tío de Alberto que era muy peculiar y poco aconsejable para la moral de entonces. Como una cuba. Llegó se puso en el centro de la reunión y dijo: NO, yo he votado que NO. A Franco, a la sucesión y a la madre que parió a la sucesión. No, no crean que nos pusimos a dar palmas. Entonces estábamos en otros asuntos más perentorios de nuestra adolescencia. Pero luego el tío de Alberto, me cogió en un aparte. Cómo se queda uno cuando dice NO.
A partir de ese domingo las cosas cambiaron mucho. Por primera vez fuimos conscientes del valor del criterio, de la propia determinación, de que tendríamos que elegir, optar, tomar decisiones… y que tarde o temprano tendríamos que decir NO.
Tres meses después, también un domingo, me dejó mi novia, mi primera novia, la destinada a otro que se llevó otro. Y sí, debo admitir que algo de eso tiene que haber también de componente en mi desasosiego dominical. Al fin y al cabo en domingo descubrí el valor del albedrío y en domingo conocí la tortura del primer amor contrariado. ¿Año 1969? No lo sé. Sólo sé que era domingo. Un bendito y maldito domingo. Por la tarde.