El un hecho incuestionable que los españoles, de a pie, nos hemos acostumbrado o nos han obligado a ponernos a la cola para cualquier evento, compra, papeleos o por razones poco claras. Digo los españolitos de a pie porque los otros españoles no hacen colas ni las han hecho ni las harán nunca Sin lugar a dudas, esta costumbre o imperativo empresarial, social y política, porque no se la puede llamar de otra manera, ha calado en la forma de ser de los españoles más jóvenes y digo más jóvenes porque los que tenemos cierta edad esta moda ni cala ni calará por muy hermosa que nos la cuenten. Hoy no entenderíamos ir al cine si primero tuviéramos que aguantar una cola de cien metros para poder acceder a la butaca que podamos coger a la carrera. Todos sabemos que antes las butacas de los cines estaban numeradas y que era lo mismo ir antes que después porque a nadie se le ocurría sentarse donde no le correspondía.
Hacer cola en los bancos, por ejemplo en el BBVR de Ciudad y digo esto porque a cualquier hora que usted vaya siempre tiene que esperar, es un verdadero dislate y una gran desatención al ciudadano que en estos momentos la entidad está permitiendo lo que ocasiona una malísima imagen por el mero hecho de ganar unos euros al no contratar el personal suficiente para dar atención al cliente. Eso sí se potencia las redes sociales, la ventanilla electrónica, la página web, el teléfono móvil y todos esos instrumentos de la modernidad o posmodernidad telemática pero totalmente ausente de la atención personalizada y humana, así estas entidades de lucro aumentan sus ganancias en millones de euros mientras la mitad de la población no tiene la atención personalizada que constantemente demanda.
Hacer cola en los establecimientos para comprar siempre ha sido una señal inequívoca de falta de personal para atender a los clientes y como mínimo, un desajuste entre la oferta y la demanda muy puntuales que casi siempre se resolvía por la vía del compromiso en una atención rápida y pidiendo el correspondiente perdón por lo inoportuno de la ocasión.
Es cierto que siempre ha habido alguna cola para entrar en las plazas de toros o en los estadios de futbol cuando alguna figura importante acudía a los ruedos o se jugaba el partido final de liga. Estas colas ocasionales eran entendibles y digeribles por ser muy ocasionales en el tiempo y porque lo que ocurría allí dentro podía satisfacer nuestra primitiva espera.
Hoy ocurre un hecho increíble pero verdadero si a dos amigos se les ocurre ponerse uno detrás de otro para entrar en un establecimiento, entidad o lugar de diversión, rápidamente se colocan detrás una multitud de personas que no saben que allí ni se vende nada, ni se ofrece nada ni se regala nada, eso sí se hace una cola por el mero hecho de hacerla y estar uno detrás del otro, claro la costumbre obliga.
¿Hasta dónde llega esta costumbre, creo yo, pasajera? Y digo pasajera porque de no ser así llegará el tiempo que habrá más gente esperando fuera de los establecimientos que gente dentro, eso sí los de fuera en perfecto estado de alineación. Siempre habrá alguno que nos dirá que no nos saltemos la fila que él llegó antes y no es de buena educación saltarse la cola.
Esta costumbre, que no sé muy bien de donde procede, aunque puede ser que provenga de las listas de racionamiento y regímenes totalitarios, nos está haciendo mucho mal porque, en primer lugar, nos hace perder mucho tiempo, nos desespera porque como dice el refrán: “El que espera desespera”, nos acostumbra a ser números que se reflejan en las cartelerías luminosas y sobre todo sirve para aumentar, desgraciadamente, el paro.
¿Puede haber algo más disparatado que hacer cola en un banco para que te den tu dinero? ¿Cómo es posible que tengamos que sacar un papelito con un número y que en ese momento hayamos perdido nuestra condición de humanos para convertimos en letras y números y cuando salgan esa letra y números pulsadas a voluntad de una máquina, nos pongamos de pie y con el papelito vayamos a la mesa que nos ha tocado para que nos den lo que es nuestro?
Desgraciadamente este modelo de gestión, digo gestión, cuando debería decir indigestión, se está imponiendo en todas las administraciones públicas para grave quebranto de los ciudadanos. Eso sí se vende como un gran adelanto social y de servicio cuando realmente sólo sirve para , depender, una vez más, de la voluntad del servidor que te dará el número cuando a él le convenga y cuando haya contestado a la llamada de la amiga invitándole a salir a tomar un café o unas copas.
¿No sabe la administración que hay aún muchos ciudadanos que viven fuera de la ciudad o del pueblo principal que no tienen ni móvil, ni ordenador y que si quieren sacar eso que se llama: CITA PREVIA tienen que buscar a un amigo o a una agencia para que realicen esa operación que sin esa gran tontería de la cita previa, podría muy bien realizar él mismo?
Hay administraciones públicas que sin la cita previa, no te reciben aunque vayas en persona. ¿Tiene usted cita previa? ¿Eso qué es? Pues hombre o mujer es muy sencillo debe llamar por teléfono a un número que le damos o meterse en internet y con un servidor que está previamente programado acordar el día y la hora en la que yo le puedo atender. ¿Pero si estoy aquí delante de usted? ¿Por qué debo hacer todas esas cosas que no sé hacerlas cuando usted me puede atender ahora mismo? Señor o señorita esto es así y no hay otra forma de atenderle. Vuelva usted cuando le toque. Larra decía: vuelva usted mañana. ¿Se parece?
Todo esto no beneficia a nadie solamente sirve para cabrear a la gente, bueno beneficia al de siempre que con menos gana más. Eso sí las máquinas están por todas partes, aunque nadie las entienda, las mesas de atención al cliente vacías porque ocuparlas cuesta pagar a los funcionarios y se pierden ingresos. Es evidente que esto no puede continuar así por mucho tiempo salvo que los ciudadanos se hayan acostumbrado a que les tomen el pelo y se sigan riendo de ellos.
Nunca la máquina, en la atención personal, debe suplir la presencia física de las personas porque de ser así estamos muy cerca de vivir fuera de lo humano para convertirnos en letras y números que se usan a voluntad del que manda o gobierna una institución como es el banco aunque su dinero sea nuestro.
Todo este disparate tecnológico, alejado de la realidad, implantado en todas partes sea ésta rural o de ciudad, está ahondando gravemente las gran zanja entre el campo y la ciudad entre los mayores y los jóvenes entre el que sabe y el que no sabe. Puedo entender que los bancos siempre ansiosos por ganar dinero usen las máquinas en vez de las personas, pero no puedo entender que las administraciones hayan multiplicado por mil los funcionarios y al mismo tiempo hayan creado este mismo sistema totalmente inhumano y falto de personalidad. Diga, marque el uno, el dos, el tres, el cuatro o espere que pronto le contestará la maquina……