Manuel Valero.- España es quizá el país donde más se juega a la Lotería del mundo y ese fervor por el enriquecimiento súbito también es una ventaja para el Estado que se lleva parte del premio, vía impuestos. Así confluyen dos cosas: el español es jugador casi compulsivo y el Estado estimula esa pulsión con toda suerte de apuestas. En cualquier oficina del ramo se puede tentar la suerte con una amplia gama de juegos y sus variantes, quiniela, primitiva, loterías semanales. Tiene la opción de la ONCE también con sus propias variantes ajustadas al tiempo en que las activa -verano, Navidad, etc- y en última instancia las salas de juegos y apuestas a todo, máquinas repartidas por todos los bares que ya saben que tenemos unos cuantos. En España se juega mucho y en este tiempo navideño cuando más ya que las postrimerías del año es tomado por ese aroma de buena suerte soñada que nos regala la Lotería más social de todas: la de Navidad..El juego cuando está capilarizado en el cuerpo social es un chollo para el Estado y una oportunidad para el jugador de hacerse rico del tó o llevarse una pasta que lo alivie de los padecimientos deudores.
Pues bien si en España se juega mucho es porque el sueño de la inmensa mayoría de los españoles es ganar dinero sin trabajar o en su defecto que el dinero ganado los aparte del castigo bíblico del trabajo. Tuve un familiar que fue inmigrante en los años 60 y 70 del pasado siglo y se extrañaba de la espléndida oferta lotera española y eso que no había desplegado todo su potencial como en la actual que rubrica ese fenómeno con anuncios televisivos de primera calidad. Después de hablar un rato me dio su curiosa visión del jolgorio azaroso que vivimos aquí: “sois un país sureño y católico”. En un principio me hizo gracia y luego me dio por rascarme la cabeza. Más que nada porque esa aparente conclusión la había entibado con argumentos que no resultaban del todo descabellados: éramos un pueblo mayormente analfabeto que trabajaba mucho y mal para unos poquitos lo cual acrecentaba la sensación del trabajo como un castigo divino. Ese perfil predominantemente servil tenía la buena salida de crear una fuerte identidad de clase, pero también anulaba la emprendiduría.
Tal vez el clima contribuyera a su vez a mirar el duro trabajo con cara de perro. Como broche me ponía como ejemplo a los países del centro y norte de Europa, más frios, protestantes y con un sentido calvinista, social y utilitario del trabajo como la única fuente digna de ingresos. Debo reconocer que tuve la sensación de pertenecer a un país de vagos que juegan compulsivamente a todo tipo de suerte con la única idea de mandar el curro a tomar por saco y sobre todo a no utilizar el dinero a emprender o iniciar un proyecto que dé puestos de trabajo sino a invertir sin esfuerzo y a vivir de las rentas. No de otro modo se puede interpretar que los españoles jueguen tantísimo desde el primer día del año al último en algunas de las ofertas que tiene a su disposición, y que el Estado les anime a ello con ese rol tan suyo, el del Estado, de cinismo administrativo. Ya saben: jugar crea ludópatas y fumar, acarrea graves riesgos para la salud. Pero el Estado se salva en un absurdo ah, se siente escrito como una advertencia hipócrita en las cajetillas de tabaco o locutado como una conseja de bruja en los anuncios de radio y tele que indica a los menores que no se entreguen al juego compulsivo. Puro cinismo.
Dicho lo cual, uno prefiere que le toquen 5 millones de euros en la de Navidad o en la Once que tiene una modalidad que te da una pasta gansa por adelantado y una mensualidad, paradigma del sueldo ocioso, a que le toque la hiperbólica primitiva europea esa de 180 millones como ha llegado a estar el bote alucinante. Más que nada porque con esta última cantidad todos los registros personales, afectivos, sociales, mentales. saltarían por los aires a saber con qué resultado y en cambio con cinco kilitos, uno tiene para vivir una vida burguesamente serena y asegurada sin aspavientos después de haberle pagado a Hacienda lo suyo, claro.
Que ustedes lo jueguen bien y que tengan mucha suerte el día del canto lotero por antonomasia, que ya está a la vueeeeeelta deeeeee la esquiiiiinaaaaa.
Lo dicho.